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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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consiste en la conformidad de su alma con el asunto de que se trata, y temería yo designar unasunto especial para una fecha fija, por miedo de que mi alma al llegar el tiempo, no estuviera enun estado a propósito para discutirlo. Además, no es fácil ver cómo un hombre puede manifestarque depende de la dirección del Espíritu de Dios, si ya ha decidido cuál debe ser su plan muchotiempo antes. Tal vez me responderéis: "Esta objeción nos parece muy extraña, pues ¿por qué nopodemos confiar en el Espíritu Santo tanto por veinte semanas como por una?" Respondo quenunca hemos recibido una promesa que garantice tal fe. Dios promete darnos la gracia segúnnuestras necesidades diarias, pero no dice nada respecto de dotarnos de fondos de reserva para losucesivo: "Cada día descendía el maná." ¡Ojalá que pudiéramos aprender bien esta lección! Asínos llegarán nuestros sermones, nuevos del cielo, cuando se necesiten. Soy celoso de todo lo quepuede impedirnos que nos apoyemos en el Espíritu Santo, y por tanto, expreso la opinión yaindicada. Estoy seguro, hermanos míos, que para vosotros es provechoso que os diga conautoridad, que dejéis a los hombres de mayor edad y talento, las tentativas ambiciosas depredicar series pulidas de sermones. Tenemos, por decirlo así, muy poca cantidad de oro y plataintelectuales, y debemos emplear nuestro pequeño capital en bienes útiles de que poder disponerfácilmente dejando, a los comerciantes más ricos que comercien en cosas más valiosas. Nosabemos lo que sucederá mañana: esperemos enseñanzas diarias, y no hagamos nada que puedaimpedirnos el que empleemos los materiales que la Providencia nos ofrezca hoy o mañana.Tal vez me haréis la pregunta de si podéis predicar sobre los textos que otras personas ossugieran, pidiéndoos que prediquéis sobre ellos: mi respuesta es que por regla general, no debéishacerlo, y si hay excepciones, deben ser muy pocas. Permitidme que os recuerde que no tenéisun taller a donde los marchantes puedan ir a dar sus órdenes. Cuando un amigo os sugiera unasunto, pensad en él, considerad si es a propósito y si podéis aceptarlo. Recibid la súplicacortésmente, como conviene a los caballeros y cristianos; pero, si el señor a quien servís, noarroja su luz sobre el texto, no prediquéis sobre él por mucho que alguno os persuada. Estoyenteramente cierto de que si esperamos en Dios por nuestros asuntos, y le pedimos ser guiadospor la sabiduría divina, él nos guiará por el camino recto; pero si nos gloriamos de nuestrafacultad para elegimos un texto, encontraremos que sin Cristo no podemos hacer nada, ni aun enla elección de un texto. Esperad en el Señor; escuchad lo que él quiera decir; recibid la palabradirectamente de sus labios, y entonces salid como embajadores enviados del trono <strong>mis</strong>mo deDios. Repito:"esperad en el Señor."***PLATICA VIIModo de EspiritualizarMuchos que escriben sobre la Homilética, condenan en términos severos, aun el queaccidentalmente se espiritualice un texto. Dice Adam Clarke: "La predicación alegórica vicia elgusto y encadena el entendimiento tanto del predicador como de los oyentes." La regla deWesley es mejor: "Haced uso raras veces de la espiritualización, y alegorizad muy poco.""Escoged textos," dicen estos maestros, "de cuyo sentido claro y literal podáis tratar; nunca ospermitáis hacer uso de otro significado que no sea el más obvio de un pasaje; nunca os permitáis74

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