Cinismos Retrato De Los Filosofos Llamados Perros.pdf
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<strong>Los</strong> juegos del filósofo-mtista<br />
el reverso y el anverso de una misma moneda, acciones<br />
necesariamente vinculadas.<br />
Cada agudeza diogeniana, cada rasgo de espíritu, cada<br />
fuego de artificio que socava las mitologías de la civilización,<br />
distingue el carácter artístico del sabio: romper<br />
las tablas de los valores para ofrecer, como condición de<br />
posibilidad, un territorio virgen capaz de sustentar nuevos<br />
edificios, nuevas posibilidades de vida. Al releer a los<br />
autores antiguos y a Diógenes Laercio -a quien conocía<br />
bien-, Nietzsche se regocijaba ante el espíritu de los<br />
griegos: "¡Qué bellos son! No veo entre ellos ninguna figura<br />
crispada o devastada, ningún rostro de cura, ningún<br />
anacoreta descarnado, ningún fanático ocupado en cubrir<br />
el presente de bellos colores, ningún monedero falso<br />
teologizando, ningún erudito exangüe y deprimido;<br />
tampoco veo entre ellos a quienes toman tan seriamente<br />
la 'salvación del alma' y la pregunta '¿qué es la felicidad',<br />
que se olvidan del mundo y de su prójimo".'"<br />
Inventar, experimentar, destruir; el filósofo-artista<br />
también es capaz de educar, de legislar. Diógenes soportó<br />
las amenazas del báculo de Antístenes. Pero nada de<br />
eso le hizo efecto. Su voluntad de cinismo era tal que, a<br />
pesar de todo, llegó a convertirse en el segundo color de<br />
este espectro tornasolado que fue la escuela durante diez<br />
siglos. Otros no tu- ¡cron la determinación necesaria: un<br />
candidato a la iniciación había pedido ser entronizado.<br />
Diógenes aceptó con la condición de que el aspirante<br />
diera pruebas de la madurez suficiente y la necesaria resolución.<br />
El gesto que probaría ambas virtudes era sencillo:<br />
arrastrar por las calles de la ciudad, atado en el extremo<br />
de un cordel, un queso o un pez llamado saperda,<br />
según la versión que se prefiera. Como el joven, comple-<br />
10. Nietzsche, Fragmentos postumos (ed. francesa, pág. 353).<br />
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