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272 PABLO, SU HISTORIA<br />
debió parecerle interminable a medida que su cerebro iba<br />
fantaseando con la situación que se iba a encontrar en<br />
Corinto. La única forma que Pablo tenía de combatir esta<br />
inquietud era sopesar diferentes estrategias posibles. No<br />
podía imaginarse a sí mismo triunfando sobre sus enemigos<br />
(formulando brillantes argumentos con que derrotar<br />
a la delegación judaizante y confirmar así su posición<br />
entre los corintios) durante más de cinco minutos. Al<br />
final siempre volvía el fantasma de la derrota. Si perdía<br />
Corinto, los adversarios habrían completado el círculo.<br />
Efeso y sus iglesias filiales en Asia tampoco podrían resistir<br />
mucho tiempo. El futuro de la iglesia de los gentiles<br />
estaba en juego.<br />
Conflicto en Corinto<br />
El estado mental de Pablo a su llegada a Corinto es fácil<br />
de imaginar. Ira justificada, miedo paralizante y autocompasión<br />
lacrimógena se sucederían en la conciencia<br />
de nuestro protagonista. La proliferación de unos pensamientos<br />
tan confusos y generalizados a buen seguro que<br />
no mejoraron las habilidades retóricas del apóstol durante<br />
el primer encuentro que tuvo con los máximos dirigentes<br />
de la delegación de Antioquía. La línea argumental que<br />
adoptaron dichos dirigentes sería seguramente parecida a<br />
la que ya adoptaron en Galacia. Pablo, afirmaban los delegados,<br />
era un representante deshonesto de la iglesia que<br />
había sido enviado a proclamar la fe común de todos los<br />
cristianos. Pero Pablo traicionó el encargo que se le había<br />
encomendado y se dedicó a promulgar sus propias ideas,<br />
no las del evangelio. El tono despectivo con que se proferirían<br />
las acusaciones elevaba la injuria a la categoría de<br />
CONVERSACIONES CON CORINTO 273<br />
insulto. Pablo no deja duda alguna de que él mismo fue<br />
profundamente humillado, y su autoridad fue desafiada<br />
del modo más radical posible 6 .<br />
Pero lo que más le perturbó fue la actitud de los<br />
corintios: su negativa a apoyarle le hirió de la forma más<br />
profunda. Desde la perspectiva de un observador, esta<br />
circunstancia no debía parecer tan desconcertante como<br />
le pareció a Pablo. La actitud de la iglesia de Antioquía<br />
era irrelevante en lo que concierne a los corintios. Estos<br />
tenían confianza en su propia identidad, y habían absorbido<br />
las enseñanzas de Pablo sólo porque se consideraban<br />
iglesia autónoma del resto. La idea de estar afiliados a<br />
una iglesia remota de oriente les debió parecer un tanto<br />
ridicula. A los conversos corintios no les importaba nada<br />
que Jerusalén hubiera conseguido imponer sus tesis cristianas<br />
a la iglesia de Antioquía. Es posible que a Pablo sí<br />
le importara, pero en ese caso, el apóstol podría discutir<br />
el asunto con el intruso a nivel personal.<br />
Como es natural, Pablo no veía las cosas de la misma<br />
manera. Su vanidad había sido seriamente atacada.<br />
Aquellos a quienes Pablo había engendrado por medio<br />
del evangelio (ICor 4,15) deberían preferirle a él por<br />
encima de los demás. Además, la «neutralidad» de los<br />
corintios inducía a la sospecha, por parte del apóstol, de<br />
que los fieles corintios estaban preparados y dispuestos<br />
a escuchar a los judaizantes. Pablo pidió a los corintios<br />
que rechazaran de pleno a la delegación judaizante. A lo<br />
que estos replicaron que nadie debía ser condenado sin<br />
ser oído antes. Esto era precisamente lo que intentaba<br />
evitar Pablo. El informe de Galacia le había revelado el<br />
6 Los argumentos que sostienen esta reconstrucción de los hechos se hallan en<br />
C. K. BARRETT, HO adikesas (2Cor 7,12), en O. BOCHER-K. HAACKER (eds.), Verborum<br />
Veritas: Festschriftfiir Gustav Stalin, Brochaus, Wuppertal 1970, 149-157.