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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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colegio de los <strong>mis</strong>mos, ha sido vivaz más bien que espiritual; si los honores que allí hanadquirido los deben a ejercicios atléticos más bien que a sus trabajos por Cristo, nosotrosnecesitamos en tal caso, pruebas de otro género de las que ellos pueden presentarnos. Porcrecidos que sean los honorarios que hayan pagado a los más sabios doctores, y por grandes quesean los conocimientos que hayan recibido, en cambio, no tendremos por eso una evidencia deque su vocación les ha venido de lo alto Una piedad sincera y verdadera es necesaria como elprimer requisito indispensable. Sea cual fuere el "llamamiento" que alguien pretenda haberrecibido, si no ha sido llamado a la santidad, puede asegurarse que no lo ha sido al ministerio."Atavíate primero a ti <strong>mis</strong>mo, y adorna después a tu hermano," dicen los rabinos. "Lamano que trata de limpiar algo," dice Gregorio, "es menester que esté limpia." Si vuestra sal notiene sabor ¿cómo podréis sazonar con ella? La conversión es una cosa sine qua non en unministro. Vosotros aspirantes a nuestros púlpitos, es menester que nazcáis de nuevo. Ni es laposesión de esta primera cualidad una cosa que pueda tenerse como concedida por cualquiera,porque hay una muy gran posibilidad de que nos engañemos acerca de si estamos convertidos ono. Creedme, no es juego de niños el que os aseguréis de vuestro llamamiento y elección. Elmundo está lleno de imposturas, y abunda en seductores que explotan la presunción carnal y seagrupan en torno de los ministros con la avidez con que lo hacen los buitres en torno de loscuerpos en putrefacción. Nuestros corazones son engañosos, de manera que la verdad no se hallaen la superficie, sino debe ser sacada de su más profundo interior. Debemos examinarnos anosotros <strong>mis</strong>mos muy afanosa y profundamente, no sea que por algún motivo después de haberpredicado a los demás, resulte que nos hallamos en la línea de los réprobos.¡Cuán horrible es ser predicador del Evangelio y no estar sin embargo convertido! Quecada uno se diga en secreto desde lo más recóndito de su alma: "¡Qué cosa tan terrible será paramí el vivir ignorante del poder de la verdad que me estoy preparando a proclamar!" Un ministroinconverso envuelve en sí la más patente contradicción. Un pastor destituido de gracia essemejante a un ciego elegido para dar clase de óptica, que filosofara acerca de la luz y la visión,disertara sobre ese asunto, y tratara de hacer distinguir a los demás las delicadas sombras ymatices de los colores del prisma, estando él sumergido en la más profunda oscuridad. Es unmudo nombrado profesor de canto; un sordo a quien se pide que juzgue sobre armonías. Es comoun topo que pretendiera educar aguiluchos; como un leopardo elegido presidente de ángeles. Aun supuesto de tal naturaleza se le podrían aplicar las más absurdas metáforas, si el asunto desuyo no fuese tan solemne. Es una posición espantosa en la que se coloca un hombre queemprende una obra para la ejecución de la cual es entera y absolutamente inadecuado; pero suincapacidad no lo exime de responsabilidades, puesto que deliberadamente las ha queridoasumir. Sean cuales fuesen sus dotes naturales y sus facultades mentales, nunca será el ministro apropósito para una obra espiritual, si carece de vida espiritual; y en ese caso cumple a su debercesar en sus funciones ministeriales mientras no adquiera la primera y más simple de lascualidades que para ello se han menester.El ministro inconverso asume un carácter igualmente horroroso en otro respecto. Si no harecibido co<strong>mis</strong>ión, debe ser muy desgraciada la posición que tenga que ocupar. ¿Qué puede verde lo que entre el pueblo pase que le dé consuelo? ¿Qué será lo que sienta cuando oiga loslamentos de los penitentes, o escuche sus ansiosas dudas y solemnes temores? Es natural que seadmire al pensar que sus palabras deben haberse apropiado para conseguir tal fin. La palabra deun hombre inconverso puede ser bendecida para la conversión de las almas, puesto que el Señora la vez que desconoce a un hombre semejante, honrará con todo, su propia verdad. ¡Cuánperplejo debe sentirse un hombre así al ser consultado respecto de las dificultades que se3

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