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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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hem, hem les suplico hem, hem -me prestéis vuestra -hem, hem -más fiel atención" Un jovenpredicador, deseoso de mejorar su de hablar, escribió al Sr. Jacob Gruber, pidiéndole consejos.Había formado la costumbre de prolongar sus palabras, especialmente cuando estaba excitado. Elanciano le mandó la siguiente la siguiente lacónica contestación:-"Querido - ah - hermano- - ah -cuando - ¡ah! - estés - ¡ah! – para predicar -¡ah! - ten - ¡ah! - cuidado - ¡ah! - de no - ¡ah! - decir¡ah! ¡ah! ¡ah! Soy - ¡ah! - ¡ah! - Jacobo - ¡ah! - Gruber - ¡ah!" Tomad mucho empeño en evitartales defectos. Otros, dejando de limpiar su garganta, hablan como si estuvieran medio sofocadosy quisieran expectorar: seria mejor hacerlo de una vez y no fastidiar a los oyentes repitiendoruidos tan desagradables. El resollar y el resoplar apenas son cosas permitidas cuando elpredicador tiene catarro, pero son desagradables en extremo, y si llegan a ser habituales, debenconsiderarse como grandes molestias. Vosotros me disimularéis el haber hecho mención de estosactos tan vulgares; pero es muy fácil que llamándoos ahora la atención sobre estos asuntos, de unmodo tan claro y libre, pueda yo conseguir que os evitéis de muchas mortificaciones en losucesivo, y de muchos errores en cuanto al arte de hablar. Acabando de predicar, cuidad vuestrasgargantas no envolviéndolas nunca estrechamente. Con bastante desconfianza me atrevo a daroseste consejo como fruto de mi propia experiencia. Si algunos de vosotros tenéis bufandas de lanamuy abrigadoras que os traigan tiernos recuerdos de vuestras madres o hermanas, conservadlasen el fondo de vuestros baúles, pero nunca hagáis uso de ellas envolviéndolas en vuestrasgargantas. Si algún hermano quiere morir de catarro pulmonar, que use una bufanda grande en elcuello y se olvide de ella alguna noche en que haga mucho frío. El resultado será un catarro quele dure por toda su vida. Muy rara vez se ve a un marinero con el cuello envuelto. No, casisiempre lo tiene desnudo y expuesto a la intemperie. Usa un doblado, y si es que tiene corbata, esésta muy chica y la usa casi suelta para que sople libremente el viento alrededor de su cuello.Creo firmemente en lo saludable de esta costumbre, y por catorce años la he practicado. Antessufría yo muy a menudo catarros, pero durante este tiempo me han caldo muy rara vez. Si sentísla necesidad de alguna cosa más de lo que tenéis, dejad crecer vuestra barba: ésta es unacostumbre muy bíblica, natural, varonil y benéfica. Uno de nuestros hermanos, aquí presente, hatenido esta precaución por cuatro años, y dice que le ha servido de mucho. Se vio obligado a salirde Inglaterra por haber perdido su voz, pero se ha puesto tan robusto como lo era Sansón, sólopor dejar crecer su barba. Si alguna vez os encontráis enfermos de la garganta, consultad a unbuen médico; o si no podéis hacerlo, atended según vuestro gusto a las sugestiones siguientes:Nunca compréis "Confites de Malvavisco," ni ''Pastilla de Brown," ni "obleas para el pulmón," niAjenjo, ni Ipecacuana, ni ninguno otro de los diez mil emolientes. Pueden serviros de algo poralgún tiempo. Si queréis mejorar el estado de vuestra garganta, tomad de sustancias astringentestanto cuanto pueda soportar vuestro estómago. Tened cuidado de no traspasar este limite, porquedebéis tener presente el que es vuestro deber cuidar tanto el estómago como la garganta; y si elaparato de la digestión no está en corriente, ningún órgano del cuerpo puede estarlo. El sentidocomún os enseña que los astringentes deben ser útiles. ¿Habéis oído decir alguna vez que uncurtidor haya cambiado una piel en cuero sólo por variarla en agua de azúcar? Tampoco le habríaservido tolú, o ipecacuana, o melado. De ninguna manera; al revés, su efecto habría sido elcontrario de lo que buscaba. Cuando el curtidor quiere endurecer y hacer fuerte una piel, la meteen una solución de corteza de encina o de otra sustancia astringente, la cual da solidez al materialy lo fortalece. Cuando empecé yo a predicar en el Salón de Exeter, mi voz era muy débil paraaquel local, tan débil como lo son las voces en general, y muchas veces se me acabó porcompleto cuando predicaba en las calles. Las cualidades acústicas del salón eran sumamentemalas por ser excesivo lo ancho de él en comparación con lo largo, y tenía yo siempre a mano97

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