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Clifford D. Simak - Edocr

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estado lejos, mucho, mucho tiempo, y luego volver al hogar. Ha<br />

pasado tanto tiempo que<br />

apenas se lo reconoce. Ya no se acuerda uno de los muebles, ni de<br />

los dibujos del suelo.<br />

Pero uno siente que es un sitio familiar y se alegra de haber vuelto.<br />

—Me gusta estar aquí —dijo Ebenezer, refiriéndose al regazo de<br />

Webster; pero el<br />

hombre no lo entendió.<br />

—Claro, es natural —dijo—. La casa es tan tuya como mía. Es más<br />

tuya, en realidad,<br />

pues te quedaste aquí y la cuidaste, y en cambio yo la había<br />

olvidado —acarició la<br />

cabeza de Ebenezer y le tiró de las orejas—. ¿Cómo te llamas? —<br />

preguntó.<br />

—Ebenezer.<br />

—¿Y qué haces tú, Ebenezer?<br />

—Escucho.<br />

—¿Escuchas?<br />

—Sí, ése es mi trabajo. Escucho a los duendes.<br />

—¿Y los oyes?<br />

—A veces. No sirvo mucho para eso. Me distraigo pensando en los<br />

conejos y no presto<br />

atención.<br />

—¿Y qué hacen los duendes?<br />

—Muchas cosas. A veces se pasean, y otras tropiezan unos con<br />

otros. Y de vez en<br />

cuando hablan. Pero casi siempre piensan.<br />

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