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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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etiene la impresión de alguna de ellas, todos estos asuntos son enteramente inútiles paranosotros.¿Cuál es el propio texto? ¿Cómo se conoce?Lo conocemos por demostraciones a<strong>mis</strong>tosas. Cuando un versículo se apodera vigorosamente devuestro entendimiento, de tal manera que no podáis desasiros, no necesitaréis de otra indicaciónrespecto de vuestro propio tema. Como un pez, podéis picar muchos cebos; pero una vez tragadoel anzuelo, no vagaréis ya más. Así cuando un texto nos cautiva, podemos estar ciertos de que anuestra vez lo hemos conquistado, y ya entonces podemos hacernos el ánimo con toda confianzade predicar sobre él. O, haciendo uso de otro símil, tomáis muchos textos en la mano, y osesforzáis en romperlos: los amartilláis con toda vuestra fuerza, pero os afanáis inútilmente; al finencontráis uno que se desmorona al primer golpe, y los diferentes pedazos lanzan chispas al caer,y veis las joyas más radiantes brillando en su interior. Crece a vuestra vista, a semejanza de lasemilla de la fábula que se desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba. Osencanta y fascina, u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del Señor. Sabedentonces, que este es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y estando ciertos de esto,os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis descansar hasta que hallándooscompletamente sometidos a su Influencia, prediquéis sobre él como el Señor os inspire quehabléis. Esperad aquella palabra escogida aun cuando tengáis que esperar hasta una hora antesdel culto. Quizá esto no será entendido por hombres de un frío cálculo a quienes por lo generalno mueve el <strong>mis</strong>mo impulso que a nosotros, para quienes esto es una ley del corazón que no nosatrevemos a violar.Nos detenemos en Jerusalén este es hasta recibir la virtud celestial. "Creo en el Espíritu Santo."Este es uno de los artículos del Credo, pero apenas se cree por los cristianos de un modopráctico. Muchos ministros parece que piensan que ellos tienen que escoger el texto, quedescubrir sus enseñanzas, y encontrar un discurso en él. No lo creemos así. Debemos hacer usotanto de nuestra voluntad, por supuesto, como de nuestra inteligencia y de nuestros afectos,porque no es de presumirse que el Espíritu Santo nos compela a que prediquemos sobre un textoen contra de nuestra voluntad. No nos trata como si fuéramos órganos cilíndricos, a que fueraposible dar cuerda y ajustarlos a alguna determinada música, sino que aquel glorioso inspiradorde toda verdad, nos trata como seres racionales, dominados por fuerzas espirituales, adecuadas anuestra naturaleza; sin embargo, los espíritus devotos siempre desean que sea escogido el textopor el Espíritu Santo infinitamente sabio, y no por sus entendimientos falibles; y por tanto, seentregan a si <strong>mis</strong>mos en las manos de Aquél, pidiéndole que condescienda en dirigirlos respectode la provisión conveniente que haya ordenado ministrar a su grey. A este propósito dice Gurnal:"Los ministros no tienen aptitud propia para su trabajo. ¡Ah! Cuánto tiempo pueden sentarse,hojeando sus libros y devanándose los sesos, hasta que Dios venga a darles auxilio, y entonces sepone el sermón a su alcance, como se puso la carne de venado al de Jacob. Sí Dios no nos prestasu ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta; si alguno tiene necesidad especial de apoyarse enDios, es el ministro del evangelio." Sí alguno me preguntara ¿cómo puedo hacerme del texto másoportuno? le contestaría: "pedidlo a Dios." Harrington Evans en sus "Reglas para hacersermones," nos da como la primera, "pedid a Dios la elección de un pasaje. Preguntad por qué seescoge, y que sea contestada satisfactoriamente la pregunta. Algunas veces la contestación serátal que se deba rechazar el pasaje." Sí la oración sola os dirige al tesoro apetecido, será en65

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