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296 PABLO, SU HISTORIA<br />
a un inevitable destino, Pablo concibió su vida como el<br />
«sufrimiento de muerte», el mismo proceso que el apóstol<br />
identificaba con la figura de Jesús, quien, a su vez, también<br />
había predicho su propia muerte (por ejemplo, Me<br />
8,31). La aceptación del sufrimiento por parte de Pablo<br />
generó una transparencia a través de la cual podía verse<br />
la auténtica humanidad de Jesús. Por causa de su actitud,<br />
Pablo era para su generación lo que Jesús había sido para<br />
la suya.<br />
Ahora bien, Pablo nunca se puso al mismo nivel que<br />
Jesús. El nunca habría conseguido llevar a cabo todos sus<br />
logros sin Jesús. Aun así, Pablo admitía que si Jesús fuera<br />
el único que podía mostrar qué tipo concreto de humanidad<br />
deseaba el Creador, su revelación podría haber pasado<br />
inadvertida muy fácilmente: no sería más que un suceso,<br />
único en su género, pero carente de significado para el<br />
resto de la humanidad. De ahí que Pablo acepte la responsabilidad<br />
de ser Jesús para sus conversos. Lo explícito de su<br />
presentación del ministro como un alter Christus no tiene<br />
parangón en el Nuevo Testamento. Le fue impuesta por el<br />
grupo espiritual y la delegación judaizante, especialmente<br />
por su negación de la existencia terrenal de Jesús y su desprecio<br />
hacia el ministerio apostólico de Pablo. Cristo, tal y<br />
como vivió en la tierra, representaba el auténtico modelo<br />
de liderazgo.<br />
La colecta para Jerusalén<br />
Ya que Tito había obtenido una respuesta positiva, por<br />
parte de Corinto, al proyecto para la colecta de los pobres<br />
en Jerusalén, Pablo decidió golpear mientras el hierro<br />
estaba todavía incandescente. Quiso que 2Cor 8 fuera el<br />
MACEDONIA E ILIRIA 297<br />
pasaje final de la carta, pero cuando cogió la pluma con<br />
sus propias manos para escribir el último párrafo con su<br />
firma, su corazón tomó el mando e hizo un ferviente llamamiento<br />
a la participación (2Cor 9).<br />
Estos dos capítulos muestran las mejores cualidades de<br />
Pablo como líder religioso. Su habilidad consumada en el<br />
arte de la persuasión indica lo mucho que ha madurado<br />
en un solo año. A pesar incluso de tener que trastocar<br />
un poco la realidad, Pablo alaba aquello que merece ser<br />
alabado -a saber, el voluntarismo de los corintios, aunque<br />
este se manifestase con un año de retraso (9,2)- y evita<br />
con maestría cualquier atisbo de crítica. Incluso llega a<br />
afirmar que no ha pedido a los corintios que contribuyan<br />
(8,8a), que sólo está expresando su opinión (8,<strong>10</strong>).<br />
Introduce luego el ejemplo de los macedonios de modo<br />
tal que la dignidad de los corintios pueda ejercer la función<br />
de incentivo interno. Para aplacar cualquier posible<br />
ansiedad por su parte con respecto a la suma final de la<br />
colecta, Pablo se afana dolorosamente en subrayar que<br />
cuenta la actitud, no el valor del donativo (8,12). No<br />
obstante, cerca ya del final surge un destello del antiguo<br />
Pablo cuando este destaca explícitamente la posibilidad de<br />
que una iglesia mucho más pobre pueda humillarlos (9,4).<br />
Una vez más captamos una nota de chantaje moral, la<br />
cual, además, se ve reforzada con la afirmación superflua<br />
de que la colecta «será una muestra de generosidad, y no<br />
de tacañería» (9,5).<br />
En una ocasión anterior, sin embargo, los corintios<br />
habían dado su consentimiento y luego no habían hecho<br />
nada. En esta ocasión, Pablo no estaba dispuesto a fiarse<br />
sólo de promesas, por lo que decidió enviar emisarios<br />
a Corinto: su presencia debía servir como recordatorio<br />
diario de su invitación. El problema era, sin embargo, que