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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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aquel despierta luego y exclama: ¿Qué ha sucedido?—En el verano, cuando el aire es muypesado y todos propenden a dormir, predicad un sermón corto, cantad más himnos que decostumbre, o pedid a uno o dos hermanos que ofrezcan una oración. Cierto ministro que notabaque todos sus oyentes tenían sueño, se sentó y dijo: "Veía yo que todos vosotros descansabais, yme pareció bien hacer lo <strong>mis</strong>mo." Andrés Fuller apenas había comenzado a predicar en ciertaocasión cuando notó que el auditorio se abandonaba al sueño: entonces dijo: "Amigos, amigos,amigos, esto no puede ser. A veces he pensado que teníais sueño por alguna falta mía, pero ahoraveo que estás dormidos antes que haya comenzado yo, y la culpa debe ser vuestra. Macedme elfavor de despertar y de permitirme así que os haga algún bien." De modo semejante debéis obrar.Sabed hacer pausas. Estudiad el modo de interponer en vuestros sermones paréntesis excitantesde silencio. El habla es de plata, pero el silencio es de oro cuando los oyentes no están atentos.Seguid adelante, adelante, presentando pensamientos fastidiosos, con una voz monótona, y asímeceréis la cuna y provocaréis un sueño más profundo que nunca; pero haced pararrepentinamente la cuna, y huirá el sueño.Os sugiero también que para cautivar la atención y retenerla durante todo el discurso, esmenester hacer creer al auditorio que puede tener un interés profundo en lo que estamosdiciéndole. Este es, en efecto, un punto esencial, puesto que nadie dormirá si está esperando oíralgo de provecho propio. He oído decir algunas cosas muy extrañas, pero nunca hasta ahora heoído hablar de un hombre que se duerma al dársele lectura a un testamento del cual esperabarecibir un legado; ni he oído decir que un acusado dé cabida al sueño mientras el juez se disponea fallar y su vida está en peligro. Un interés personal conduce a la mayor atención. Predicadsobre asuntos prácticos, urgentes, actuales, personales, y se os prestará una atención muy seria.Sería conveniente evitar, a todo trance, que el cuidador del templo anduviera componiendo elaparato de gas, o las luces, o repartiendo los platillos para la colecta, o abriendo las ventanas,mientras estáis predicando. El que los diáconos y los cuidadores del templo recorran el localdurante el sermón, es una tortura que nunca se debe sufrir con paciencia; al contrario, debemospedirles con urbanidad, pero terminantemente, que suspendan sus paseos hasta que acabemos depredicar.Es menester también que pongamos un remedio con mucha prudencia y finura, apelando a larazón y a los sentimientos de nuestros oyentes, a la costumbre de asistir tarde a los cultos. Estoybien seguro que el diablo ha metido en la congregación mi ojos disturbios que nos excitan losnervios y distraen nuestra atención: el cerrar una puerta con violencia, la caída repentina de unbastón en el suelo, el llanto de un niño u otras cosas por el estilo, son medios eficaces en manosde Satanás, para impedirnos seguir en nuestra predicación, y esto nos autoriza a pedir a nuestrosoyentes, que no permitan semejante clase de interrupciones.Os di al principio una regla valiosa para cautivar la atención de vuestro auditorio, a saber, la deque debe decírsele siempre algo de provecho. Ahora voy a daros otra de mayor interés todavía ycon esta concluiré: vestíos con el Espíritu de Dios. Haced esto, y no os será necesario ocuparosde la atención, ni de la falta de ella. Venid directamente del aposento alto después de haberoscomunicado allá con Dios, y hablad de todo corazón a los hombres en nombre de Dios para quesean salvos, y no podréis menos de influir en ellos en gran manera. Tendréis, por decirlo así,cadenas de oro en vuestra boca, con las cuales los retendréis. Cuando Dios habla, los hombresdeben escucharlo, y aunque les hable por medio de un instrumento tan débil como lo es el108

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