toda cortesía, pero con igual firmeza, resistir la práctica de solicitar a hombres que ofrezcan laoración, a fin de honrarlos dándoles algo que hacer. Nuestras devociones Bíblicas nunca sedeben degradar aprovechando oportunidades, para hacer cumplidos. He oído llamarse algunasveces a la oración y al canto, "los servicios preliminares," como si fueran sólo prefacio delsermón; yo creo que esto es raro entre nosotros; si fuera común, sería un defecto muy grave. Yoprocuro invariablemente dirigir todo el culto por mi propio bien, y creo que también que porconseguir el de la congregación. A mi modo de ver, no es verdad que cualquiera persona puededirigir la oración. No, señores, tengo la convicción solemne de que la oración es una de las partesdel culto más importante, más provechosa y más honorable, y que se debe considerar aún másque el sermón. No debemos pedir a cualquiera que dirija la oración, y después elegir al hermanomás capaz como predicador. Puede suceder que por debilidad corporal o en alguna ocasiónespecial, el ministro necesite el auxilio de un hermano y le pida que ofrezca la oración; pero si elSeñor os ha hecho amar vuestro trabajo, no cumpliréis a menudo ni prontamente con esta partede él en la persona de otro. Si a veces delegáis el servicio a otra persona, que sea una en cuyaespiritualidad y aptitud actual tengáis la confianza más amplia; pero designar repentinamente aun hermano desprevenido a insistir que dirija las devociones, me parece vergonzoso.¿Serviremos al cielo con un respeto menos que con el que nos ministramos a nosotros <strong>mis</strong>mos,siendo como somos tan poco dignos? Pedid al hombre más capaz que ore, y dejad que se paseligeramente el sermón, antes que el acceso a Dios se menosprecie. Sirvamos a Jehová lo mejorque podamos: que se considere con mucho cuidado, y se presente con toda la fuerza de uncorazón despierto y de un entendimiento espiritual, la oración que sea dirigida a la MajestadDivina. El que se ha preparado a predicar, comunicándose con Dios, ordinariamente tiene lamayor aptitud para dirigir la oración y formar un programa que pone a otro hermano en su lugar,trastorna los servicios, defrauda al predicador un ejercicio que le fortalecería para presentar susermón, y muchas veces puede sugerir comparaciones entre las diferentes partes del culto, cosaque nunca se debe tolerar. Si hermanos desprevenidos son enviados por mi al púlpito para queme sirvan con sus oraciones cuando yo tengo que predicar, no puedo entender por qué no me seapermitido orar, y entonces retirarme y dejar a estos hermanos que prediquen. No puedo verninguna razón bastante para quitarme el ejercicio más santo, precioso y provechoso que mi Señorme ha concedido; si puedo elegir, cederé el sermón antes que la oración. He dicho todo esto parainculcaros la persuasión de que debéis estimar de un modo especial la oración pública, y pedir alSeñor los dones y las gracias necesarias para que podamos cumplir con este deber fielmente. Losque menosprecian toda clase de oraciones espontáneas, sin duda harán uso de lo que he dicho encontra de ellas; pero puedo asegurarles que las faltas referidas no son comunes entre nosotros, ya la verdad se han extinguido a la vez que el escándalo causado por ellas, que nunca fue ni aunen su peor forma, tan grande como el causado por el modo con que se hace muchas veces elservicio litúrgico. Con demasiada frecuencia el culto de la iglesia se precipita de un modo tanindevoto, como si fuera la canción de un cantor de jácaras. Se repiten las palabras sin la másmínima apreciación de su significado, de suerte que sucede no raras veces sino frecuentementeen los templos episcopales, que podéis ver los ojos de la congregación y de los coristas, y aun losdel ministro <strong>mis</strong>mo, vagar en todas direcciones, mientras que según el tono <strong>mis</strong>mo de la lectura,es evidente que no hay sentimiento alguno de simpatía con lo que se ha leído. Es simplementejusto admitir y lo hago con mucho gusto, que en estos últimos años esta falta ha disminuido másy más. He asistido a los cultos fúnebres cuando el oficio de difuntos de la Iglesia de Inglaterra seha hecho a la ligera y de una manera tan indecorosa, que me fue necesaria toda la gracia queposeía para reprimirme y no tirar un banquillo a la cabeza del que funcionaba; me sentí tan44
molesto que no supe qué hacer, al oír, en presencia de los dolientes cuyos corazones estabanderramando sangre, a un hombre que repetía el oficio como si recibiera una cantidad por cadaculto, y por lo tanto quisiera acabar éste lo más pronto posible para comenzar otro. No puedofigurarme qué efecto esperaba producir, o qué resultado efectuar, por palabras forzadas yproferidas con venganza y vehemencia. Es triste a la verdad pensar en el modo con que se matay se hace abominación ese oficio de difuntos tan admirable, por el modo con que se leefrecuentemente. Hago mención de esto, sólo para indicar que si los episcopales critican condemasiada severidad nuestras oraciones espontáneas podemos hacerles callar presentando estarecriminación formidable. Pero sin duda alguna seria mucho mejor enmendar nuestrascostumbres que criticar las de otros.Para que una oración pública sea lo que debe ser, es preciso que dimane del corazón. Un hombredebe ser realmente sincero en sus súplicas. La oración debe ser verdadera, y si lo es, cubrirácomo la caridad, una muchedumbre de pecados. Podéis perdonar las familiaridades de unhombre y también sus vulgaridades, si veis claramente que de lo más íntimo de su corazón estáhablando a su Creador, y que sus faltas son debidas sólo a los defectos de su educación y no avicios morales o espirituales de su corazón. El que ora públicamente debe ser ardiente, porque nopuede haber peor preparación para un sermón, que una oración soporífera. ¿Qué cosa puedefastidiar a los hombres de la casa de Dios, más que una oración inerte? Poned toda vuestra almaen tal ejercicio. Si toda vuestra energía puede interesarse en una cosa, que lo sea en acercarse aDios públicamente. Rogad de tal manera que podáis, por un atractivo divino llevar a toda lacongregación con vosotros hasta el trono de Dios. Orad de tal modo que por el poder del EspírituSanto, descansando sobre vosotros expreséis los deseos y los pensamientos de todo el auditorio,y os constituyáis en una voz ardiente de fervor delante del trono de Dios, intercediendo por loscentenares de corazones palpitantes al sentirlo.Además de esto, nuestras oraciones deben ser a propósito. No quiero decir que debemos entraren cada detalle minucioso, de las circunstancias de la congregación. Como he dicho antes, no haynecesidad de hacer mención en la oración pública de todos los sucesos de la semana, ni deconmemorar todos los nacimientos, muertes y matrimonios de vuestros feligreses, pero elcorazón cuidadoso del ministro debe notar todos los movimientos generales que han acontecidoen la congregación; debe recordar tanto los gozos como las tristezas de su congregación delantedel trono de gracia, y pedir que la bendición divina descanse sobre su rebaño en todos susmovimientos, sus ejercicios, quehaceres y empresas santas, y que el perdón de Dios se extienda asus cortos alcances y pecados innumerables. Además, por vía de precepto negativo, osaconsejaría que no fueseis prolijos en la oración. Me parece que Juan Macdonald fue el quedecía: "Si estáis en el espíritu de la oración, no os extendáis demasiado, porque puede habermuchos que hallen dificultad en seguiros en tal espiritualidad; y si no estáis en él, no os extendáistampoco, porque entonces podéis estar ciertos de que fatigaréis al auditorio." Livingstone dicerespecto de Roberto Bruce de Edinburgh, el contemporáneo famoso de Andrés Melville:"Ningún otro hombre de su tiempo manifestó tanta convicción y energía como las que a élconfiriera el Espíritu Santo. Ningún otro tuvo tantas pruebas de conversión de las almas, ymuchos de sus oyentes hasta pensaban que nadie desde el tiempo de los apóstoles, había habladocon tanto poder como él. Cuando otros estaban presentes, ofrecía oraciones muy breves; perocada una de sus sentencias era como un rayo lanzado a los cielos. Le oí decir que se fastidiabacuando otros ofrecían oraciones largas; pero que estando solo, empleaba mucho tiempo orando,45
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mancha sobre el buen nombre que ten
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de modales que en su concepto, les
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Nosotros también somos hombres de
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Además, las personas que los tuvie
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ecurrir al libro impreso, de un mod
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Además, por desprovistas que esté
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