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Clifford D. Simak - Edocr

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Pues sintió el terror que dominaba la mente de aquella criatura<br />

apenas visible, un terror<br />

que se abría paso a través del odio del hombre que se adelantaba<br />

hacia la babeante<br />

burbuja de sombra. Era un terror agazapado y una necesidad<br />

imperiosa, la necesidad de<br />

encontrar, de recordar.<br />

El hombre alcanzaba casi a la sombra, caminando muy tieso y<br />

erguido, un hombre con un<br />

cuerpo diminuto y puños ridículos, y coraje. Coraje, pensó Jenkins,<br />

como para desafiar al<br />

mismo infierno, como para lanzarse de cabeza a los abismos y<br />

gritarle una broma<br />

obscena y fantástica al guardián de los condenados. De pronto la<br />

criatura encontró,<br />

encontró lo que buscaba, supo qué tenía que hacer. Jenkins sintió<br />

la marea de alivio que<br />

inundaba a la criatura, escuchó aquello, en parte palabras, en parte<br />

símbolos, en parte<br />

pensamientos. Como un encantamiento, como una fórmula mágica,<br />

pero no del todo. Un<br />

ejercicio mental, un pensamiento que gobernaba el cuerpo. Eso era<br />

quizá.<br />

Pues dio resultado.<br />

La criatura desapareció, salió del mundo.<br />

No dejó rastros. No quedaron ni las vibraciones de su ser. Como si<br />

nunca hubiese<br />

existido.<br />

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