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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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Siclag, y se halló con la ciudad quemada y saqueada, con sus mujeres robadas y sus tropasdispuestas a apedrearle, leemos que "se esforzó en Jehová su Dios;" y bien hizo, por cierto, enproceder así, porque sin duda habría desmayado si no hubiera creído ver la bondad del Señor enla tierra de los vivos. Las penas cuando son muchas, se aumentan su peso las unas a las otras;cada una de ellas exacerba a las demás, y como pandillas de ladrones, sin con<strong>mis</strong>eración alguna,destruyen nuestro reposo. Unas tras otras las olas acaban con las fuerzas del mejor nadador. Elpunto donde se encuentran dos mares, puede causar averías aun a las quillas de superiorconstrucción. Si hubiera un regular intervalo entre los golpes de la adversidad, el espíritu tendríatiempo de prepararse a resistirlos; pero cuando caen inesperadamente y sin inter<strong>mis</strong>ión, como caeuna lluvia de granizos, el infortunado a quien sorprenden se siente solo recogido a su pesar. Elúltimo gramo vence el lomo del último camello, y cuando el peso de ése último lo tenemos sobrenosotros, ¡qué tiene de extraño que por algún tiempo nos sintamos desfallecidos y próximos aexhalar el postrimer suspiro!Este mal puede sobrevenimos en ocasiones en que no sabemos por qué, y entonces nos es muchomás difícil sobreponernos a él. Contra un abatimiento inmotivado no puede razonarse, ni pudoalguna vez el arpa de <strong>David</strong> tocar armoniosamente a pesar de los más convincentes argumentos.Esto <strong>mis</strong>mo sucede cuando se lucha contra lo vago, contra lo indefinido que entristece y oprimeel corazón. No inspira lástima el que se halla en este caso, porque parece acto irracional y aunpecaminoso, mostrarse abatido sin causa manifiesta; y sin embargo, el hombre se siente postradohasta en lo más recóndito de su alma. Si los que se ríen de semejante melancolía laexperimentaran durante una hora siquiera, puede asegurarse que su risa se trocaría en compasión.Con fuerza de voluntad se podría quizá sacudir ese marasmo, pero ¿cómo podemos esperar quela tenga un hombre que está careciendo de ella? El médico y el teólogo pueden reunir surespectiva pericia en tales casos, y ambos hallarán llenas sus manos, y mucho más que llenas. Elcerrojo de hierro que tan <strong>mis</strong>teriosamente cierra la puerta de la esperanza y guarda nuestrosespíritus en tan lóbrega prisión, necesita una mano celestial que lo descorra; y cuando esa manose ve, clamamos con el apóstol: "Bendito sea el Dios y Padre del Señor Jesucristo, el Padre de<strong>mis</strong>ericordias, y el Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones,para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquiera angustia, con laconsolación con que nosotros somos consolados de Dios" (2 Cor. 1:3, 4).Sólo el Dios de todo consuelo es quien puedeUn dulce remedio darAl corazón afligidoY próximo a desmayar,Para que éste pueda echarSus congojas al olvido.Simón se hunde hasta que Jesús le toma de la mano. El espíritu maligno tortura sin piedad alpobre niño, hasta que la palabra autoritativa le ordena que salga de él. Cuando nos sentimosacometidos por horribles temores y encorvados bajo el peso de una Intolerable pesadilla, nonecesitamos sino que el Sol de Justicia se levante para que los males que surgen de las negrastinieblas se disipen; y ninguna otra cosa hará salir al alma de su pesado sopor. Timoteo Rogers, ySimón Brown compositor de algunos himnos de una hermosura notable, tuvieron ocasión de129

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