personas, sacad todos los registros y dejad emitir al instrumento toda su fuerza; pero tenedcuidado de no hacer lo <strong>mis</strong>mo en un cuarto en el cual no puedan hacer más de 30 o 40. Siempreque yo entro en un edificio con el fin de predicar, calculo en el acto <strong>mis</strong>mo cuanta voz seanecesaria para llenarlo, y después de decir unas cuantas palabras, fácilmente determino laelevación de la voz que me es menester. Si podéis hacer que oiga una persona sentada al otroextremo de la capilla; si podéis ver que él entiende lo que estáis diciendo, podéis estar seguros deque las que estén sentadas más cerca, os oyen, y de que no hay por lo <strong>mis</strong>mo necesidad deemplear más voz; quizás bastará menos: observad y decidid. ¿A qué conducirla hablar de modoque se os oyera en la calle, siendo así que no había ninguno que en ella os escuchara? Aseguraosde que los oyentes más distantes, ya sea que estén adentro o afuera, puedan oíros fácilmente, yesto bastará. Quiero de paso hacer la observación de que siendo un deber de los hermanoscompadecerse de los débiles, tienen siempre la obligación de atender con mucho cuidado a lafuerza de su voz en los cuartos de los enfermos, y en las congregaciones donde se sabe que haymuchos que lo están. Es una cosa muy cruel sentarse al lado del lecho de un enfermo y decir agritos: "El Señor es mi Pastor." Si obráis así, sin reflexión, el pobre paciente no podrá menos quedecir luego que os despidáis de él: "¡Ay de mí! Cuando me duele la cabeza me alegro mucho deque ese buen hombre se haya marchado. El Salmo 23 que recitó es muy precioso ytranquilizador, pero él lo leyó asemejándose al trueno y al relámpago y casi me aturdió."Recordad, mancebos y solteros, que susurros blandos le convienen más a un enfermo, que untamborzazo o el disparo de un cañón.Observad cuidadosamente la costumbre de variar la fuerza de vuestra voz. Antes la regla eraesta: "Comenzad muy suavemente, subid poco a poco, y al fin emplead las notas más altas devuestra voz." Que todas estas reglas u otras semejantes sean abolidas, porque son fútiles yengañosas. Hablad en voz alta o baja, según las exigencias del sentimiento de que estéisposeídos: no os sometáis a ningunas reglas artificiales o caprichosas. Estas son abominables. ElSr. de Cormorin dice satíricamente: "Sed apasionados, tronad, enfureceos, llorad, hasta la quintapalabra de la tercera sentencia del párrafo décimo de la décima página. ¡Cuán fácil no seria esto,y más que todo, cuán natural!" Cierto ministro queriendo imitar a un predicador popular que nopodía evitar la costumbre de principiar su sermón en voz tan baja que a nadie le era posibleescucharlo, hacia lo <strong>mis</strong>mo. Todos sus oyentes se inclinaban temiendo dejar de escuchar algoprovechoso, pero sus esfuerzos eran inútiles, pues apenas podían discernir otra cosa que unmurmullo santo. Si a este hermano se le hubiera dificultado hablar en alta voz, nadie le habríacriticado; pero parecía muy absurda la introducción, cuando al corto tiempo mostraba la fuerzade sus pulmones llenando todo el edificio de sentencias sonoras. Si la primera mitad de sudiscurso no tenía importancia, ¿por qué no la omitía? y si tenía algún valor, ¿por qué no lapronunciaba con claridad? "Singularizarse," señores, era el objeto principal del predicador: élhabía sabido que uno que hablaba por ese estilo, había producido grandes efectos y teníaesperanzas de rivalizar con él. Si alguno de vosotros se atreviera a cometer tal tontera con unobjeto tan reprochable, desearía yo de todo corazón, que nunca hubiera entrado en esteestablecimiento. Os declaro con toda sinceridad, que la cosa llamada "Singularización," esodiosa, porque es falta, artificial, engañosa, y por tanto despreciable. Nunca hagáis nada con elfin de causar efecto, sino detestad las artimañas de las almas pequeñas que sólo buscan laaprobación de los peritos en el arte de predicar. Esta clase de oradores es tan odiosa a unpredicador sincero, como lo son las langostas al agricultor oriental. Pero estoy apartándome delasunto: hablad clara y distintamente desde el principio de vuestros discursos. La introducción de90
un sermón es demasiado interesante para ser dicha entre dientes. Proferiría confiadamente, yllamad a vuestro auditorio la atención desde un principio, por vuestra voz varonil. Por reglageneral, no principiéis hablando en la voz más alta, porque en tal caso se os exija por el interéscreciente del sermón; pero sin embargo, procurad como ya os he dicho, hablar con toda claridaddesde el principio del discurso. Bajad la voz aun hasta hablar quedo, cuando esto seaconveniente, porque los tonos suaves, premeditados y solemnes, no solamente dan descanso aloído, sino son muy a propósitos también para influir en el corazón. No dejéis de hacer uso de lostonos bajos, porque si los empleáis con fuerza, serán oídos también como si gritarais. No esnecesario que habléis en voz muy alta para ser bien oído. Macaulay dice respecto de GuillermoPitt: "Su voz, aun cuando bajaba a veces mucho, era oída hasta los bancos más distantes de laCámara de los Comunes." Se ha dicho y con razón, que la escopeta más ruidosa no es la quelleva una bala a la mayor distancia; al contrario, la descarga de un rifle hace muy poco ruido. Noes el tono elevado de vuestra voz el que la hace eficaz, sino la fuerza con que la empleáis. Estoycierto de que podría yo hablar bajo y de modo que se me oyera por todos los ámbitos de nuestrogran Tabernáculo; y estoy igualmente cierto de que podría desgañitarme gritando de tal maneraque nadie pudiera entenderme. Sería muy fácil hacer la prueba aquí, pero tal vez el ejemplo nosea necesario, pues temo que algunos de vosotros seáis capaces de hacerlo con el mejor éxito.Olas de aire bien pueden estrellarse en el oído en una sucesión tan rápida, que no produzcanninguna impresión traducible en el nervio auditivo. La tinta es necesaria para escribir; pero sívolteáis la botella de tinta sobre un pliego de papel, no le comunicáis ningún significado conesto. Lo <strong>mis</strong>mo sucede con el sonido: este es como la tinta; pero se necesita no una grancantidad, sino un buen uso de él, para producir una impresión inteligible en el oído. Si vuestraúnica ambición es la de competir con "Un hombre gigantesco dotado de pulmones de bronce,cuya garganta sobrepujaba la fuerza de 50 lenguas," vocead a vuestro gusto, y llegad al Eliseotan pronto como os sea posible; pero si queréis ser entendidos y útiles, evitaos el reproche de ser"impotentes y ruidosos." Sabéis muy bien que los sonidos agudos son los más penetrantes: elgrito singular usado por los que viajan en los desiertos de la Australia, debe su fuerza especial alo agudo de él. Una campana se puede oír a mucha mayor distancia que un tambor; y lo extrañoes que cuanto más musical sea un sonido, tanto mas penetrante será. Lo que se necesita no esgolpear el piano, sino tocar diestramente las debidas teclas. Estaréis de consiguiente en enteralibertad para bajar la voz con frecuencia, y así daréis descanso tanto al oído de vuestro auditorio,como a vuestros propios pulmones. Probad toda clase de métodos, desde el golpe dado con elformidable mazo, hasta la simple caricia. Sed tan suaves como un céfiro, y tan vehementes comoun torbellino. En una palabra, sed lo que cada persona de sentido común, es cuando hablanaturalmente: aboga con vehemencia, cuchichea confidencialmente, apela con tristeza o pregonacon claridad.Después de haber tratado ya de la necesidad de moderar la fuerza de los pulmones, establecía yoesta regla: modulad vuestros tonos. Cambiad con frecuencia la elevación de la voz, y variadconstantemente su tono. Dejad que se oigan en sus respectivos turnos, el bajo, el tiple y el tenor.Os suplico que hagáis esto teniendo compasión así de vosotros <strong>mis</strong>mos como de vuestroauditorio. Dios tiene <strong>mis</strong>ericordia de vosotros, y dispone todas las cosas de tal modo que quedesatisfecha vuestra tendencia a buscar la diversidad: tengamos a nuestra vez piedad de nuestrossemejantes, y no les fastidiemos con la monotonía de nuestros tonos. Es una cosa cruel sujetar eltímpano del oído de un semejante nuestro, a la pena de ser taladrado y barrenado con el <strong>mis</strong>mosonido por el espacio de media hora. ¿Qué modo más eficaz de volver a uno idiota o loco puede91
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