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364 PABLO, SU HISTORIA<br />
discreción no representaba más que el primer paso hacia<br />
la apostasía. La audacia a la hora de difundir el evangelio<br />
era, según Pablo, el camino para devolver la moral y el<br />
coraje a una comunidad desesperanzada.<br />
Pero los cristianos de Roma no estaban muy por la<br />
labor de comportarse con la audacia de Pablo. Lo último<br />
que querían era volver a estar en el punto de mira de las<br />
iras imperiales. A ojos de los creyentes romanos, Pablo<br />
era un extranjero alborotador. Ya habían experimentado<br />
su intransigencia con el asunto de la misión en España y<br />
ahora se temían que el apóstol iba a seguir haciendo caso<br />
omiso de las protestas de los locales, por mucha razón<br />
que estos tuvieran. Roma era su iglesia. Ellos eran los<br />
que sufrían. Sólo ellos eran responsables de determinar la<br />
estrategia para recuperar el terreno perdido. La arrogancia<br />
de un individuo que asumía el papel de líder de la iglesia<br />
romana sin consultar a los cristianos autóctonos, llevaba<br />
implícito el mensaje de que dichos creyentes eran unos<br />
auténticos cobardes.<br />
El grado de resentimiento que sentían los romanos por<br />
Pablo se revela en el hecho de que el apóstol acabó siendo<br />
arrestado. Y cuando este tuvo que comparecer ante el<br />
magistrado por primera vez, nadie acudió para apoyarlo<br />
con su presencia o sus oraciones (2Tim 4,16).<br />
El propósito de la vista preliminar era determinar la<br />
identidad del acusado y la validez general de los cargos<br />
que se imputaban contra él. La vista preliminar era<br />
pública, e incluso se permitía que los partidarios del acusado<br />
animaran, aconsejaran o testificaran a favor de él. Si<br />
algún ciudadano de notable reputación hablaba bien en<br />
público del acusado, había probabilidades de que fuera<br />
puesto en libertad, especialmente si parecía que la acusación<br />
había actuado con malicia.<br />
LOS ÚLTIMOS AÑOS 365<br />
Pero Pablo no tenía parientes, amigos o siquiera contactos<br />
comerciales que lo identificaran, lo cual despertó<br />
las sospechas del magistrado. Como cristiano confeso, ¿no<br />
habría venido Pablo a Roma para vengarse del emperador<br />
por el trato que aquel había dispensado a sus correligionarios?<br />
Si Pablo, pensaba el magistrado, tuviera contacto<br />
con aquellos miembros de la nobleza que intentaban<br />
librarse de Nerón, es posible que el fanático asesino llegara<br />
a obtener el apoyo logístico suficiente para llevar a cabo su<br />
infamia. Sólo contando con esos dos razonamientos, cualquier<br />
magistrado prudente ya habría hecho dos cosas: en<br />
primer lugar, retener al prisionero hasta que la situación<br />
estuviera totalmente clara y, en segundo, pedir consejo a<br />
sus superiores para comprender las implicaciones políticas<br />
del caso antes de tomar cualquier decisión.<br />
Encadenado como un criminal<br />
Como consecuencia, Pablo fue encadenado como «un<br />
criminal» (2Tim 2,9). La expresión del apóstol acaso dé<br />
a entender que las condiciones de su encarcelamiento<br />
fueron algo más duras que en las ocasiones anteriores.<br />
Ahora bien, tampoco debe olvidarse que Pablo seguía disfrutando<br />
de las ventajas de poder recibir visitas y escribir<br />
cartas, como ya ocurriera durante el cautiverio de nuestro<br />
protagonista en Efeso.<br />
Poco debe sorprendernos que ningún cristiano romano<br />
visitara a Pablo durante su cautiverio. Es evidente que<br />
aquellos querían distanciarse lo más posible del apóstol.<br />
Esa era la actitud más sensata y prudente. Esta circunstancia<br />
contrasta sobremanera con el coraje que demostró<br />
uno de los pocos cristianos que sí fueron a visitar a Pablo: