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244 PABLO, SU HISTORIA<br />
embargo, estaba teñida de orgullo. Estaban en compañía<br />
de un grupo de mentes extraordinarias que luchaban por<br />
abrirse camino hacia el corazón del misterio. Eran felices<br />
cantando esos himnos, pues creían estar articulando verdades<br />
esenciales cuyo significado, sin embargo, parecía<br />
inaprensible.<br />
Los iniciados, por el contrario, sentían que la leche<br />
con que el representante de Pablo les había amamantado<br />
había sido por fin sustituida en el menú por un suculento<br />
bistec en el que poder hincar el diente intelectual. La<br />
ambigüedad del himno ofrecía material infinito para el<br />
debate, un debate en el que los individuos pudieran resplandecer<br />
como ángeles gracias, exclusivamente, al brillo<br />
de sus intuiciones.<br />
El pastor en su mejor momento<br />
Aunque Pablo se ocupó de los problemas en Filipos y en<br />
Colosas con un mes de diferencia, su actitud parece muy<br />
distinta en ambos casos. El ensimismamiento del prisionero<br />
pudo haber puesto en peligro la situación en Filipos.<br />
Sin embargo, cuando llegó el momento de tratar el problema<br />
en Colosas, la celda de Pablo ya no estaba ocupada<br />
por un misionero errático, sino por el auténtico pastor,<br />
aquel pastor cuya generosidad de espíritu apela con elocuencia<br />
a la rehabilitación de Onésimo, cuya inteligencia<br />
incisiva se abre camino a través del «discurso seductor» del<br />
falso credo para dejar al descubierto el «vacuo engaño», la<br />
«simple sombra» que contrasta con la «esencia» de Cristo<br />
(Col 2,4.6.17).<br />
SEGUNDO AÑO EN ÉFESO 245<br />
Una carta para cubrirse<br />
Al contrario de lo que pudiera esperarse, la carta que<br />
Pablo envió con Onésimo no iba únicamente dirigida<br />
a su maestro Filemón, sino a «Filemón, amigo querido<br />
y colaborador nuestro, a la hermana Apia, a Arquipio,<br />
nuestro compañero de fatigas y a la Iglesia que se reúne<br />
en su casa» (Flm 1-2). Sin embargo, tras el saludo comunitario,<br />
la carta se dirige a un único individuo: el propio<br />
Filemón.<br />
Este juego retórico parece obedecer a una sutil forma<br />
de chantaje moral. El rasgo manipulador del carácter de<br />
Pablo parece dar aquí un paso al frente. El saludo comunal<br />
asegura el hecho de que la carta no va a ser leída en<br />
la intimidad. En efecto, de ese modo, la carta debía ser<br />
leída en alto para todos los miembros de la comunidad.<br />
Así, los demás miembros de la comunidad se harían eco<br />
de la petición que Pablo formulaba a Filemón. Es más, la<br />
simpatía que aquellos sintieran por el apóstol encarcelado<br />
se transformaría en reproche a Filemón si este no accedía<br />
a las peticiones de Pablo. Eso es más de lo que cualquiera<br />
esperaría de un mediador.<br />
Pablo reconoce explícitamente que Onésimo había<br />
herido a Filemón, e incluso se considera a sí mismo como<br />
el responsable único y último de los daños: «Yo, Pablo,<br />
escribo esto de mi puño y letra, yo pagaré el daño» (Flm<br />
19). Al responder de los daños, Pablo se implicaba mucho<br />
más de lo necesario en la rehabilitación de Onésimo. No<br />
obstante, el gesto solo no servía para apaciguar la cólera<br />
de Filemón. Pablo se descuelga con una serie de graciosos<br />
cumplidos porque quiere algo más de Filemón. Quiere<br />
que libere a Onésimo para que este pueda trabajar con<br />
el propio Pablo (Flm 11-13). Esta petición era bastante