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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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tercer cielo y allí escuchar cosas indecibles, pero una espina que sintió en su carne, comomensajera para combatirla, enviada por Satanás, debía ser la inevitable secuela. Los hombres nopueden saborear una felicidad absoluta; ni aun los mejores de entre ellos poseen la idoneidadnecesaria para tener "la frente ceñida de mirto y de laurel," sin sentir una humillación secreta quelos haga no salir del lugar que les es propio. Llevados como por un remolino por un avivamientoespiritual; levantados por la popularidad, exaltados por un buen éxito en la ganancia de almas,seriamos como el hollejo y la paja que arrastra el aire tras si, si no fuera porque la disciplina de la<strong>mis</strong>ericordia se digna romper los buques de nuestra vanagloria por medio de un fuerte viento quehace soplar del Oriente, y nos hace naufragar arrojándonos desnudos y desamparados sobre laRoca de la Eternidad.Antes de acometer alguna empresa de importancia, es muy común que se sienta algo del <strong>mis</strong>modesaliento. Al pulsar las dificultades que se nos presentan parece que se nos encoge el corazón.Los hijos de Anak andan majestuosamente ante nosotros y nos conceptuamos como pequeñosinsectos en su presencia. Las ciudades de Canaán están rodeadas: de murallas que llegan hasta elcielo, y ¿quiénes somos nosotros para abrigar la esperanza de capturarlas? Nos viene la tentaciónde rendir nuestras armas y dar la media vuelta. Nínive es una gran ciudad, y preferimos huir aTarso antes que hacer frente a su estruendosa población. Nos sentimos dispuestos a buscar unaembarcación que nos conduzca lejos de aquella terrible escena y sólo el temor de una tempestadrefrena nuestros deseos. Esto fue lo que yo experimenté la primera vez que vine como pastor aLondres. Me espantaba al pensar en el éxito que pudiera yo alcanzar; y el pensamiento de lacarrera que parecía abrírseme, lejos de envanecerme, me arrojaba en el abismo más profundodesde el fondo del cual entonaba mi <strong>mis</strong>erere, sin hallar lugar donde prorrumpir en el gloria inexcelsis. ¿Quién era yo para servir de guía a tan numerosa multitud? Hubiera querido volver a miprimitiva oscuridad, allá en mi pueblo o emigrar por la América y buscar allí un nido solitario enlos bosques en donde pudiera hallarme en aptitud de hacer lo que de mi se tendría el derecho deesperar. Entonces fue cuando comenzó a levantarse la cortina que cubría el futuro trabajo de mivida, y me amedrentaba la revelación que del <strong>mis</strong>mo iba yo a tener. No carecía de fe, pero estabatemeroso y persuadido de mi poca idoneidad. Me causaba miedo emprender la obra a que la Providenciaen su gracia se había dignado llamarme. Me sentía como un chiquillo, y temblaba al oírla voz que decía: "Trillarás montes y los molerás, y collados tornarás en tamo" (Is.41:15). Este<strong>mis</strong>mo abatimiento me acomete siempre que el Señor prepara una de sus bendiciones porconducto de mi humilde ministerio: la nube se ve negra antes de abrirse, y cubre de sombrasantes de producir la lluvia de <strong>mis</strong>ericordias. El descaecimiento se ha hecho ahora para mi comoun profeta de vestidos burdos, como un Juan el Bautista, precursor de una de las más ricasbendiciones de mi Señor. Así también lo han juzgado los mejores hombres. El haberse limpiadoel vaso lo ha puesto en condiciones de poder servir al Amo. La inmersión en el sufrimiento, haprecedido al bautismo del Espíritu Santo. El ayuno produce apetito para el banquete. El Señor serevela en un escondrijo del desierto, mientras su siervo cuida las ovejas y espera en solitariopavor. El desierto es el camino que conduce a Canaán. El valle profundo lleva a la elevadamontaña. La derrota prepara a la victoria. El cuervo es enviado primero que la paloma. La horamás sombría de la noche precede al rompimiento del alba. Los marinos bajan a un abismo, perola ola siguiente los levanta hasta el cielo, y sienten su alma transida de pavor antes de verseelevados a su anhelada altura.126

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