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Clifford D. Simak - Edocr

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—No mientras tú estés cerca —dijo Ebenezer—, y además me<br />

conoce. Recuerda el<br />

último invierno. Pertenece al rebaño que alimentamos.<br />

El lobo se adelantó lenta y cautelosamente, paso a paso, hasta que<br />

entre él y el perro no<br />

hubo más de medio metro. Luego puso el conejo en el suelo y lo<br />

empujó hacia adelante<br />

con el hocico.<br />

Sombra emitió un ruidito entrecortado.<br />

—¡Te lo está ofreciendo!<br />

—Ya sé —dijo Ebenezer con calma—. Ya te he dicho que me<br />

recuerda. Es el que tenía<br />

una oreja helada. Jenkins lo curó.<br />

El perro dio un paso adelante, moviendo la cola, con el hocico<br />

levantado. El lobo se<br />

endureció un momento. Luego bajó la fea cabeza y aspiró por la<br />

nariz. Durante un<br />

segundo se frotaron los dos hocicos. En seguida el lobo retrocedió.<br />

—Vámonos —urgió Sombra—. Tú camina delante y yo cubriré la<br />

retirada. Si el lobo<br />

intenta algo...<br />

—No lo intentará —dijo Ebenezer—. Es amigo nuestro. Lo del<br />

conejo no es culpa suya.<br />

No comprende. Es su modo de vivir. Para él un conejo es sólo un<br />

trozo de carne.<br />

De la misma manera, pensó, fue una vez para nosotros. Como fue<br />

para nosotros antes<br />

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