triste de los pacientes seglares que se encuentran compelidos a escucharlos. La costumbre servilde seguir al curso del sol y a la rotación de los meses, en vez de esperar al Espíritu Santo basta, ami parecer, para explicar el hecho de que en muchas iglesias, siendo jueces sus propiosescritores, los sermones no son más que muestra de "aquella debilidad decente que tanto precavea sus autores de los errores cómicos como les preserva de las hermosuras más notables." Téngasepues por sentado que todos nosotros estamos persuadidos de la importancia de predicar no sólola verdad, sino la verdad que sea más a propósito para cada ocasión particular. Debemosesforzarnos en presentar siempre los asuntos que mejor cuadren con las necesidades de nuestropueblo, y se adapten más perfectamente como medios para llevar la gracia a sus corazones.¿Hay acaso dificultad en encontrar textos? Recuerdo haber leído hace muchos años en un tomode lecturas sobre la Homilética, una declaración que me causó bastante inquietud por algúntiempo; trataba de algo relativo a este efecto: "Si alguno encuentra dificultad en escoger un texto,es mejor que desde luego se vaya a una tienda de abarrotes, o a empuñar la mancera de un arado,porque evidentemente eso seria la señal de que no tiene la aptitud necesaria para el ministerio."Ahora bien, puesto que yo había sufrido muchas veces por esta causa, comencé a examinarme amí <strong>mis</strong>mo, para informarme si no era mi deber buscar cualquiera clase de trabajo secular, yabandonar el ministerio; pero no lo he hecho, porque tengo aún la convicción de que, aunquecondenado por el juicio de dicho autor que, me comprende a mi por su generalidad, obedezco aun llamamiento que Dios ha confirmado por el sello de su aprobación. Me sentí tan desazonadoen mi conciencia, a causa de la severidad de dicha observación, que hice a mi abuelo que habíasido ministro por 50 años, la pregunta de si él alguna vez se encontraba indeciso en la elecciónde su tema. Me contestó con toda franqueza que siempre le había causado mucho trabajo, y quecomparada con esto, la predicación le había sido muy fácil. Recuerdo bien la observación delanciano venerable. "La dificultad no se origina de que no hay textos suficientes, sino de que haytantos que me siento comprimido entre ellos." Hermanos, nos parecemos, a veces, al que siendoafecto a las flores exquisitas, se encuentra rodeado de todas las hermosuras del jardín, conlicencia de escoger sólo una de ellas. ¡Cuánto tiempo fluctúa irresoluto entre la rosa y el lirio, ycuán grande es la dificultad que tiene para elegir como la más preferible, a una que puedadescollar entre tantos millares de flores seductoras! Debo confesar que para mí todavía hastahoy, la elección de mi texto me pone en gran embarazo, pero en embarazo de riquezas," comodicen los franceses, muy diferente por cierto de la esterilidad de pobreza. Nos lo causa laindecisión sobre qué es lo más atendible entre tantas verdades, siendo así que todas exigen darsea conocer; entre tantos deberes que requieren ser encarecidos, y entre tantas necesidadesespirituales de la congregación que reclaman ser satisfechas. No es pues de extrañar que sea muydifícil decidir a nuestra entera satisfacción con qué deber nos conviene que cumplamos primero.Confieso que me siento muchas veces hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, yque esto es la parte principal de mí estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensandosobre tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y despuéssepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando mi navegación a grandesdistancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces de un faro para poder dirigirme al puertosuspirado. Yo creo que casi todos los sábados formo suficientes bosquejos de sermones paraabastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo a predicarlos, pues elhacerlo me asemejaría a un marinero honrado que llevara un cargamento de mercancías decontrabando. Los temas vuelan en la imaginación uno tras otro, así como las imágenes que pasana través del lente de un fotógrafo; pero en tanto que la mente no sea como la lámina sensible que64
etiene la impresión de alguna de ellas, todos estos asuntos son enteramente inútiles paranosotros.¿Cuál es el propio texto? ¿Cómo se conoce?Lo conocemos por demostraciones a<strong>mis</strong>tosas. Cuando un versículo se apodera vigorosamente devuestro entendimiento, de tal manera que no podáis desasiros, no necesitaréis de otra indicaciónrespecto de vuestro propio tema. Como un pez, podéis picar muchos cebos; pero una vez tragadoel anzuelo, no vagaréis ya más. Así cuando un texto nos cautiva, podemos estar ciertos de que anuestra vez lo hemos conquistado, y ya entonces podemos hacernos el ánimo con toda confianzade predicar sobre él. O, haciendo uso de otro símil, tomáis muchos textos en la mano, y osesforzáis en romperlos: los amartilláis con toda vuestra fuerza, pero os afanáis inútilmente; al finencontráis uno que se desmorona al primer golpe, y los diferentes pedazos lanzan chispas al caer,y veis las joyas más radiantes brillando en su interior. Crece a vuestra vista, a semejanza de lasemilla de la fábula que se desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba. Osencanta y fascina, u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del Señor. Sabedentonces, que este es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y estando ciertos de esto,os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis descansar hasta que hallándooscompletamente sometidos a su Influencia, prediquéis sobre él como el Señor os inspire quehabléis. Esperad aquella palabra escogida aun cuando tengáis que esperar hasta una hora antesdel culto. Quizá esto no será entendido por hombres de un frío cálculo a quienes por lo generalno mueve el <strong>mis</strong>mo impulso que a nosotros, para quienes esto es una ley del corazón que no nosatrevemos a violar.Nos detenemos en Jerusalén este es hasta recibir la virtud celestial. "Creo en el Espíritu Santo."Este es uno de los artículos del Credo, pero apenas se cree por los cristianos de un modopráctico. Muchos ministros parece que piensan que ellos tienen que escoger el texto, quedescubrir sus enseñanzas, y encontrar un discurso en él. No lo creemos así. Debemos hacer usotanto de nuestra voluntad, por supuesto, como de nuestra inteligencia y de nuestros afectos,porque no es de presumirse que el Espíritu Santo nos compela a que prediquemos sobre un textoen contra de nuestra voluntad. No nos trata como si fuéramos órganos cilíndricos, a que fueraposible dar cuerda y ajustarlos a alguna determinada música, sino que aquel glorioso inspiradorde toda verdad, nos trata como seres racionales, dominados por fuerzas espirituales, adecuadas anuestra naturaleza; sin embargo, los espíritus devotos siempre desean que sea escogido el textopor el Espíritu Santo infinitamente sabio, y no por sus entendimientos falibles; y por tanto, seentregan a si <strong>mis</strong>mos en las manos de Aquél, pidiéndole que condescienda en dirigirlos respectode la provisión conveniente que haya ordenado ministrar a su grey. A este propósito dice Gurnal:"Los ministros no tienen aptitud propia para su trabajo. ¡Ah! Cuánto tiempo pueden sentarse,hojeando sus libros y devanándose los sesos, hasta que Dios venga a darles auxilio, y entonces sepone el sermón a su alcance, como se puso la carne de venado al de Jacob. Sí Dios no nos prestasu ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta; si alguno tiene necesidad especial de apoyarse enDios, es el ministro del evangelio." Sí alguno me preguntara ¿cómo puedo hacerme del texto másoportuno? le contestaría: "pedidlo a Dios." Harrington Evans en sus "Reglas para hacersermones," nos da como la primera, "pedid a Dios la elección de un pasaje. Preguntad por qué seescoge, y que sea contestada satisfactoriamente la pregunta. Algunas veces la contestación serátal que se deba rechazar el pasaje." Sí la oración sola os dirige al tesoro apetecido, será en65
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mancha sobre el buen nombre que ten
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