Clifford D. Simak - Edocr

—Tendrá suerte—dijo Webster—si algún policía regresa con vida.
Esos hombres
armados están ahora en los matorrales y pueden acertarle a una
ardilla a cien metros de
distancia.
26
Se oyeron unas pisadas en el corredor. Dos personas venían
corriendo.
El alcalde dejó de mirar por la ventana y Webster dio media vuelta.
—¡Gramp! —gritó.
—Hola, Johnny —dijo Gramp, deteniéndose.
El que venía detrás de Gramp era un hombre joven, y traía algo en
la mano: un fajo de
papeles que agitaba ante él.
—¿Qué quieren? —preguntó el alcalde.
—Muchas cosas —dijo Gramp.
Esperó unos instantes, recuperando el aliento, y dijo
entrecortadamente:
—Le presento a mi amigo, Henry Adams.
—¿Adams? —preguntó el alcalde.
—Sí —dijo Gramp—. Su abuelo vivía en esta ciudad. En la calle
Veintisiete.
—Oh —dijo el alcalde como si alguien lo hubiese golpeado con un
ladrillo—. Se refiere a
F. J. Adams.
—Ha acertado —dijo Gramp—. Estuvimos juntos en la guerra. Solía
pasarse las noches
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