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murphy,jerome - pabl.. - 10

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94<br />

PABLO, SU HISTORIA<br />

camino más fácil acusando del robo a un extranjero sin<br />

conocidos en la zona.<br />

El origen del concepto de pecado de Pablo<br />

Esta breve descripción generalizada es válida para aquella<br />

parte del mundo grecorromano en la cual vivió Pablo:<br />

es decir, para las provincias de Siria, Asia, Macedonia y<br />

Acaya. No hace falta mucha imaginación para vislumbrar<br />

los conflictos internos que debía provocar en él un<br />

ambiente como el que acabo de describir. Por su conversión,<br />

Pablo se había hecho seguidor de Jesús, aquel que<br />

había dado su vida por la salvación de la humanidad. Ese<br />

modo de existencia orientado hacia los demás se convirtió<br />

en el ideal de Pablo. Su objetivo consistía en transparentar<br />

ese modo de vida a través de su propio comportamiento:<br />

«Llevamos siempre y por doquier en el cuerpo los sufrimientos<br />

de muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se<br />

manifieste también en nosotros» (2Cor 4,<strong>10</strong>).<br />

Aun así, cada ruta que pisaba le obligaba a preocuparse<br />

por su seguridad personal. Cada posada que visitaba le<br />

hacía considerar a los demás como potenciales ladrones,<br />

aunque sólo fuera porque tenía que tomar precauciones<br />

para proteger las preciosas herramientas de las cuales<br />

dependía su vida. Las circunstancias conspiraban contra<br />

él y empujaban a su yo contra el centro de su conciencia,<br />

pero él quería concentrarse en la realidad del otro, no de sí<br />

mismo. Su vida se convirtió en una lucha perpetua contra<br />

el insidioso egocentrismo.<br />

Es en ese conflicto personal donde encontramos las<br />

raíces de la concepción que Pablo tenía del pecado.<br />

Cuando dice que «tanto los judíos como los paganos están<br />

APRENDIZAJE EN ANTIOQUÍA 9í<br />

bajo [el poder del] pecado» (Rom 3,9), Pablo habla de<br />

algo más que de un hecho pecaminoso personal. Es evidente<br />

que el pecado, en estos textos, sirve como símbolo<br />

o mito para expresar un mundo en el cual los individuos<br />

están obligados a ser otra cosa distinta de lo que en verdad<br />

quieren ser. El auténtico yo está siempre alienado (Rom<br />

7,20). Por su experiencia como misionero errante, Pablo<br />

aprendió que la gente no era egoísta porque eligiera ser<br />

egoísta, sino más bien porque uno está obligado a ponerse<br />

por delante de los demás para sobrevivir. Su modo de conducta<br />

está dictado por una irresistible presión social. Está<br />

controlado por una fuerza mayor que cualquier fuerza<br />

individual: el sistema de valores que se ha desarrollado<br />

en las sociedades. El poder de este sistema se hizo patente<br />

en Pablo por la dificultad que experimentaba al ser fiel<br />

al modelo de Jesucristo (ICor 11,1). De ahí su grito de<br />

angustia: «¿Quién desfallece que yo no desfallezca? ¿Quién<br />

se escandaliza que yo no me indigne?» (2Cor 11,29).<br />

Además de este pequeño vistazo a los factores que<br />

impiden a la gente vivir sus aspiraciones («puedo desear<br />

lo que es bueno, pero no puedo hacerlo» [Rom 7,18]),<br />

Pablo aprendió otra importante lección durante sus viajes.<br />

Descubrió que la cooperación era indispensable para la<br />

supervivencia. Sólo una caravana fuerte y bien organizada<br />

podía moverse con seguridad por territorios de bandidos o<br />

por áreas donde camparan animales salvajes. La protección<br />

recíproca («todos para uno y uno para todos») significaba<br />

que nadie, en un grupo de amigos, podía permitirse el<br />

lujo de ser egocéntrico. En lugar de cuidarse uno mismo,<br />

cada uno tenía que cuidar de otro. En una posada, Pablo<br />

no tenía que preocuparse por la seguridad de sus herramientas<br />

mientras iba a tomar un baño o a disfrutar de una<br />

comida, pues Timoteo se las cuidaba.

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