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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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hambre infinita e insaciable por la conversión de las almas." Cuando pudo haber disfrutado unabeca en la universidad, prefirió una capellanía, porque "estaba movido por una impacienciairreprimible de que se le ocupara directamente en el trabajo ministerial." "No entréis en elministerio si podéis evitarlo," fue el consejo profundamente sabio que dio cierto teólogo a unoque le consultaba su opinión. Si algún estudiante de entre los que esto escuchan o leen, pudiesedarse por satisfecho con ser editor de un periódico, comerciante, agricultor, doctor, abogado,senador o rey, en nombre del cielo y de la tierra, que siga su camino: no es el hombre en quienmora el Espíritu de Dios en su plenitud; porque aquel que estuviera lleno de Dios, sentiría sumarepugnancia por todo lo que fuera aquello por lo cual suspira en lo Intimo de su alma. Si por elcontrario, podéis decir que ni por todas las riquezas de ambas Indias, consentiríais ni osaríaisoptar por empleo alguno que no fuera el de consagraros a la predicación del Evangelio de Jesucristo,en ese caso, descansad en ello, si en lo demás obtenéis resultados igualmentesatisfactorios, pues tendréis las señales requeridas para este apostolado. Debemos sentirnosllenos de inquietud si no predicamos el Evangelio; la Palabra de Dios debe ser en nosotros comofuego en nuestros huesos; de lo contrario, si emprendemos los trabajos ministeriales, seremosdesdichados al ocuparnos en ellos; careceremos de aptitud para armarnos de la abnegación quedebe acompañarlos, y serán de poca utilidad para aquellos entre quienes trabajemos. Hablo deabnegación, y bien puedo hacerlo, porque la obra del verdadero pastor está llena de ella, y sinamor a su vocación pronto sucumbirá, o dejará por penosas las tareas que se ha impuesto, o lasproseguirá con disgusto, abrumado por una monotonía tan cansada como la del caballo ciego quetira de la rueda de un molino."Hay un consuelo en la fuerza del amor; y éste hará soportable una cosa que de otra manera, destrozaríael corazón."Ceñidos con ese amor, seréis intrépidos; desprovistos de ese cinturón más que mágico, deirresistible vocación, desfalleceréis bajo el peso de la <strong>mis</strong>eria mayor.Este deseo debe ser meditado. No basta que sea un impulso repentino que no vaya acompañadode una ansiosa consideración. Es preciso que sea el fruto de nuestro corazón en sus mejoresmomentos, el objeto de nuestras reverentes aspiraciones, el sujeto de nuestras más fervorosasoraciones. Debe persistir en nosotros aun cuando ofertas tentadoras de riquezas y comodidadesvengan a ponerse en conflicto con él, y permanecer como una resolución tomada con calma ycon la cabeza despejada, después que todo haya sido estimado en su justo valor, y calculadoconcienzudamente su costo. Cuando siendo yo niño vivía en el campo en la casa de mi abuelo, viuna partida de cazadores vestidos de casacas coloradas, corriendo a caballo a través de loscampos en persecución de un zorro. Mi corazón infantil se entusiasmó, y me sentí dispuesto aseguir tras los sabuesos saltando setos y zanjas. Siempre he sentido una inclinación natural poresa clase de ejercicios, y cuando de muchacho se me preguntaba lo que yo quería ser,generalmente contestaba que iba a ser cazador. ¡Hermosa profesión, a fe mía! Muchos jóvenestienen de ser pastores de almas, la <strong>mis</strong>ma idea que yo tenía de ser cazador. Los anima unpensamiento meramente pueril de que les agradaría la casaca roja y el silbato de cuerno, es decir,los honores, los respetos, las comodidades y son probablemente bastante necios para pensar tambiénen las riquezas del ministerio. La fascinación que ejerce el cargo de predicador en losespíritus débiles, es muy grande, y por lo <strong>mis</strong>mo exhorto encarecidamente a todos los jóvenes a17

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