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Clifford D. Simak - Edocr

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—Cualquiera puede salir al espacio —dijo Clayborne—. No es como<br />

antes. Las<br />

condiciones del viaje pueden cambiarse a voluntad.<br />

—Pero usted no entiende —protestó Webster—. Usted...<br />

—No, no entiendo —dijo Clayborne—. De verdad, no lo entiendo.<br />

Que alguien pueda<br />

rehusar a salvarle la vida a un amigo...<br />

Los dos hombres se miraron fijamente un largo rato, sin hablar.<br />

—Bien, le diré al Comité que envíen la nave directamente a su casa<br />

—dijo Clayborne por<br />

último—. Espero que para ese entonces ya se haya decidido usted.<br />

44<br />

Clayborne se desvaneció y la pared apareció de nuevo; la pared y<br />

los libros, la chimenea<br />

y los cuadros, los muebles tan queridos, la promesa de la primavera<br />

que entraba por la<br />

ventana.<br />

Webster se quedó helado en la silla, con los ojos clavados en la<br />

pared.<br />

Juwain, su cara velluda y arrugada, el murmullo sibilante, su<br />

amistad y comprensión.<br />

Juwain, que había tomado entre sus manos la materia de los<br />

sueños y la había moldeado<br />

hasta convertirla en lógica, en reglas de vida y conducta. Juwain,<br />

que había dado a la<br />

filosofía el carácter de un instrumento, una ciencia, un escalón hacia<br />

una vida mejor.<br />

85

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