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Clifford D. Simak - Edocr

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daba cuenta de lo estropeado y gastado que estaba el cuerpo viejo.<br />

No era muy bueno<br />

realmente, aunque en aquellos días no se podía hacer nada mejor.<br />

La técnica es algo<br />

maravilloso. Cuántas posibilidades encierra.<br />

Habían sido los robots, por supuesto. Los robots salvajes. Los<br />

perros les habían pedido<br />

que hiciesen el cuerpo. No los trataban mucho. No los molestaban<br />

tampoco. Pero los<br />

robots no interferían en los asuntos de los demás, no eran<br />

entrometidos.<br />

Un conejo se movía en su madriguera... y Jenkins lo sabia. Un coatí<br />

hacía un paseo<br />

nocturno. Y Jenkins también lo sabía. Percibía claramente la<br />

encendida curiosidad que<br />

animaba el cerebro del animal, detrás de aquellos ojos que lo<br />

miraban desde el macizo<br />

de arbustos. Y a la izquierda, encogido bajo un árbol, dormía un<br />

oso, y soñaba, soñaba<br />

glotonamente con un panal de miel, y los peces del arroyo y las<br />

hormigas bajo una<br />

piedra.<br />

160<br />

Era sorprendente, pero natural. Tan natural como levantar un pie<br />

para dar un paso, tan<br />

natural como oír. Pero esto no era oír, ni ver. Ni siquiera imaginar.<br />

Pues Jenkins sabía<br />

con una certeza fría e indiscutible que el conejo estaba en su<br />

madriguera, y el coatí entre<br />

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