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Clifford D. Simak - Edocr

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Se sentó, bruscamente.<br />

La voz chillona de una mujer atravesó el vestíbulo y Webster se<br />

encogió como<br />

retirándose. Se sentía muy mal. Se sentía enfermo. Ojalá Jenkins<br />

se diese prisa.<br />

El primer aliento de la primavera entró por la ventana llenando el<br />

estudio con la promesa<br />

de las nieves fundidas, de las hojas y flores futuras, de las aves<br />

acuáticas que irían hacia<br />

el norte rayando el azul, de las truchas que acecharían en las aguas<br />

esperando las<br />

moscas.<br />

Webster alzó los ojos de sus papeles, aspiró profundamente la<br />

brisa, sintió en las mejillas<br />

su caricia fresca. Extendió la mano hacia el vaso de brandy,<br />

descubrió que estaba vacío,<br />

y la retiró.<br />

Volvió a inclinarse sobre los papeles, recogió un lápiz y tachó una<br />

palabra.<br />

Leyó, críticamente, los últimos párrafos:<br />

“El hecho de que doscientos cincuenta hombres fuesen invitados a<br />

mi casa, casi siempre<br />

por razones bastante importantes, y sólo tres pudieran venir, no<br />

prueba necesariamente<br />

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que todos sean víctimas de la agorafobia. Algunos tuvieron quizás<br />

otros motivos para no<br />

aceptar esa invitación. Y sin embargo, es indudable que luego de la<br />

quiebra de las<br />

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