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28 PABLO, SU HISTORIA<br />
El acueducto inferior abastecía al Templo y a la parte baja<br />
de la ciudad, mientras que el acueducto superior hacía lo<br />
propio con el palacio y la parte alta de la ciudad.<br />
Todos los edificios, grandes o pequeños, estaban construidos<br />
con piedra caliza de Jerusalén, que brilla mucho<br />
ante el reflejo de la luz. El sol modulaba el resplandor<br />
dorado de la ciudad de forma sutil. Y el brillo resplandeciente<br />
de la ciudad amurallada contrastaba vivamente con<br />
el paisaje yermo de los alrededores, un lugar cuyo rasgo<br />
más prominente eran las tumbas que allí se habían cavado.<br />
Los fértiles árboles del monte de los Olivos no hacían sino<br />
subrayar la ausencia de vida en el resto del terreno.<br />
Varios aspectos de Jerusalén ya resultaban familiares<br />
al joven Pablo. Este ya había visto edificios modernos y<br />
guarniciones romanas, tanto en Tarso como en Antioquía.<br />
Allí podían confundirse con el paisaje y parecer parte<br />
constituyente de la ciudad. Pero aquí, en Jerusalén, constituían<br />
una presencia extraña, un recordatorio constante de<br />
la sumisión del pueblo judío. Aun así, los romanos jamás<br />
quisieron restarle méritos a la implacable autoridad del<br />
Templo. La magnificencia con que lo construyó Herodes<br />
proclamaba, sin ambages, que aquel lugar era la casa del<br />
Señor, el hogar simbólico del Dios único y verdadero. Esta<br />
idea determinaba la ética de la ciudad. Le daba a Jerusalén<br />
un sentido de unidad sin parangón en otras ciudades,<br />
salvo, quizá, en Roma, donde el emperador se situaba por<br />
encima de cualquier competencia. Esta circunstancia no<br />
significaba que todos los habitantes de Jerusalén estuvieran<br />
de acuerdo en el modo como se debía servir a Dios. Si<br />
Pablo quería integrarse del todo, sin duda tenía que tomar<br />
ciertas decisiones.<br />
LOS AÑOS DE JUVENTUD 2S<br />
Un fariseo en la ciudad sagrada<br />
Pablo sólo tendría tiempo de reflexionar sobre su futuro<br />
una vez que la Pascua hubiera terminado, los peregrinos<br />
hubiesen desaparecido y Jerusalén volviera a su rutina<br />
diaria. Pablo nos cuenta entonces que se volvió un fariseo<br />
(Flp 3,5).<br />
Lucas hace que este suceso parezca bastante natural.<br />
Lo hace poniendo en boca de Pablo el famoso enunciado:<br />
«Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos» (He 23,6). En<br />
otras palabras, Pablo aceptó, lisa y llanamente, sin tomar<br />
ninguna decisión consciente, la religión que le dieron sus<br />
padres. Es bastante probable que Lucas esté equivocado.<br />
Los fariseos no contaban con una población permanente<br />
en Galilea, por lo que hubiera sido extremadamente complicado<br />
que los padres de Pablo hubieran adoptado esa fe<br />
en Guiscala. Los pocos fariseos que fueron a Galilea (y los<br />
evangelios sugieren que algunos fueron), debieron viajar a<br />
esas tierras con el propósito de cobrar el diezmo y probar la<br />
calidad de la comida que embarcaban hacia Jerusalén. Los<br />
padres de Pablo tampoco pudieron convertirse al fariseísmo<br />
en Tarso, pues no había fariseos en la diáspora. Únicamente<br />
en Jerusalén pudo Pablo encontrarse con los fariseos.<br />
¿Y qué le atrajo de ese grupo en concreto? Si el motivo<br />
que Pablo tenía para ir a Jerusalén era vivir en un ambiente<br />
auténticamente judío, entonces el fariseísmo era, en la práctica,<br />
la única religión que de verdad podía abrazar. Jamás<br />
podría haberse convertido en sacerdote, pues pertenecía a<br />
la tribu de Benjamín (Flp 3,4). El sacerdocio era hereditario,<br />
y para conseguirlo tendría que haber nacido en el seno<br />
de la tribu de Leví. Otra posibilidad hubiera sido unirse a<br />
los saduceos, pero estos provenían tanto de la aristocracia<br />
sacerdotal como del rico patriciado, lo que les alejaba del