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Clifford D. Simak - Edocr

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John J. Webster dio media vuelta y abandonó la habitación.<br />

Afuera, en los anchos escalones de piedra, se detuvo, y miró<br />

fijamente el cielo sin nubes,<br />

observó las palomas que volaban entre las agujas y torrecillas del<br />

edificio municipal.<br />

Se sacudió mentalmente, como un perro que sale del agua.<br />

Había sido un tonto, por supuesto. Ahora tendría que buscar<br />

trabajo, y le costaría<br />

encontrar uno. Estaba ya un poco viejo para eso.<br />

Pero, a pesar de todo, una melodía le vino espontáneamente a los<br />

labios. Se alejó<br />

rápidamente emitiendo un silencioso silbido.<br />

No más hipocresías. No más noches de insomnio, de preguntarse<br />

qué hacer... sabiendo<br />

que la ciudad había muerto, sabiendo que todos sus afanes eran<br />

inútiles, sintiéndose un<br />

tonto que aceptaba un salario que no merecía. Sintiendo la curiosa<br />

y airada frustración de<br />

un hombre que sabe que su trabajo es improductivo.<br />

Se encaminó hacia el aeródromo, en busca de su helicóptero.<br />

Ahora, se dijo, podrían quizá mudarse al campo, tal como lo<br />

deseaba Betty. Quizá podría<br />

pasarse las tardes paseando por tierras de su propiedad. Un lugar<br />

con un arroyo. Sí,<br />

tenía que haber un arroyo con truchas.<br />

Anotó mentalmente que debía visitar el altillo y revisar su equipo de<br />

pesca.<br />

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