"Vosotros que creéis tan firmemente y a mi entera satisfacción, en la inspiración plenaria de laBiblia, nunca debéis citar un pasaje sin dar las palabras <strong>mis</strong>mas porque, según vuestra propiacreencia, podéis dejar por completo de expresar el sentido divino del pasaje, cambiando una solapalabra. Si no podéis dejar por completo de expresar el sentido divino del pasaje, cambiando unasola palabra. Si no podéis citar los pasajes de la Biblia exactamente en vuestras oraciones, seriamejor no hacer uso de ellos. Emplead una expresión nacida de vuestra propia mente, y seráigualmente aceptable a Dios como una frase bíblica adulterada y trunca. Guardaos convehemencia, de las alteraciones y perversiones de la Escritura, y renunciad para siempre a todaslas frases altisonantes puesto que desfiguran las oraciones espontáneas del corazón. He notado lacostumbre entre algunos (que os ruego no adoptéis), de orar con los ojos abiertos. Esantinatural, indecoroso y repugnante. Raras veces sucederá que el ojo abierto y levantado haciael cielo, puede ser conveniente y conmovedor; pero mirar a los objetos que nos rodean mientrasque profesamos comunicarnos con el Dios invisible, es detestable en extremo. Los padres de laiglesia primitiva condenaron esta práctica indecorosa. Debemos hacer uso, si acaso, de muypocas gesticulaciones al orar. Apenas alguna vez nos conviene levantar y mover el brazo como siestuviéramos predicando; pero los brazos extendidos y las manos enclavijadas son naturales ysirven para sugerir pensamientos a propósito si es que el individuo que ora está muy excitado. Lavoz debe estar conforme siempre con el asunto, y no ser nunca violenta ni audaz: que los tonosdel hombre que habla con Dios sean humildes y reverentes. ¿No os enseña esto aun la naturaleza<strong>mis</strong>ma? Si la gracia no lo hace, desespero. En cuanto a nuestras oraciones en los cultosdominicales, tal vez sería útil daros algunos consejos. Para evitar que se establezca entre nosotrosuna rutina monótona y fastidiosa, os recomiendo que variéis el orden de las diferentes partes delculto, tanto cuanto os sea posible. Lo que el Espíritu libre nos impele a hacer, hagámoslo desdeluego. He llegado recientemente a entender por primera vez cuán grande es el poder de losdiáconos sobre los ministros en algunas iglesias del campo. He tenido la costumbre siempre dedirigir los servicios religiosos del modo que me parecía más conveniente y provechoso, y nuncahe oído hablar ni una palabra en mi contra, aunque puedo decir que disfruto de mucha intimidadcon los directores de mi Iglesia; pero un hermano en el ministerio me dijo esta mañana, que unavez principió el culto de la mañana por una oración en vez de anunciar un himno, y que despuésdel culto cuando él se retiró al vestuario o guardarropa, los diáconos le pusieron de manifiestoque no podían permitir innovaciones. Hasta ahora hemos entendido que las iglesias bautistas noestán esclavizadas a tradiciones, ni a reglas fijas en cuanto a sus modos de adoración, y sinembargo, estos pobres deseando hacerse soberanos y exclamando en alta voz contra una liturgia,quieren que su ministro se someta a ceremonias introducidas por la costumbre. Ya es tiempo deque a tales absurdos se ponga un hasta aquí. Pretendemos dirigir los cultos así como el EspírituSanto nos enseña y según nuestro mejor juicio. No nos someteremos a una regla que nos exijaque cantemos ahora y oremos después; sino variaremos el orden del culto para evitar de estemodo la monotonía. He oído decir que el reverendo Hinton principió el culto una vez por el sermón,para que los que llegaran tarde pudieran por lo menos, disfrutar la oportunidad de orar conla congregación. ¿Y porqué no? Las variaciones tienden a hacer bien; la monotonía es muyfastidiosa. Frecuentemente seria muy provechoso dejar a la congregación que guardara silencioentero por dos o tres minutos. El silencio solemne hace noble la adoración."La adoración verdadera no es el sonido tumultuoso que se repite por labios clamorosos, sino esel silencio profundo de una alma que se abraza a los pies de Jehová."50
Variad, pues, el orden de vuestras oraciones para fijar mejor de este modo la atención delauditorio, y evitar a la vez que su asistencia sea como el movimiento de un reloj que continúa deun modo monótono hasta que sea necesario darle cuerda.Variad la duración de vuestras oraciones públicas. ¿No pensáis que seria mucho mejor a vecesen lugar de emplear tres minutos en la primera oración y quince en la segunda, ocupar nueve encada una? ¿No seria más provechoso a veces detenernos más tiempo en la primera y menos en lasegunda? ¿No serian mejores dos oraciones medianamente largas, que una larga en extremo yotra muy corta? ¿No sería un buen cambio cantar un himno después de leer el capitulo, o cantaruna o dos estrofas antes de la oración? ¿Por qué no seria bien a veces cantar cuatro himnos en unculto? ¿No debemos estar contentos a veces con dos himnos y aun con uno? ¿Por qué esnecesario cantar siempre después del sermón? ¿Por qué, por otra parte, nunca cantan algunos alfin del culto? ¿Es conveniente siempre, o aun con frecuencia, una oración después del sermón?¿No es verdad que a veces es muy conmovedora? ¿Si fuéramos guiados por el Espíritu, noconseguiríamos una variedad actualmente desconocida? Hagamos lo que fuere oportuno a fin deque nuestra congregación no llegue a considerar ninguna forma del culto como dispuesta porDios, y así recaiga en la superstición de que ha escapado.Variad el curso de vuestras oraciones intercesoras. Hay muchos objetos que os exigen laatención, por ejemplo: la iglesia en su debilidad; su apostasía; sus tristezas y sus consuelos; lagente que no es nuestra; la vecindad; los oyentes no regenerados; los jóvenes y la nación. Noroguéis por todo esto siempre, de otro modo vuestras oraciones serán largas y fastidiosas.Cualquier asunto que pese especialmente sobre vuestro corazón, que sea el más prominente envuestras súplicas. Hay un modo de orar bajo la dirección del Espíritu, que hará homogéneo todoel servicio y lo hará conforme con los himnos y el discurso. Es muy provechoso conservar launidad en el culto dondequiera que sea posible, no de un modo forzoso sino prudente, para que elefecto sea uno. Ciertos hermanos no han llegado a conservar la unidad en sus sermones, sinovagan de Inglaterra al Japón, e introducen todos los asuntos que se pueden imaginar perovosotros, que habéis aprendido el modo de conservar la unidad en vuestros sermones, podéisavanzar más todavía y exhibir cierto grado de unidad en el culto, teniendo cuidado tanto en elhimno, como en la oración y el capitulo, de dar prominencia al <strong>mis</strong>mo asunto. No puedo recomendarosla práctica común entre algunos hermanos, de repasar el sermón en la última oración.Puede ser instructiva al auditorio, pero esto es cosa enteramente extraña a la oración. Esaltisonante, escolástica, y no nos conviene: no imitéis esa costumbre.Evitad como a una víbora, todos los esfuerzos para excitar un fervor espurio en la devociónpublica. No os esforcéis en parecer fervientes. Rogad como vuestro corazón os dicte, bajo ladirección del Espíritu de Dios, y si os sentís torpes e inactivos, decidlo al Señor. No será unacosa mala confesar vuestra frialdad y lamentarla; y pedir las influencias vivificadoras delEspíritu Santo: por el contrario, será una oración verdadera y aceptable; pero un ardor fingido esla forma más vergonzosa de la mentira. Nunca imitéis a los que son fervientes. Conocéis a unhombre piadoso que gime, y a otro cuya voz se hace aguda luego que lo excita el celo, pero nopor esto gimáis ni chilléis a fin de parecer tan celosos como son ellos. Sed sólo naturales siemprey pedid a Dios su dirección en todo.51
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mancha sobre el buen nombre que ten
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Nosotros también somos hombres de
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preciso que no incurra en el error
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Además, las personas que los tuvie
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