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Clifford D. Simak - Edocr

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Había una ciudad, y el nombre de la ciudad era Ginebra.<br />

Unos hombres vivían en la ciudad, pero sus vidas no tenían sentido.<br />

Los perros vivían fuera de la ciudad... en todo el mundo, fuera de la<br />

ciudad. La vida de los<br />

perros tenía sentido. Los perros alimentaban un sueño.<br />

Sara había subido por la colina en busca de un siglo de sueños.<br />

Y yo... yo, pensó Jon Webster, subí por la colina en busca de<br />

eternidad. Y esto no es la<br />

eternidad.<br />

—Soy Jenkins, Jon Webster.<br />

—Sí, Jenkins —dijo Jon Webster, y sin embargo no lo dijo, no con<br />

los labios, la garganta<br />

y el pecho, pues sentía el fluido que envolvía su cuerpo. El fluido<br />

que lo alimentaba e<br />

impedía que se deshidratara. Un fluido que le sellaba los labios, los<br />

ojos, y los oídos.<br />

—Sí, Jenkins —dijo Webster mentalmente—. Te recuerdo. Te<br />

recuerdo ahora. Estuviste<br />

con la familia desde un principio. Nos ayudaste a educar a los<br />

perros. Seguiste con ellos<br />

cuando la familia ya no existía.<br />

—Sigo todavía con ellos —dijo Jenkins.<br />

—Busqué la eternidad —dijo Webster—. Cerré la ciudad y busqué<br />

la eternidad.<br />

—Nos preguntamos muchas veces —dijo Jenkins— por qué habría<br />

cerrado Ginebra.<br />

—Los perros —dijo la mente de Webster—. Los perros debían tener<br />

su posibilidad. El<br />

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