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murphy,jerome - pabl.. - 10

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60 PABLO, SU HISTORIA<br />

todo, debía haber algo en la personalidad de Pablo que<br />

impelía a sus nuevos conversos a hablar sobre Jesucristo.<br />

Una salida apresurada<br />

La tranquila vida que Pablo llevaba en Damasco llegó a<br />

su fin bruscamente a finales del año 37 d.C. El emperador<br />

Tiberio había muerto el 16 de marzo de ese año y<br />

le sucedió Cayo, más conocido como Calígula («botas<br />

pequeñas»). Calígula cambió de inmediato la política que<br />

su predecesor había aplicado con respecto a la frontera<br />

oriental del Imperio. Tiberio había confiado en la buena<br />

organización de las provincias romanas, en lugar de en<br />

reinos dependientes. Esta última opción sólo tenía cabida<br />

en el Imperio si los reyes declaraban su fidelidad eterna<br />

al gobierno de Roma, caso, por ejemplo, de Herodes el<br />

Grande. A Cayo, por el contrario, no le preocupaba poder<br />

o no fiarse de los reyes, por eso levantó reinos enteros para<br />

sus amigos a partir de terrenos fronterizos.<br />

Cayo tenía que agradecer mucho a los habitantes de<br />

Nabatea, pues no en vano ellos constituyeron uno de los<br />

pueblos que con más ahínco apoyaron a su padre (Germánico)<br />

en sus enfrentamientos con Cneo Calpurnio<br />

Pisón, el todopoderoso gobernador de Siria. Cayo, que<br />

por entonces tenía siete años, presenció la muerte de su<br />

padre (supuestamente envenenado por Pisón) en Antioquía<br />

(19 d.C). Si había alguna ciudad que los habitantes<br />

de Nabatea más desearan, era Damasco, es decir, el mejor<br />

enclave para dominar las rutas comerciales más importantes.<br />

Cuando Damasco pasó a manos nabateas, Pablo se<br />

vio acorralado por un peligro que no había previsto. «En<br />

Damasco, el gobernador del rey Aretas montó guardia en<br />

CONVERSIÓN Y SUS CONSECUENCIAS 61<br />

la ciudad de los damascenos para prenderme y por una<br />

ventana fui descolgado muro abajo en un canasto, y así<br />

escapé de sus manos» (2Cor 11,32-33).<br />

Este último incidente resulta de lo más curioso. El<br />

lapso de tiempo deja claro que Roma no tenía intención<br />

de reprender a Aretas por iniciar la guerra contra Herodes<br />

Antipas. Pero es que, además, Tiberio había muerto y el<br />

nuevo emperador Cayo era amigo de los nabateos. Toda la<br />

preocupación que había llevado a los nabateos a considerar<br />

a Pablo como un provocador judío se había disipado.<br />

No había razón para que el representante de Aretas actuara<br />

contra Pablo. Esta circunstancia nos obliga a preguntarnos<br />

si Pablo no estaba exagerando un poquito la situación de<br />

peligro. Es bastante probable que supusiera que todavía le<br />

perseguían los árabes y que tomara por tanto precauciones<br />

para poder seguir predicando en otro sitio. En ese caso, el<br />

único peligro que le acechaba en su dramática huida era,<br />

simplemente, la fragilidad de la cuerda.<br />

Pedro y Jesús<br />

Tras abandonar Damasco para siempre, Pablo se dirigió de<br />

nuevo a Jerusalén. Dada la importancia que atribuía a su<br />

misión entre los gentiles, lo lógico habría sido que Pablo<br />

se dirigiera hacia el territorio virgen del noroeste, a las<br />

grandes ciudades paganas de la costa mediterránea. Pero<br />

como hizo lo contrario, es de suponer que se vio impelido<br />

por argumentos muy racionales.<br />

Por razones que se harán evidentes cuando hable de<br />

la Carta a los gálatas, Pablo utiliza conscientemente un<br />

verbo ambiguo para explicar los motivos que tenía para ir<br />

a Jerusalén. Pablo esperaba que sus lectores entendieran el

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