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Clifford D. Simak - Edocr

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Pero el hombre se había ido, y no había más luces. Los robots no<br />

las necesitaban, pues<br />

podían ver en la oscuridad, como Jenkins ahora si lo hubiese<br />

deseado. Y los castillos de<br />

los mutantes eran tan oscuros de noche como temibles durante el<br />

día.<br />

Ahora el hombre había vuelto. Un hombre. Había vuelto, pero<br />

probablemente se iría otra<br />

vez. Había dormido unas pocas noches en el dormitorio principal del<br />

segundo piso, y<br />

pronto volvería a Ginebra. Había paseado por las viejas y olvidadas<br />

hectáreas del otro<br />

lado del río y había rumiado los libros que cubrían las paredes del<br />

estudio. Y pronto<br />

volvería a irse.<br />

Jenkins dio media vuelta. Tengo que ver cómo está. Tengo que<br />

averiguar si necesita<br />

algo. Quizá quiera una bebida, aunque temo que el whisky esté<br />

estropeado. Mil años son<br />

muchos para una botella de whisky.<br />

136<br />

El robot cruzó la habitación y una cálida paz descendió sobre él, la<br />

paz íntima de los<br />

viejos tiempos, cuando corría, feliz como un cachorro, a cumplir con<br />

sus deberes.<br />

Mientras iba hacia la escalera canturreó, en una clave menor, una<br />

canción.<br />

Miraría, y si Jon Webster estaba dormido, se iría en seguida, pero si<br />

no lo estaba,<br />

263

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