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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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Variad, pues, el orden de vuestras oraciones para fijar mejor de este modo la atención delauditorio, y evitar a la vez que su asistencia sea como el movimiento de un reloj que continúa deun modo monótono hasta que sea necesario darle cuerda.Variad la duración de vuestras oraciones públicas. ¿No pensáis que seria mucho mejor a vecesen lugar de emplear tres minutos en la primera oración y quince en la segunda, ocupar nueve encada una? ¿No seria más provechoso a veces detenernos más tiempo en la primera y menos en lasegunda? ¿No serian mejores dos oraciones medianamente largas, que una larga en extremo yotra muy corta? ¿No sería un buen cambio cantar un himno después de leer el capitulo, o cantaruna o dos estrofas antes de la oración? ¿Por qué no seria bien a veces cantar cuatro himnos en unculto? ¿No debemos estar contentos a veces con dos himnos y aun con uno? ¿Por qué esnecesario cantar siempre después del sermón? ¿Por qué, por otra parte, nunca cantan algunos alfin del culto? ¿Es conveniente siempre, o aun con frecuencia, una oración después del sermón?¿No es verdad que a veces es muy conmovedora? ¿Si fuéramos guiados por el Espíritu, noconseguiríamos una variedad actualmente desconocida? Hagamos lo que fuere oportuno a fin deque nuestra congregación no llegue a considerar ninguna forma del culto como dispuesta porDios, y así recaiga en la superstición de que ha escapado.Variad el curso de vuestras oraciones intercesoras. Hay muchos objetos que os exigen laatención, por ejemplo: la iglesia en su debilidad; su apostasía; sus tristezas y sus consuelos; lagente que no es nuestra; la vecindad; los oyentes no regenerados; los jóvenes y la nación. Noroguéis por todo esto siempre, de otro modo vuestras oraciones serán largas y fastidiosas.Cualquier asunto que pese especialmente sobre vuestro corazón, que sea el más prominente envuestras súplicas. Hay un modo de orar bajo la dirección del Espíritu, que hará homogéneo todoel servicio y lo hará conforme con los himnos y el discurso. Es muy provechoso conservar launidad en el culto dondequiera que sea posible, no de un modo forzoso sino prudente, para que elefecto sea uno. Ciertos hermanos no han llegado a conservar la unidad en sus sermones, sinovagan de Inglaterra al Japón, e introducen todos los asuntos que se pueden imaginar perovosotros, que habéis aprendido el modo de conservar la unidad en vuestros sermones, podéisavanzar más todavía y exhibir cierto grado de unidad en el culto, teniendo cuidado tanto en elhimno, como en la oración y el capitulo, de dar prominencia al <strong>mis</strong>mo asunto. No puedo recomendarosla práctica común entre algunos hermanos, de repasar el sermón en la última oración.Puede ser instructiva al auditorio, pero esto es cosa enteramente extraña a la oración. Esaltisonante, escolástica, y no nos conviene: no imitéis esa costumbre.Evitad como a una víbora, todos los esfuerzos para excitar un fervor espurio en la devociónpublica. No os esforcéis en parecer fervientes. Rogad como vuestro corazón os dicte, bajo ladirección del Espíritu de Dios, y si os sentís torpes e inactivos, decidlo al Señor. No será unacosa mala confesar vuestra frialdad y lamentarla; y pedir las influencias vivificadoras delEspíritu Santo: por el contrario, será una oración verdadera y aceptable; pero un ardor fingido esla forma más vergonzosa de la mentira. Nunca imitéis a los que son fervientes. Conocéis a unhombre piadoso que gime, y a otro cuya voz se hace aguda luego que lo excita el celo, pero nopor esto gimáis ni chilléis a fin de parecer tan celosos como son ellos. Sed sólo naturales siemprey pedid a Dios su dirección en todo.51

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