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Clifford D. Simak - Edocr

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114<br />

Del otro lado de la colina llegó el tintineo de un cencerro; luego un<br />

estallido de ladridos.<br />

Los cachorros estaban metiendo las vacas en el corral. Había<br />

llegado la hora de<br />

ordeñarlas.<br />

El polvo de los siglos yacía en el interior de la bóveda, un polvo gris<br />

que no era un<br />

elemento extraño sino parte de la bóveda misma, la parte que había<br />

muerto con el paso<br />

de los siglos.<br />

Jon Webster olió el acre aroma del polvo que se abría paso a través<br />

del olor del moho, y<br />

escuchó el zumbido del silencio como una canción que sonaba en<br />

el interior de su<br />

cabeza. Una pálida válvula de radio brillaba sobre el panel provisto<br />

de un interruptor, un<br />

volante y media docena de perillas. Temeroso de perturbar el<br />

dormido silencio, Webster<br />

se adelantó lentamente, algo angustiado por el peso del tiempo que<br />

parecía descender<br />

del techo. Extendió un dedo y tocó el interruptor, como si esperara<br />

que no estuviese allí,<br />

como si tuviera que sentir la presión del metal en su dedo para<br />

saber que estaba allí.<br />

Y estaba allí. Y también el volante, y las perillas, y la luz allá en lo<br />

alto. Y eso era todo. No<br />

había más. En aquella pequeña bóveda desnuda no había ninguna<br />

otra cosa.<br />

222

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