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Clifford D. Simak - Edocr

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cerebro. Luego cerró el agujero desde el interior.<br />

—¿Y qué hace Hezekiah ahora?<br />

—Nada —dijo Homer—. Pero estamos seguros de que lo hará tan<br />

pronto como ese robot<br />

de las hormigas haya terminado su trabajo. Oirá la llamada. Oirá la<br />

llamada y se irá a<br />

trabajar al Edificio.<br />

Jenkins movió afirmativamente la cabeza.<br />

—Se los llevan —dijo—. No pueden hacer solas ese trabajo, de<br />

modo que se apoderan<br />

de los robots —alzó otra vez la mano y volvió a rascarse la<br />

barbilla—. Me pregunto si Joe<br />

sabía lo que hacía cuando se puso a representar el papel de dios.<br />

Pero era ridículo. Joe no podía haberlo sabido. Ni siquiera un<br />

mutante podía saber lo que<br />

ocurriría doce mil años después.<br />

Había pasado tanto tiempo, pensó Jenkins. Habían ocurrido tantas<br />

cosas. Bruce Webster<br />

estaba comenzando a experimentar con los perros. Soñaba sólo en<br />

hacerlos hablar,<br />

pensar, para que recorrieran junto con el hombre el camino del<br />

destino. Sin imaginar<br />

siquiera que unos pocos siglos más tarde el hombre se esparciría<br />

por los cuatro vientos<br />

de la eternidad y dejaría la Tierra a los robots y los perros. Sin<br />

siquiera imaginar que<br />

hasta el nombre de esos seres sería sepultado por el polvo de los<br />

años, que la raza sería<br />

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