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292 PABLO, SU HISTORIA<br />
pensar en un salvador sobrehumano que viniera del cielo,<br />
«el señor de la gloria» (ICor 2,8). Pablo no podía aceptar<br />
esta separación entre Jesús y Cristo, pues, como bien dijo<br />
uno de sus primeros comentaristas, Jesús es la verdad de<br />
Cristo (Ef 4,21). Sólo un ser de carne y hueso, situado en<br />
un espacio y un tiempo concretos, podía demostrar las<br />
posibilidades reales inherentes a la humanidad redimida<br />
que se proclaman en el evangelio. A menos que el ideal<br />
se haga carne, seguirá siendo una posibilidad teórica más,<br />
bella de contemplar, pero sin ninguna garantía de poder<br />
convertirse en realidad. Así, Pablo tuvo que insistir en la<br />
idea de que Jesús no sólo hablaba del amor, sino que lo<br />
encarnaba.<br />
La forma de morir de Cristo era, para Pablo, la demostración<br />
elemental del amor de Cristo por la humanidad.<br />
Así, aunque la tradición apostólica de la iglesia antigua<br />
hablara sólo de la muerte de Jesús, Pablo sostenía, de<br />
forma coherente, que Jesús murió de un modo particularmente<br />
horrible, si bien también reconocía que un<br />
Cristo crucificado era un «escándalo para los judíos y una<br />
locura para los paganos» (ICor 1,23). El grupo espiritual<br />
prefería apartar su mente de esta dimensión; no podía ser<br />
integrada en ningún enfoque filosófico de la religión. Sin<br />
duda los judaizantes cooperaron a ello. Podían afirmar,<br />
de forma perfectamente justificada, que el énfasis que<br />
ponía Pablo en la muerte de Cristo era, lisa y llanamente,<br />
excepcional. Es más, la adaptación del conjunto a lo<br />
que el grupo espiritual esperaba de los líderes religiosos<br />
implicaba un modo de vida mucho más compatible con<br />
el de un «Señor de la gloria» que con el de un criminal<br />
torturado.<br />
Estas actitudes obligaron a Pablo a defender tanto su<br />
ministerio como la historicidad de Jesús. Se hacía nece-<br />
MACEDONIA E ILIRIA 293<br />
sario un enfoque integral y su búsqueda llevó a Pablo a<br />
explorar una nueva dimensión de su discurso. Al reflexionar<br />
sobre las condiciones del ministerio de Jesús, Pablo<br />
entendió la relevancia de su propia situación. En el proceso,<br />
Pablo le dio mayor profundidad a su comprensión<br />
del evangelio de Cristo, aquel que se refleja en la tradición<br />
evangélica.<br />
La forma en que se desarrolló el ministerio de Cristo<br />
venía determinada por Dios: «Al que no conoció pecado,<br />
le hizo pecado en lugar nuestro para que nosotros seamos<br />
en él justicia de Dios» (2Cor 5,21). En otras palabras,<br />
Dios quería que Cristo estuviera sujeto a las consecuencias<br />
del pecado. Jesús estaba tan integrado en la «humanidad<br />
que necesita salvación» que aguantó los castigos inherentes<br />
a su pertenencia en la humanidad «caída». Jesús salvó<br />
a la humanidad desde dentro aceptando su condición y<br />
transformándola. Se convirtió en los demás seres humanos<br />
para revelarles el potencial de aquello en lo que podían<br />
convertirse. Por eso sufrió, como sufren otros y murió<br />
como mueren otros, incluso aunque nunca mereciera<br />
dichas aflicciones.<br />
Si 2Cor 5,21 enfatiza el plan divino, otros textos enfatizan<br />
la libertad con la que Cristo cooperó: «[Cristo] se<br />
hizo pobre por vosotros» (2Cor 8,9) y la razón de su elección:<br />
«Uno murió por todos» (2Cor 5,14). Su vida y su<br />
muerte constituyeron un deliberado sacrificio del yo, un<br />
sacrificio del que se pudieran beneficiar los demás. La lección<br />
fundamental del auto-sacrificio de Cristo es que «los<br />
que viven no vivan para sí» (2Cor 5,15). Antes de Cristo,<br />
se daba por supuesto que los objetivos primordiales de la<br />
humanidad eran la supervivencia, la comodidad y el éxito.<br />
A la luz del radical altruismo de Cristo, ya sólo se puede<br />
entender ese modo de vida como la «muerte» encarnada