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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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hombre, la majestad de la verdad los compelerá a atender. Vuestra confianza debe apoyarse en elpoder sobrenatural. Os aconsejo que busquéis la perfección en la oratoria, que adquiráis todaclase de conocimientos, que hagáis vuestros sermones tan perfectos mental y retóricamente,como os sea posible. (No podéis hacer menos en una vocación tan santa como lo es la vuestra);pero después de todo, debéis recordar siempre que "no con ejército ni con fuerza," sonregenerados y santificados los hombres, sino "con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos."¿No habéis tenido a veces, la conciencia personal de estar vestidos de celo como de un manto, yde estar llenos por completo del Espíritu de Dios? Entonces es natural que hayáis tenido unauditorio atento y al poco tiempo creyente; pero si no estáis así dotados de poder de lo alto,seréis para vuestros oyentes sólo como un músico que toca un buen instrumento, o que canta unacanción armoniosa con clara voz, que llega al oído pero no al corazón. Si no tocáis éste, se cansarámuy pronto el oído. Vestíos, pues, del poder del Espíritu de Dios, y predicad a los hombresteniendo presente que pronto tendrán que dar cuenta, y que desean que ésta no sea triste para supueblo, ni funesta para ellos <strong>mis</strong>mos, sino que sea para la gloria de Dios. Hermanos, que el Señoros acompañe cuando salgáis en su nombre con el fin de decir al pueblo: "El que tiene oído, oigalo que dice el Espíritu."***PLATICA X.El Don de Hablar EspontáneamenteNo vamos a tratar la cuestión de si los sermones deberán ser escritos y leídos, o escritos,aprendidos de memoria y reproducidos; o si sería mejor prescindir por completo de apuntes. Nonos ocuparemos de ninguno de estos asuntos, si no es de un modo incidental, y pasaremos aconsiderar el don de hablar espontáneamente, en su forma verdadera y pura, es decir, el hablaimprovisada, lo que se profiere sin preparación especial, sin notas o pensamientos sugeridos,momentos antes de predicar.Mi primera observación es que no recomendaría a nadie que comenzara a predicar de estamanera, por regla general. Si así lo hiciera, mi opinión es que tendría el mejor éxito en laempresa de dejar vacío su templo: se pondría de manifiesto de ese modo, con toda claridad, sudon de ahuyentar a la gente. Los pensamientos repentinos que proceden de la mente sin previoestudio, sin haberse investigado los asuntos tratados, deben ser muy inferiores, aun cuando loshombres más inteligentes los profieran; y puesto que ninguno de nosotros se atrevería aglorificarse a si <strong>mis</strong>mo como hombre de genio, o como una maravilla de erudición, mucho metemo que nuestros pensamientos impremeditados sobre la mayoría de asuntos, no fuesen dignosde una atención muy fiel. Sólo un ministerio instructivo puede retener a una congregación enpleno número; el mero hecho de emplear el tiempo en la oratoria, no bastará. En todas partes loshombres nos exigen que les demos alimentos, alimentos verdaderos. Los religiosos modernoscuyo culto público consiste en la palabrería de cualquier hermano que tenga a bien pararse yhablar, van ya disminuyendo, y acabarán por dejar de existir y esto, a pesar de los atractivoshalagadores que presentan a los ignorantes y locuaces, porque aun los hombres más violentos yextravagantes en sus opiniones, y cuya idea de la intención del Espíritu es que cada miembro delcuerpo debe ser una boca, se fastidian muy pronto de oír los disparates de otros, por más que lesguste mucho proferir los suyos. La mayoría de la gente buena se cansa bien pronto de unaignorancia tan insulsa, y vuelven a las iglesias de las cuales se separaron, o mejor dicho,volverían si pudieran hallar en ellas buena predicación. Aun el Cuaquerismo, con todas sus109

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