en más de lo que valía, y carecía del juicio espiritual y de la experiencia que son requisitosindispensables para un trabajo de tan gran importancia."Lo dicho hasta aquí podría bastaros, pero puedo presentar a vuestra consideración el <strong>mis</strong>moasunto si os pormenorizo algo de la experiencia que he adquirido en mi trato con los aspirantes alministerio. Tengo que llenar constantemente el deber que caía en suerte a ciertos empleados deCromwell llamados Triers o probadores. Tengo que formar una opinión en cuanto a la cordura deayudar a ciertos hombres en sus tentativas para hacerse pastores. Este es un deber de sumaresponsabilidad, y el desempeño del cual requiere un cuidado nada común No me constituyo, porsupuesto, en juez para fallar si un hombre debe ingresar o no al pastorado; sino que mi examenlleva meramente por mira contestar a la pregunta de si esta institución tiene que ayudarle o queabandonarle a sus propios esfuerzos. Algunos de nuestros caritativos vecinos nos acusan de teneraquí una fábrica de pastores, pero semejante cargo no es cierto absolutamente. Nunca hemostratado de hacer un ministro, y fracasaríamos si tal pretendiéramos: no recibimos en el Colegiosino a los que profesan el ser ministros ya. Se acercarían más a la verdad los que me llamarandestructor de pastores, porque un buen número de principiantes han sido desahuciados por mí, ytengo enteramente tranquila la conciencia al reflexionar en lo que así he hecho. Ha sido siemprepara mí una tarea penosa el desanimar a un hermano joven y lleno de esperanza que ha solicitadosu ad<strong>mis</strong>ión al Colegio. Mi corazón se ha inclinado siempre al lado de la condescendencia, peromi deber para con las iglesias me ha obligado a juzgar con toda imparcialidad. Después de oír loque el candidato ha tenido que decir, de leer sus excusas, y de hacerme cargo de sus respuestas a<strong>mis</strong> preguntas, si ha entrado en mi ánimo la convicción de que el Señor no lo había llamado, mehe visto precisado a manifestárselo así. Algunos de esos casos pueden ser tipos de todos. Sepresentan algunos jóvenes que ardientemente desean entrar al ministerio, pero con pena se vetrasparentárseles el motivo principal que a ello los impele, que no es otro que el deseo de brillarentre los hombres. A hombres de esta clase, considerados desde un punto común de vista, hayque recomendárseles por su aspiración; pero es de tenerse en cuenta que el pulpito no debe ser laescalera por la cual tenga que encaramarse la ambición. Si hombres así hubieran entrado alejército, nunca habrían estado satisfechos sino hasta haber llegado al rango superior, vista sudeterminación de seguir adelante en su camino, lo cual hasta cierto punto merece ser encomiado;pero están alucinados con la idea de que si ingresaran al ministerio, se distinguirían en granmanera: han sentido brotar en ellos los pimpollos del genio, y se han considerado superiores a laspersonas ordinarias, y por lo <strong>mis</strong>mo, miran al ministerio como una plataforma donde desplegarsus supuestas habilidades. Siempre que esto ha sido visible, no he podido menos que dejar alhombre "to gang his ain gate" (ir por su propio camino) como los escoceses dicen: persuadido deque tales espíritus llegan siempre a nulificarse si entran al servicio del Señor. Hablamos que notenemos nada de qué gloriarnos, y si algo tuviéramos, el peor lugar para exhibirlo sería unpulpito, pues allí somos llevados diariamente a sentir nuestra propia insignificancia y nulidad.A hombres que desde su conversión han mostrado gran debilidad de espíritu, y pueden serinducidos con facilidad a abrazar doctrinas extrañas, o a frecuentar malas compañías y a caer enpecados groseros, nunca me dictará el corazón que los anime a entrar en el ministerio, sea cualfuere su palabra. Que se mantengan, si verdaderamente se han arrepentido, en la retaguardia delas filas. Inestables como el agua, no podrán sobresalir.24
De la propia manera, a los que no pueden soportar un trabajo pesado, sino son de los que gastanguantes de cabritilla, yo los remitiría a otra parte cualquiera. Necesitamos soldados, nopetimetres; obreros empeñosos, no apuestos haraganes. Los hombres que nada han hecho hasta eltiempo de su ingreso al colegio, se dice que ganan sus espuelas antes de haber sido probadospúblicamente como caballeros. Los amantes fervorosos de las almas, no esperan hasta ser amaestrados,sino que desde luego sirven a su Señor.Acuden a mí ciertos hombres bonachones que se distinguen por lo extremo de su vehemencia yde su celo, tanto como por la carencia absoluta de todo seso: hermanos son éstos que hablan yhablan sin decir nada; que machacan y cascan la Biblia, y no sacan nada de toda ella; que sonenérgicos, oh sí, terriblemente enérgicos, montes enfermos de parto, de la clase más lastimosa,que nada dan a luz, ni siquiera el ridículo ratón. Hay predicadores fanáticos que no son capacesde concebir o de expresar cinco pensamientos consecutivos, cuya capacidad es tan estrecha,cuanto ancha su presunción, y éstos bien pueden martillar, y gritar, y delirar, y desgarrarse, yrabiar, y todo *el ruido que armen será como el que sale del hueco de un tambor. Yo concibo queestos hermanos harán lo <strong>mis</strong>mo con educación que sin ella, y por lo <strong>mis</strong>mo, he rehusadogeneralmente acceder a su petición.Otra clase de hombres sumamente numerosa, buscan el pulpito sin saber por qué. No puedenenseñar ni quieren aprender, y con todo, quieren a todo trance ser ministros. Semejantes alhombre que durmió en el Parnaso, y desde entonces se figuró que era poeta, han tenido laimprudencia bastante para lanzar alguna vez un sermón sobre un auditorio, y no pueden despuésvivir sin predicar. Tienen tanta prisa por desprenderse de vestiduras cosidas, que harán un rasgónen la iglesia de la cual son miembros por salirse con la suya. El mostrador de una tienda tienepoca gracia, mientras que el cojín del pulpito está lleno de atractivos; están cansados de lasbalanzas y de las pesas, y necesitan ejercitar sus manos en las balanzas del santuario. Taleshombres, como las olas agitadas del océano, forman espuma por lo general con su propiavergüenza, y somos felices cuando nos despedimos de ellos para no verlos más.Los defectos físicos dan lugar a la duda acerca de la vocación de algunos hombres excelentes.Yo no pretendo, como Eusthenes, juzgar a los hombres por su aspecto, pero su físico generalpuede servir para formar un criterio de no pequeño peso. Un pecho angosto no indica a unhombre formado para discursos públicos. Podrán pareceres extravagancia, pero con todo, mesiento bien persuadido de que cuando un hombre tiene un pecho contraído, sin distancia entre sushombros, el Creador sapientísimo no se propuso que contrajera el hábito de predicar. Si hubierallevado la mira de que hablara, le habría dado cierta anchura de pecho suficiente para contener lacantidad necesaria de fuerza pulmonar. Cuando el Señor se propone que una criatura corra, le dapiernas ligeras, y si se propone que otra criatura predique, le dará pulmones a propósito para ello.Un hermano que tenga que pararse en la mitad de una frase, para dar aire a sus órganosrespiratorios, debe preguntarse a sí <strong>mis</strong>mo, si no hay alguna otra ocupación que le sea másadecuada. Un hombre que apenas puede terminar una sentencia sin molestia, con dificultadpuede ser llamado a "clamar en voz alta sin cesar." Puede haber excepciones; pero ¿no es de pesola regla general? Los hermanos que tienen bocas defectuosas y una articulación imperfecta, noestán por lo común llamados a predicar el Evangelio. Esto <strong>mis</strong>mo se aplica a los hermanos quecarecen de paladar o de un perfecto tono.25
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excelencias, apenas ha podido sobre
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Sin titubear yo en lo más mínimo,
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mancha sobre el buen nombre que ten
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Nosotros también somos hombres de
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preciso que no incurra en el error
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Además, las personas que los tuvie
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ecurrir al libro impreso, de un mod
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Además, por desprovistas que esté
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