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murphy,jerome - pabl.. - 10

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188 PABLO, SU HISTORIA<br />

divino fuera cierta, no hace falta decir que no servía muy<br />

bien como garantía. ¿Habría concedido Pablo el trato<br />

que él se arrogaba a cualquier extraño que se le presentara<br />

en medio del camino diciendo que se había encontrado<br />

con Cristo? ¿Cómo podría verificarse la afirmación de ese<br />

individuo? ¿Y la suya propia?<br />

Pablo pudo sentirse tentado de defenderse diciendo<br />

a sus enemigos en el seno de la Iglesia que comprobaran<br />

su afirmación hablando con el propio Cristo, mediante<br />

la oración. Si pensó eso, lo cierto es que no lo dijo. De<br />

hecho, tenía preparada una respuesta muy convincente:<br />

«Mi carta sois vosotros, carta escrita en nuestros corazones,<br />

conocida y leída por todos los hombres: pues es claro<br />

que vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí,<br />

y escrita, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo:<br />

no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, en<br />

vuestros corazones» (2Cor 3,3). En otras palabras, la respuesta<br />

que Pablo daba a sus correligionarios más críticos<br />

con su persona era una simple invitación a que hicieran<br />

una prueba práctica: ved lo que soy y luego ved lo que he<br />

conseguido.<br />

No había proporción cabal entre la causa aparente (un<br />

judío extranjero que vivía de hacer trabajos manuales)<br />

y el efecto logrado (comunidades llenas de vitalidad y<br />

dinamismo arraigadas en importantes núcleos urbanos<br />

cuyos miembros habían sido transformados de forma efectiva).<br />

La discrepancia era evidente y sólo dejaba de verse<br />

cuando uno aceptaba que Pablo no era causa del logro,<br />

sino el ayudante de Dios (ICor 3,9). «Pero llevamos este<br />

tesoro en vasijas de barro, para que aparezca claro que esta<br />

pujanza extraordinaria viene de Dios y no de nosotros»<br />

(2Cor 4,7). Así, Pablo se mostraba como manifestación<br />

visible de la gracia divina, lo cual le acreditaba para pro-<br />

ANTIOQUIA Y JERUSALÉN 189<br />

clamar el verdadero evangelio. Dios no iba a emplear a un<br />

mentiroso egoísta.<br />

Pablo no tenía ningún problema si le pedían pruebas<br />

de su condición de apóstol. Se identificaba muy bien con<br />

su interrogador cuando surgía el tema. El escepticismo,<br />

entendido de forma saludable, constituía una parte integral<br />

de su carácter, y, por tanto, sabía apreciar la cualidad<br />

en los demás. Cuando alguien hacía una afirmación de<br />

esa índole, Pablo exigía sin ambages: «¡Muéstramelo!».<br />

Así, si la gracia divina no se manifestaba claramente,<br />

entonces es que no existía. Los dones del Espíritu tenían<br />

que ser evidentes para que aquel los reconociera. Razón<br />

por la cual nunca designaba líderes en las comunidades<br />

que fundaba. Los creyentes podían arrogarse el puesto si<br />

primero demostraban que podían dirigir a la comunidad<br />

de forma eficiente. «Hermanos, os pedimos que tengáis<br />

consideración con los que trabajan entre vosotros y en el<br />

nombre del Señor os dirigen y amonestan. Corresponded<br />

a sus desvelos con amor siempre creciente. Vivid en paz<br />

entre vosotros» (lTes 5,12-13; cf ICor 16,15-16).<br />

La ley como rival de Cristo<br />

El otro cambio fundamental que obró la crisis de Antioquía<br />

afectaba a la actitud de Pablo hacia la ley. Ya se ha dicho<br />

que la actitud de Pablo hacia la ley mosaica pasó por tres<br />

estadios distintos. La ambivalencia de su actitud cuando<br />

era adolescente, en Tarso, dio paso al compromiso total que<br />

adquirió el joven fariseo en Jerusalén. A su vez, esa actitud<br />

dio paso a la tolerancia con que permitía a sus judíos conversos<br />

seguir sus costumbres étnicas, si bien, ya por entonces,<br />

Pablo negaba la autoridad salvadora de la ley.

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