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murphy,jerome - pabl.. - 10

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50<br />

PABLO, SU HISTORIA<br />

la época de la ley se había terminado. Los preceptos que<br />

proponía la ley como requisitos previos a la salvación ya<br />

no tenían validez alguna. Los gentiles, por tanto, ya no se<br />

distinguían de los judíos en lo que se refería a la esperanza<br />

de la salvación. Ya no importaba la obediencia a la ley,<br />

sino la aceptación de Jesús. El Mesías no era sólo de los<br />

judíos, era Señor del mundo entero.<br />

Pablo corroboró esta deducción racional por su propia<br />

experiencia. Se había opuesto a Jesús en nombre de la<br />

ley, pero se le había concedido la gracia. Su aceptación de<br />

Jesús no dependía, en modo alguno, de su obediencia a la<br />

ley, era, más bien, un acto subversivo contra la ley. De ese<br />

modo, Pablo pudo inferir que la gracia se ofrecía también<br />

a los paganos que habían sido excluidos de la ley.<br />

Estas dos ideas se fundieron en la mente de Pablo.<br />

«Pero cuando Dios, que me había elegido desde el vientre<br />

de mi madre, me llamó por su gracia, y me dio a conocer a<br />

su Hijo para que yo lo anunciara entre los paganos inmediatamente<br />

sin consultar a nadie» (Gal 1,15-16). Pablo<br />

entendía que la sumisión a Cristo traía consigo el deber de<br />

proclamarlo como el Hijo de Dios en el mundo pagano.<br />

Misión en Arabia<br />

Aunque el encuentro con Jesús lo dejó impresionado,<br />

Pablo se las arregló para llegar a Damasco. Allí se puso en<br />

contacto con la comunidad cristiana. No es descabellado<br />

pensar que los cristianos de Damasco recibieran noticias<br />

de la persecución a la que Pablo había sometido a sus<br />

correligionarios de Jerusalén, pero debieron olvidar la circunstancia<br />

tan pronto como Pablo confesara su aceptación<br />

de Cristo como Mesías salvador en los mismos términos<br />

CONVERSIÓN Y SUS CONSECUENCIAS 51<br />

en que aquellos lo habían aceptado. Pablo debió de sentirse<br />

como en casa al encontrarse con otras personas que<br />

habían tenido la misma experiencia que había tenido él.<br />

Pero no disfrutó mucho de esa comodidad. El mismo nos<br />

informa de que su primera decisión tras la conversión fue<br />

ir a «Arabia» (Gal 1,17).<br />

Los geógrafos de la antigüedad designaban con el<br />

nombre de Arabia a la actual Arabia Saudí, es decir,<br />

aproximadamente la enorme masa de tierra que se halla<br />

entre el Mar Rojo y el Golfo Pérsico. No obstante, en<br />

la práctica, un judío de Jerusalén en el siglo I utilizaría<br />

el nombre Arabia para referirse a una zona mucho más<br />

restringida de esa enorme área: concretamente, al actual<br />

reino de Jordania y a las dos costas del Golfo de Aqaba, es<br />

decir, al territorio de Nabatea, cuyo rey, Aretas IV, reinaba<br />

desde Petra 4 .<br />

Los primeros años treinta d.C. no eran la mejor época<br />

para que un judío se aventurara a viajar por el norte de<br />

«Arabia». Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande,<br />

que había heredado el reino de Galilea, también reinaba<br />

sobre el territorio de Perea, que limitaba al sur con<br />

«Arabia». Las relaciones entre los judíos y los habitantes<br />

de Nabatea había sido, desde siempre, bastante tensa, pero<br />

Herodes Antipas llevó esas relaciones hasta un punto sin<br />

retorno cuando repudió a su mujer, la hija de Aretas IV.<br />

Aretas no estaba dispuesto a tolerar este insulto, de modo<br />

que se embarcó en una guerra contra Herodes, cuyo ejército<br />

destrozó antes de volver a su reino. Antipas, además,<br />

acabó quejándose al Gobierno de Roma.<br />

Aretas sabía, por experiencia propia, que el emperador<br />

Tiberio consideraba inaceptable cualquier cambio en la<br />

4 D. F. GRAF, Nabateans, en The Anchor Bible Dictionary IV, Doubleday, Nueva<br />

York 1992, 970-973.

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