que las palabras, así también una vida mala sofocará, a no dudarlo, la voz del ministro máselocuente. Sobre todo, nuestros edificios más seguros deben ser fabricados por nuestras propiasmanos; nuestros caracteres deben ser más persuasivos que nuestros discursos. Aquí desearla yoamonestaros no sólo contra los pecados de co<strong>mis</strong>ión, sino también contra los de o<strong>mis</strong>ión.Demasiados predicadores se olvidan de servir a Dios cuando están fuera del púlpito, siendo asísu vida negativamente inconsecuente. Lejos de nosotros, queridos hermanos, el pensamiento deser ministros automáticos, es decir, de esos que se mueven no por tener en si <strong>mis</strong>mos la virtud dehacerlo, sino porque los ponen en movimiento fuerzas transitorias; de esas que solamente sonministros a intervalos, bajo la compulsión del toque de la hora que los llama a sus trabajos, y quedejan de serlo tan luego como bajan los escalones del púlpito. Los verdaderos ministros nuncapierden su carácter. Muchos predicadores se parecen a esos juguetitos movidos por arena quecompramos para nuestros niños y en los cuales volvéis para arriba la parte inferior del depósito,y el pequeño acróbata da vueltas y más vueltas, hasta que toda la arena ha bajado, quedandoentonces colgado sin movimiento alguno. Hacemos esta comparación, porque hay muchos queperseveran en las ministraciones de la verdad tanto tiempo cuanto es el que hay una necesidadoficial de su trabajo, pero después, no hay paga, no hay paternoster; no hay salario, no haysermón.Es una cosa horrible ser ministro inconsecuente. Se dice que nuestro Señor fue comoMoisés, por la razón de haber sido un "profeta poderoso en palabras y en obras." El hombre deDios debe imitar a su Señor en esto: es preciso que sea poderoso tanto en la predicación de sudoctrina, como en el ejemplo que dé con sus obras, teniendo si es posible, en esto último, muchomayor cuidado todavía. Es de llamar la atención que la única historia eclesiástica que tengamos,sea lo de "Los Hechos de los Apóstoles." El Espíritu Santo no tuvo por conveniente conservarnoslos sermones de éstos. Deben haber sido magníficos, mucho mejores que los que nosotrospodamos nunca predicar, y con todo, el Espíritu Santo ha tomado solamente nota de sus"hechos." No tenemos libros en que consten las resoluciones de los apóstoles. Cuando nosotrosverificamos un registro de nuestras minutas y resoluciones, pero el Espíritu Santo sólo consignalos "hechos." Nuestros hechos deben ser tales que merezcan ser registrados, ya que de todasmaneras lo han de ser. Debemos vivir, por tanto, como cumple hacerlo al que se halla bajo lainmediata mirada de Dios, y envuelto en la brillante luz del gran día que todo lo revela.La santidad en un ministro es su necesidad principal a la vez que su más piadosoornamento. Una mera excelencia moral no es suficiente; debe haber la virtud más elevada; espreciso que haya un carácter consecuente, pero éste necesita estar ungido con el óleo sagrado dela consagración, pues de lo contrario careceremos de lo que nos hace más fragrantes para Dios ypara el hombre. El anciano John Stoughton, en un tratado titulado "Dignidad y Deber delPredicador," insiste sobre la santidad del ministro, en razones llenas de peso. "Si Uzza debiómorir por tocar el arca de Dios, y eso que lo hizo por sostenerla cuando estuvo próxima a caer;si los hombres de Bethsemes perecieron por mirar adentro de ella; si las bestias que no hicieronotra cosa que acercarse al Monte Santo, fueron amenazadas, entonces ¿qué clase de personasdeben ser admitidas a conversar familiarmente con Dios; a estar ante él como los ángeles lohacen, y contemplar su faz continuamente; a cargar el arca sobre sus hombros; a llevar sunombre entre los Gentiles; en una palabra, a ser sus embajadores? La santidad es propia de tucasa, Oh Señor: ¿y no seria una cosa ridícula pensar o imaginar que los vasos deben ser santos,las vestiduras deben ser santas, todo en fin, debe ser santo, con la sola excepción de aquel sobrecuyas <strong>mis</strong>mas vestiduras debe estar escrito santidad al Señor? ¿Qué, las campanillas de loscaballos debían tener una inscripción, en Zacarías, y las campanas de los santos, las campanas de10
Aarón, no deben estar santificadas? No; los ministros deben ser luces ardientes y brillantes, puesde lo contrario su influencia despedirá alguna maligna cualidad; deben rumiar el alimento y tenerdividido el casco, o son inmundos; deben distribuir la palabra rectamente, y andar tambiénrectamente en su vida, y unificar así su vida y su enseñanza. Si carecen de santidad losembajadores, deshonran al país de donde vienen, y al príncipe de parte de quien vienen; y esteAmasa muerto, esta doctrina muerta, no animada con una buena vida, yaciendo en el camino,detiene al pueblo del Señor, impidiéndole que prosiga alegremente en su lucha espiritual."La vida del predicador debe ser un imán que atraiga los hombres a Cristo, y es cosa tristea la verdad, que los mantenga separados de él. La santidad de los ministros es un llamamientoexpresivo al arrepentimiento que se hace a los pecadores, y cuando va acompañada de unajovialidad piadosa, se hace atractiva de un modo irresistible. Jeremy Taylor en el rico lenguajeque le es propio, nos dice: "Las palomas de Herodes nunca habrían inducido a tantas compañerassuyas forasteras a entrar a su palomar, si no hubiesen sido untadas con opobálsamo. Por eso diceDidymus: 'perfumad vuestros pichones, y ellos atraerán parvadas enteras'; de igual modo, sivuestra vida fuese excelente, si vuestras virtudes fuesen como un precioso ungüento, prontoharíais que los que están a vuestro cargo corriesen in odorem un guentorum, 'tras vuestro gratoperfume;' pero debéis ser excelente no 'tanquam unus de populo,' sino 'tanquam homo Dei;debéis ser un hombre de Dios, no según la manera común de los hombres, sino 'según el propiocorazón de Dios;' y los hombres se esforzarán en ser como vosotros, si vosotros os esforzáis enser como Dios. Pero sí os estáis en la puerta de la virtud en otro objeto que el de mantener elpecado fuera de ella, no atraeréis al rebaño de Cristo a nadie sino a aquellos a quienes el temorarrastre a él. 'Ad majorem Dei gloriam,' 'hacer lo que más glorifique a Dios,' es la línea deconducta que os debéis trazar: porque no hacer otra cosa fuera de aquello que todos los hombresnecesitan hacer, es proceder con servilismo más bien que con el afecto de hijos; y mal podréis serpadres del pueblo si no os comportáis siquiera como los hijos de Dios: porque una linterna sordaaunque haya una débil brillantez en uno de sus lados, apenas alumbrará a uno; y mucho menosconducirá a una multitud o atraerá a muchos de los que la sigan, por el brillo dc su alma.Otro teólogo episcopal igualmente admirable, el obispo Reynolds, ha dichoenérgicamente y con razón: "La estrella que condujo a los sabios a Cristo, la columna de fuegoque condujo a los hijos de Israel a Canaán, no solamente brillaba, sino iba delante de ellos. Mat.2:9; Exo. 13:21. La voz de Jacob no se tendrá mucho en cuenta si las manos son las de Esaú. Enla ley, ninguna persona que estuviese manchada podía ofrecer oblaciones al Señor, (Lev. 21 :17-20); Enseñándonos el Señor así qué gracias debería haber en sus ministros. El sacerdote tenía quellevar en su túnica, campanillas y granadas: las unas como figura de una sana doctrina, y las otrasde una vida fructífera, (Exo. 28:33, 34). El Señor será santificado en todos aquellos que se leacerquen, (Isa. 52:11) porque los pecados de los sacerdotes hacen al pueblo menospreciar lossacrificios del Señor, (1 Sam. 2:17); sus vidas malvadas hacen que sus doctrinas se avergüencen;Passionem Christi annunciant profitendo, male agendo exhonorant como dice San Agustín: consu doctrina edifican bien, y con su vida destruyen. Concluyo este punto, con aquel saludablepasaje de Hierom ad Nepotianum: "No dejes," dijo él, "que tus obras avergüencen tu doctrina, nosea que los que te oyen en la iglesia contesten tácitamente: '¿por qué no haces tú aquello queenseñas a los demás?' No deja de ser demasiado estrambótico el maestro que con la barriga llenatrata de persuadir a otros a que ayunen. Un ladrón puede acusar codicia. Sacerdotis Christi os,mens, manus que concordent; en un ministro de Cristo deben estar en armonía su lengua, sucorazón y su mano."11
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