Se recibió una solicitud hace poco tiempo, de parte de un joven que tenía una especie de acciónrotatoria de quijadas, que causaba un lamentable efecto en el que lo veía. Su pastor le recomendócomo un joven muy santo, que había sido instrumento para traer algunos a Cristo, y expresaba laesperanza de que yo lo recibiría, pero no pude ver el fundamento de ella. No me habría sidoposible verlo predicar, sin soltar la carcajada, aun cuando me hubieran dado todo el oro de Tarsispor no hacerlo, y es muy probable que a las nueve décimas partes de sus oyentes, les habríacostado más trabajo reprimirse que a mí. A un hombre de lengua tan gruesa que le llenaba toda laboca impidiéndole articular con claridad; a otro sin dientes; a otro que tartamudeaba; a uno másque no podía pronunciar todo el alfabeto, he tenido aunque con pena, que desecharlos,fundándome en que Dios no les había dado aquellas cualidades físicas que son, como undevocionario diría, "generalmente necesarias."He tropezado por ahí con un hermano ¿uno digo? con diez, con veinte, con cien, que han alegadoque estaban ciertos, enteramente ciertos de que eran llamados al ministerio, y esta certezaabsoluta, les venía de haber fracasado en todo lo demás. He aquí una historieta que pinta a lovivo a esta clase de pretendientes: "Señor, fui puesto en el despacho de un abogado, pero no pudesoportar el encierro, no pude estar en mi elemento estudiando leyes; se vio claramente que laProvidencia había obstruido mi camino, porque perdí mi colocación."—"¿Y qué hizo ustedentonces?" —"Pues, señor, me vi inducido a abrir una tienda de abarrotes."—"¿E hizo ustedbuen negocio?"—"No del todo, señor, pues no pienso que mi destino haya sido nunca elcomercio, y pareció que el Señor me cerraba también este camino, porque fracasé y me hallé envueltoen grandes dificultades. Desde entonces he trabajado un poco como agente de unacompañía de seguros de vida, y he procurado conseguir una escuela, además de vender té; perosiempre he encontrado obstáculos en lo que hacía, y algo dentro de mí me hace sentir que yodebo ser ministro." Yo por lo general les doy esta respuesta: "Bien, lo entiendo, usted hafracasado en todo, y por lo <strong>mis</strong>mo, juzga que el Señor le ha concedido dotes especiales para suservicio; pero temo que se haya usted olvidado de que el ministerio necesita formarse de la flor ynata de los hombres, y no de los que no sirven para nada. Un hombre que alcanzara buen éxitocomo predicador, lo alcanzaría probablemente también como comerciante, abogado u otra cosacualquiera. Un ministro realmente estimable, habría podido distinguirse en todo. Apenas habrácosa imposible para un hombre que puede conservar una congregación unida por años enteros, yser instrumento de su edificación durante centenares consecutivos de días consagrados al Señor;debe ser poseedor de algunas habilidades, y de ninguna manera un necio o bueno para nada.Jesucristo merece que los mejores hombres prediquen su cruz, y no los casquivanos odesca<strong>mis</strong>ados."Un joven con cuya presencia fui honrado una vez, dejó en mi ánimo fotografiada su refinada presunción.Su semblante <strong>mis</strong>mo parecía la portada de un torno entero de petulancia y falsedad. Meenvió un recado a mi despacho un domingo en la mañana, diciéndome que necesitaba verme enel acto. Su audacia le abrió la puerta, y cuando lo tuve enfrente, me dijo: "Señor, necesito entraren el colegio de usted y desearla hacerlo inmediatamente."—"Bien, señor," le contesté, "temoque no tengamos lugar para usted por ahora, pero tomaré en consideración el caso de usted"—"Pero mi caso es muy notable, señor; probablemente usted no ha de haber recibido nunca unasolicitud como la mía."—"Muy bien, nos fijaremos en ella; mi secretario dará a usted uno de losformularios usados para las solicitudes, y usted puede verme el lunes." Volvió, en efecto, ese día,trayéndome las preguntas contestadas del modo más extraordinario. En cuanto a libros, pretendió26
haber leído toda clase de literatura antigua y moderna, y después de haber dado una inmensa listade obras, agregó: "no he hecho más que escoger algo; he hecho estudios más extensos en todosestos ramos." Por lo que hacía a su predicación, podía producir los más altos testimonios, peroapenas creía que eso le fuera menester, puesto que una entrevista suya personal conmigo, meconvencería en el acto de su habilidad. Su sorpresa fue grande cuando le dije: "Señor, me veoobligado a decirle a usted que no puedo recibirlo." —"¿Por qué no, señor?"—"Se lo diré a ustedcon franqueza. Es usted tan estupendamente sabio, que me resistiría yo a inferirle la ofensa derecibirlo en nuestro colegio, en donde no tenemos más que hombres comunes y corrientes: elpresidente, los directores y <strong>estudiantes</strong>, son personas todas ellas de medianos alcances, y ustedtendría que usar mucha condescendencia para ingresar a nuestro seno." El me miró severamentey me dijo con dignidad: "¿Es decir que porque tengo un genio poco común, y he producido en mí<strong>mis</strong>mo un espíritu tan gigantesco como por rareza puede verse, se me rehúsa la ad<strong>mis</strong>ión en elcolegio de usted?"—"Sí," repliqué con toda la calma que me fue posible, considerando elreverente y subyugador temor que su genio inspiraba, "por esa <strong>mis</strong>ma razón."—"Entonces, señor,usted debe permitirme el que ponga a prueba <strong>mis</strong> aptitudes oratorias: escójame usted el texto quele agrade, o sugiérame el asunto que le parezca, y aquí, en este <strong>mis</strong>mo sitio, hablaré o predicarésobre él sin la menor deliberación, y usted se sorprenderá."—"No, gracias, prefiero no tomarmela molestia de escuchar a usted."— "¡Molestia! señor; le aseguro a usted que sería el mayorplacer posible que usted pudiera disfrutar." Le dije que bien podría ser, pero que me sentíaindigno de ese privilegio, y de consiguiente le di una larga despedida. El individuo me eradesconocido en ese tiempo, pero desde entonces ha figurado en los anales de la policía, quizá porsu extremada habilidad.A veces hemos tenido solicitudes de las que quizá os sorprenderíais, de hombres queevidentemente tienen bastante fluidez, y que contestan todas nuestras preguntas muy bien,excepto las relativas a sus opiniones doctrinales, a las cuales en repetidas ocasiones hemos tenidoesta respuesta: "¡El señor Fulano de tal está dispuesto a recibir las doctrinas del colegio, seanéstas cuales fueren!" En semejantes casos nunca titubeamos ni un momento, dando en el acto unacontestación negativa. Hago mención de esto para poner así de bulto nuestra convicción de queno están llamados al ministerio los hombres que carecen de conocimientos religiosos y decreencias bien definidas. Cuando se presentan individuos jóvenes que dicen que no han fijadodefinitivamente sus ideas en cuanto a teología, debe hacérseles volver a la escuela dominicalhasta que lo hagan. Porque un hombre que viene con vacilaciones o engañifas al colegio,pretendiendo que tiene su espíritu abierto para acoger cualquiera forma de verdad, y que es eminentementereceptivo, pero que no ha fijado en su ánimo cosas tales como si Dios tiene o no unaelección de gracia, o si él ama a su pueblo hasta el fin, me parece que es una perfectamonstruosidad. "No un novicio," dice el apóstol; y un hombre que vacila acerca de puntos comoéstos, no es otra cosa que un egregio y manifiesto novicio, y debe ser relegado a la clase decatecismo hasta que haya aprendido las primeras verdades del Evangelio.Sobre todo, señores, tendremos que probar nuestro llamamiento por la prueba práctica de nuestroministerio en el transcurso de nuestra vida, y será para nosotros una cosa lamentable emprenderla carrera sin el examen debido, pues que haciéndolo así, nos exponemos a tener que dejarlo conignominia. Por último, la experiencia será nuestra prueba más segura, y si Dios nos sostiene deaño en año, y nos da su bendición, no necesitamos otra señal de nuestro llamamiento. Nuestraaptitud moral y espiritual será patentizada por la obra de nuestro ministerio, y esta es la prueba27
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