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Clifford D. Simak - Edocr

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pensamiento de los coatíes, sospechar los pensamientos de los<br />

ratones, sentir el crimen<br />

en los cerebros de los búhos y las comadrejas.<br />

Y algo más. Un odio débil que traía el viento, un extraño grito de<br />

terror.<br />

Pasó como una centella por su cerebro e hizo que se detuviera. En<br />

seguida echó a<br />

correr, colina arriba, no como pudiera correr un hombre entre las<br />

sombras, sino como<br />

corre un robot que ve en la oscuridad, y con la fuerza de un cuerpo<br />

metálico que no<br />

conoce el cansancio de los pulmones ni la falta de aliento.<br />

Odio, y un odio semejante sólo podía nacer en cierta criatura.<br />

La sensación creció y se ahondó mientras subía corriendo por el<br />

sendero. Su mente<br />

gemía amedrentada por lo que podía encontrar.<br />

168<br />

Llegó a un grupo de arbustos y se detuvo de pronto.<br />

El hombre se adelantaba con los dedos crispados como garras, y a<br />

un lado, en la hierba,<br />

yacía el arco roto. El cuerpo gris del lobo estaba tendido, mitad en<br />

la oscuridad y mitad a<br />

la luz de la luna, y una cosa sombría que era mitad luz, mitad<br />

sombra, se alejaba del lobo.<br />

Se la veía, pero nunca claramente, como la criatura fantasmal de un<br />

sueño.<br />

—¡Peter! —gritó Jenkins, pero las palabras no le brotaron de la<br />

boca.<br />

325

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