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Cinismos Retrato De Los Filosofos Llamados Perros.pdf

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Michel Onfray<br />

che. La marea avanzaba silenciosa al ritmo de los semáforos<br />

tricolores que proyectaban su luz sobre el asfalto. Y<br />

en el quinto piso de la universidad, al final de la jornada,<br />

Caen se esfumaba hasta desaparecer mientras la voz de<br />

mi maestro evocaba el foro romano, las calles de Juvenal<br />

y los monumentos del imperio.<br />

Una vez terminada la clase, el profesor reunía apresuradamente<br />

sus papeles, abandonaba el aula a grandes pasos<br />

y dejaba a su auditorio -cuatro o cinco alumnos, rara<br />

vez más- envuelto en el encanto. Quedaban, tras el curso,<br />

los ecos: las ideas del poema epicúreo seguían su camino,<br />

producían sus efectos y hacían que en mi dormitorio<br />

de la ciudad universitaria yo consultara los pesados<br />

volúmenes indicados en la bibliografía. Por supuesto,<br />

trataban de Lucrecio y su libro, pero les faltaba la sustancia:<br />

la preocupación pagana por la modificación de uno<br />

mismo. Largos tratados sobre el clinamen, el atomismo<br />

o la teoría de los colores. Nada muy apasionante: el encanto<br />

desaparecía, las sumas universitarias adormecían<br />

los fulgores y anestesiaban los rasgos del filósofo. Ya no<br />

me hablaban del mismo pensador ni de la misma obra.<br />

Por más que volviera al texto de Lucrecio o a los apuntes<br />

tomados durante la clase e intentara una posible restitución,<br />

todo era inútil. Para captar las vetas o percibir<br />

la naturaleza engalanada de las páginas hacían falta el ojo<br />

del maestro, su voz y su comentario. Era como un hilo de<br />

Ariadna en un laberinto que, en su desenvolvimiento, esconde<br />

una función fundamental y hasta indispensable.<br />

A veces, después de la clase, el profesor me invitaba a<br />

charlar en su escritorio, a comentarle mis lecturas o mis<br />

investigaciones. Lleno de emoción, yo lo seguía por los<br />

pasillos que conducían a una habitación muy pequeña,<br />

situada en el último piso del edificio de Humanidades. El<br />

avanzaba rápidamente, dando zancadas y haciendo mu-<br />

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