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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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De la propia manera, a los que no pueden soportar un trabajo pesado, sino son de los que gastanguantes de cabritilla, yo los remitiría a otra parte cualquiera. Necesitamos soldados, nopetimetres; obreros empeñosos, no apuestos haraganes. Los hombres que nada han hecho hasta eltiempo de su ingreso al colegio, se dice que ganan sus espuelas antes de haber sido probadospúblicamente como caballeros. Los amantes fervorosos de las almas, no esperan hasta ser amaestrados,sino que desde luego sirven a su Señor.Acuden a mí ciertos hombres bonachones que se distinguen por lo extremo de su vehemencia yde su celo, tanto como por la carencia absoluta de todo seso: hermanos son éstos que hablan yhablan sin decir nada; que machacan y cascan la Biblia, y no sacan nada de toda ella; que sonenérgicos, oh sí, terriblemente enérgicos, montes enfermos de parto, de la clase más lastimosa,que nada dan a luz, ni siquiera el ridículo ratón. Hay predicadores fanáticos que no son capacesde concebir o de expresar cinco pensamientos consecutivos, cuya capacidad es tan estrecha,cuanto ancha su presunción, y éstos bien pueden martillar, y gritar, y delirar, y desgarrarse, yrabiar, y todo *el ruido que armen será como el que sale del hueco de un tambor. Yo concibo queestos hermanos harán lo <strong>mis</strong>mo con educación que sin ella, y por lo <strong>mis</strong>mo, he rehusadogeneralmente acceder a su petición.Otra clase de hombres sumamente numerosa, buscan el pulpito sin saber por qué. No puedenenseñar ni quieren aprender, y con todo, quieren a todo trance ser ministros. Semejantes alhombre que durmió en el Parnaso, y desde entonces se figuró que era poeta, han tenido laimprudencia bastante para lanzar alguna vez un sermón sobre un auditorio, y no pueden despuésvivir sin predicar. Tienen tanta prisa por desprenderse de vestiduras cosidas, que harán un rasgónen la iglesia de la cual son miembros por salirse con la suya. El mostrador de una tienda tienepoca gracia, mientras que el cojín del pulpito está lleno de atractivos; están cansados de lasbalanzas y de las pesas, y necesitan ejercitar sus manos en las balanzas del santuario. Taleshombres, como las olas agitadas del océano, forman espuma por lo general con su propiavergüenza, y somos felices cuando nos despedimos de ellos para no verlos más.Los defectos físicos dan lugar a la duda acerca de la vocación de algunos hombres excelentes.Yo no pretendo, como Eusthenes, juzgar a los hombres por su aspecto, pero su físico generalpuede servir para formar un criterio de no pequeño peso. Un pecho angosto no indica a unhombre formado para discursos públicos. Podrán pareceres extravagancia, pero con todo, mesiento bien persuadido de que cuando un hombre tiene un pecho contraído, sin distancia entre sushombros, el Creador sapientísimo no se propuso que contrajera el hábito de predicar. Si hubierallevado la mira de que hablara, le habría dado cierta anchura de pecho suficiente para contener lacantidad necesaria de fuerza pulmonar. Cuando el Señor se propone que una criatura corra, le dapiernas ligeras, y si se propone que otra criatura predique, le dará pulmones a propósito para ello.Un hermano que tenga que pararse en la mitad de una frase, para dar aire a sus órganosrespiratorios, debe preguntarse a sí <strong>mis</strong>mo, si no hay alguna otra ocupación que le sea másadecuada. Un hombre que apenas puede terminar una sentencia sin molestia, con dificultadpuede ser llamado a "clamar en voz alta sin cesar." Puede haber excepciones; pero ¿no es de pesola regla general? Los hermanos que tienen bocas defectuosas y una articulación imperfecta, noestán por lo común llamados a predicar el Evangelio. Esto <strong>mis</strong>mo se aplica a los hermanos quecarecen de paladar o de un perfecto tono.25

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