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Clifford D. Simak - Edocr

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flores. Era una canción de alegría que parecía querer quebrar la<br />

ardiente garganta, una<br />

canción que saltaba y corría dichosamente.<br />

Una calle limpia, soñolienta, y una orgullosa ciudad que había<br />

perdido su sentido. Una<br />

calle que debería estar colmada de risas de niños, murmullos de<br />

enamorados, y ancianos<br />

al sol. Una ciudad, la última ciudad de la Tierra, que debería estar<br />

llena de ruidos.<br />

Un pájaro cantaba, y un hombre, desde unos escalones, miraba los<br />

tulipanes que<br />

cabeceaban pacíficamente movidos por la brisa fragante que corría<br />

calle abajo.<br />

Webster se volvió hacia la puerta, la abrió, y entró en la casa.<br />

116<br />

En el cuarto había silencio y solemnidad. Parecía una catedral, con<br />

sus vidrios de<br />

colores, y sus blandas alfombras. En las viejas maderas se veía la<br />

pátina del tiempo, y en<br />

la plata y los bronces se reflejaba brevemente la luz que entraba por<br />

las estrechas<br />

ventanas. Sobre la chimenea colgaba el cuadro —de gran tamaño,<br />

de apagados<br />

colores— de una casa en una colina: una casa que se había<br />

enraizado en la tierra y<br />

aplastado contra ella con garras avarientas. De la chimenea salía<br />

humo; un humo tenue,<br />

golpeado por el viento, que atravesaba un cielo gris.<br />

226

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