excelencias, apenas ha podido sobrevivir a la pobreza de pensamiento y de doctrina manifestadaen muchas de sus asambleas por oradores improvisados. El método de hablar sin previa preparación,ha salido completamente malo en la práctica, y es esencialmente defectuoso. El EspírituSanto nunca ha prometido suministrar alimento espiritual a los santos por medio de ministros queimprovisan. El nunca hará por nosotros lo que podemos hacer por nuestras propias fuerzas. Sipodemos estudiar y no lo hacemos; si la Iglesia puede tener ministros estudiosos y no los tiene,no nos asiste el derecho de esperar que un agente divino supla las faltas que dimanan de nuestraociosidad o extravagancia. El Dios próvido ha prometido dar de comer a su pueblo alimentomaterial; pero si nos reuniéramos a un banquete sin haber dispuesto algún platillo, confiandotodos en el Señor que ofreció dar alimento en tiempo oportuno, el convite no seria de lo mássatisfactorio, sino que nuestra necedad seria castigada dejándonos con hambre; y una cosaanáloga pasa con los banquetes espirituales que dependen de sermones improvisados, con ladiferencia de que los receptáculos espirituales de los hombres, no tienen tanta influencia oratoriacomo sus estómagos. Hermanos, no intentéis, por regla general, conformaros a un sistema decosas que se ha manifestado tan generalmente infructuoso, que las pocas excepciones que en élpueda haber, sirven sólo para probar lo defectuoso que es. Toda clase de sermones deben serconsiderados y preparados bien por el predicador; y cada ministro, pidiendo luces al cielo, debeentrar plenamente en su asunto, empleando todas sus facultades mentales, hasta donde le seaposible, en pensar con originalidad, después de haber recogido cuantos Informes se hallen a sualcance. Considerando el asunto de que quiera tratar bajo todos sus aspectos, el predicador debeelaborarlo, rumiándolo, digámoslo así, y dirigiéndolo. Habiéndose alimentado primero a sí<strong>mis</strong>mo con la Palabra, debe preparar un nutrimento semejante para los demás. Nuestrossermones deben ser como la sangre de nuestra vida mental, la comunicación de nuestro vigorIntelectual y espiritual; o cambiando de figura, deben ser diamantes bien cortados y engastados,es decir preciosos intrínsecamente, y llevando además las marcas del trabajo artístico mejor.Dios nos libre de ofrecer al Señor lo que no nos cueste nada. Os recomiendo a todos vosotros queevitéis la costumbre de leer vuestros sermones; pero os aconsejo que como un ejercicio muyprovechoso, y como un gran auxilio para conseguir el don de improvisar, escribáis muchos deellos. No se exige este ejercicio tanto a los que escribimos mucho para la prensa, etcétera; pero sino hacéis uso de la pluma de otra manera, debéis escribir a lo menos, algunos de vuestrossermones, y revisarlos con mucho cuidado. Dejadlos en la casa después, pero siempre escribidlospara que así no contraigáis la costumbre de usar un estilo desaliñado. El Sr. Bautain, en suadmirable obra sobre el hablar espontáneamente dice: "Nunca seréis capaces de hablar conpropiedad en público, a no ser que adquiráis tal dominio sobre vuestros propios pensamientos,que podáis descomponerlos en sus varías partes y analizarlos en sus elementos, y después,cuando os sea necesario, recomponerlos, reunirlos y consagrarlos de nuevo siguiendo un métodosintético. Bien, este análisis de la idea que la muestra por decirlo así, a los ojos de la mente, seefectúa bien sólo escribiéndola. La pluma es el escalpelo que diseca los pensamientos, y nuncapodréis discernir con toda claridad, todo lo que se contiene en un concepto, ni lograr entender suverdadera extensión, si no escribís lo que veis mentalmente. Sólo haciéndolo así, podréisentenderos a vosotros <strong>mis</strong>mos y lograr ser entendidos por vuestro auditorio."No recomiendo la costumbre de aprender sermones de memoria y de reproducirlos, porque estees un ejercicio fastidioso de una facultad inferior de la mente, y un descuido de otras virtudessuperiores. El plan más útil y recomendable, es que proveáis vuestra mente de pensamientosrelativos al asunto del discurso, y que después los expreséis con las palabras propias que se os110
sugieran en el momento de predicar. Esta clase de predicación no es extemporánea: las palabras,si, y en mi concepto ellas deben serlo; pero los pensamientos son el resultado de muchoescudriñamiento y estudio. Sólo las personas irreflexivas piensan que esto es fácil, pues lejos deahí, es el modo más laborioso y eficiente de predicar y tiene sus propias excelencias de que ahorano puedo tratar especialmente, porque eso nos desviaría del punto principal de nuestra discusión.Nuestro asunto es la facultad pura, no mezclada, de hablar espontáneamente, y a ésta volvamosahora. Este talento es útil en extremo, y se puede adquirir por casi todos los ministros con unpoco de trabajo. Hay algunos que lo poseen, pero se puede decir sin equivocarse, que tal don esraro. Los italianos que improvisaban en otro tiempo, poseían en tal grado el don de hablarespontáneamente, que sus versos improvisados sobre asuntos sugeridos al momento por losespectadores, muchas veces llegaban a centenares y aun a miles de líneas. Producían tragediasenteras tan espontáneamente, como los manantiales emiten agua; y versificaban media hora oaun una entera de seguida, sin preparación alguna, estimulados sin duda, muchas veces, por unpoco de vino italiano. Sus obras impuras no pasan por regla general, de ser mediocres, y sinembargo, uno de ellos, Perfetti, ganó la corona de laurel que antes se había adjudicado solamentea Petrarca y a Tasso. Muchos de ellos producen en nuestros tiempos versos improvisados queestán al nivel de las capacidades de sus oyentes, y que son escuchados con la mayor atención. Esprobable que no podamos nosotros producir versos, ni es preciso que aspiremos a la facultad dehacerlo. Muchos de vosotros, a no dudarlo, habéis versificado algo: (y ¿quién de nosotros enmomentos de debilidad, no lo ha hecho?) pero después dejamos lo que era propio de niños, acausa de que la prosa seria en que se trata de la vida y de la muerte, del cielo y del infierno, y depecadores que perecen, nos exige todo nuestro pensamiento. El Sr. Wesley solía decir a suscompañeros: "No cantéis himnos compuestos por vosotros <strong>mis</strong>mos." La costumbre de enunciarrimas de su propia composición, era muy común entre los teólogos de su tiempo. Es de esperarque ésta se haya extinguido ya por completo.Muchos abogados poseen en alto grado el don de improvisar ¡Deben tener algunas virtudes!Hace pocas semanas que un hombre desgraciado fue acusado del horrible crimen de habercalumniado a un abogado. Fue fortuna para él que no hubiera sido yo su juez, puesto que si unafalta tan estupenda y atroz se le hubiera probado, yo lo habría condenado a que fueserepreguntado por su acusador durante el periodo todo de su vida natural, esperando<strong>mis</strong>ericordiosamente que ésta fuese corta. Pero muchos de los señores del foro hablan con muchafacilidad, como podréis ver con toda claridad, tienen que improvisar hasta cierto grado, pues aveces no pueden prever el curso del argumento cuya evidencia se les exige, ni la disposición enque se halle el juez, ni los alegatos de la parte contraria. Por buena que hubiera sido lapreparación de un asunto, deben surgir, y surgirán, algunos puntos cuya discusión necesitará unentendimiento muy vivo y una lengua muy fluida. A la verdad, he quedado sorprendido muchasveces observando las réplicas ingeniosas, perspicaces y del todo a propósito que los abogadoshan improvisado en nuestros jurados. Lo que un Licenciado puede hacer abogando por la causade su cliente, debemos nosotros hacerlo al abogar por la causa de Dios. No debemos permitir queel foro sobresalga al pulpito. Con la ayuda de Dios seremos tan expertos en el uso de las armasintelectuales como cualquiera clase de hombres, sean éstos quienes fueren.Ciertos miembros de la Cámara de los Comunes han ejercido con el mejor éxito el talento dehablar espontáneamente. Por lo general, entre las tareas de escuchar detenidamente, la más111
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crezcan;" esto que con frecuencia s
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Aarón, no deben estar santificadas
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que debemos huir a todo trance. Est
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conocer lleno de sentimiento, dejan
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llamamiento de esta naturaleza, si
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descanso para nuestro espíritu, si
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