aquel despierta luego y exclama: ¿Qué ha sucedido?—En el verano, cuando el aire es muypesado y todos propenden a dormir, predicad un sermón corto, cantad más himnos que decostumbre, o pedid a uno o dos hermanos que ofrezcan una oración. Cierto ministro que notabaque todos sus oyentes tenían sueño, se sentó y dijo: "Veía yo que todos vosotros descansabais, yme pareció bien hacer lo <strong>mis</strong>mo." Andrés Fuller apenas había comenzado a predicar en ciertaocasión cuando notó que el auditorio se abandonaba al sueño: entonces dijo: "Amigos, amigos,amigos, esto no puede ser. A veces he pensado que teníais sueño por alguna falta mía, pero ahoraveo que estás dormidos antes que haya comenzado yo, y la culpa debe ser vuestra. Macedme elfavor de despertar y de permitirme así que os haga algún bien." De modo semejante debéis obrar.Sabed hacer pausas. Estudiad el modo de interponer en vuestros sermones paréntesis excitantesde silencio. El habla es de plata, pero el silencio es de oro cuando los oyentes no están atentos.Seguid adelante, adelante, presentando pensamientos fastidiosos, con una voz monótona, y asímeceréis la cuna y provocaréis un sueño más profundo que nunca; pero haced pararrepentinamente la cuna, y huirá el sueño.Os sugiero también que para cautivar la atención y retenerla durante todo el discurso, esmenester hacer creer al auditorio que puede tener un interés profundo en lo que estamosdiciéndole. Este es, en efecto, un punto esencial, puesto que nadie dormirá si está esperando oíralgo de provecho propio. He oído decir algunas cosas muy extrañas, pero nunca hasta ahora heoído hablar de un hombre que se duerma al dársele lectura a un testamento del cual esperabarecibir un legado; ni he oído decir que un acusado dé cabida al sueño mientras el juez se disponea fallar y su vida está en peligro. Un interés personal conduce a la mayor atención. Predicadsobre asuntos prácticos, urgentes, actuales, personales, y se os prestará una atención muy seria.Sería conveniente evitar, a todo trance, que el cuidador del templo anduviera componiendo elaparato de gas, o las luces, o repartiendo los platillos para la colecta, o abriendo las ventanas,mientras estáis predicando. El que los diáconos y los cuidadores del templo recorran el localdurante el sermón, es una tortura que nunca se debe sufrir con paciencia; al contrario, debemospedirles con urbanidad, pero terminantemente, que suspendan sus paseos hasta que acabemos depredicar.Es menester también que pongamos un remedio con mucha prudencia y finura, apelando a larazón y a los sentimientos de nuestros oyentes, a la costumbre de asistir tarde a los cultos. Estoybien seguro que el diablo ha metido en la congregación mi ojos disturbios que nos excitan losnervios y distraen nuestra atención: el cerrar una puerta con violencia, la caída repentina de unbastón en el suelo, el llanto de un niño u otras cosas por el estilo, son medios eficaces en manosde Satanás, para impedirnos seguir en nuestra predicación, y esto nos autoriza a pedir a nuestrosoyentes, que no permitan semejante clase de interrupciones.Os di al principio una regla valiosa para cautivar la atención de vuestro auditorio, a saber, la deque debe decírsele siempre algo de provecho. Ahora voy a daros otra de mayor interés todavía ycon esta concluiré: vestíos con el Espíritu de Dios. Haced esto, y no os será necesario ocuparosde la atención, ni de la falta de ella. Venid directamente del aposento alto después de haberoscomunicado allá con Dios, y hablad de todo corazón a los hombres en nombre de Dios para quesean salvos, y no podréis menos de influir en ellos en gran manera. Tendréis, por decirlo así,cadenas de oro en vuestra boca, con las cuales los retendréis. Cuando Dios habla, los hombresdeben escucharlo, y aunque les hable por medio de un instrumento tan débil como lo es el108
hombre, la majestad de la verdad los compelerá a atender. Vuestra confianza debe apoyarse en elpoder sobrenatural. Os aconsejo que busquéis la perfección en la oratoria, que adquiráis todaclase de conocimientos, que hagáis vuestros sermones tan perfectos mental y retóricamente,como os sea posible. (No podéis hacer menos en una vocación tan santa como lo es la vuestra);pero después de todo, debéis recordar siempre que "no con ejército ni con fuerza," sonregenerados y santificados los hombres, sino "con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos."¿No habéis tenido a veces, la conciencia personal de estar vestidos de celo como de un manto, yde estar llenos por completo del Espíritu de Dios? Entonces es natural que hayáis tenido unauditorio atento y al poco tiempo creyente; pero si no estáis así dotados de poder de lo alto,seréis para vuestros oyentes sólo como un músico que toca un buen instrumento, o que canta unacanción armoniosa con clara voz, que llega al oído pero no al corazón. Si no tocáis éste, se cansarámuy pronto el oído. Vestíos, pues, del poder del Espíritu de Dios, y predicad a los hombresteniendo presente que pronto tendrán que dar cuenta, y que desean que ésta no sea triste para supueblo, ni funesta para ellos <strong>mis</strong>mos, sino que sea para la gloria de Dios. Hermanos, que el Señoros acompañe cuando salgáis en su nombre con el fin de decir al pueblo: "El que tiene oído, oigalo que dice el Espíritu."***PLATICA X.El Don de Hablar EspontáneamenteNo vamos a tratar la cuestión de si los sermones deberán ser escritos y leídos, o escritos,aprendidos de memoria y reproducidos; o si sería mejor prescindir por completo de apuntes. Nonos ocuparemos de ninguno de estos asuntos, si no es de un modo incidental, y pasaremos aconsiderar el don de hablar espontáneamente, en su forma verdadera y pura, es decir, el hablaimprovisada, lo que se profiere sin preparación especial, sin notas o pensamientos sugeridos,momentos antes de predicar.Mi primera observación es que no recomendaría a nadie que comenzara a predicar de estamanera, por regla general. Si así lo hiciera, mi opinión es que tendría el mejor éxito en laempresa de dejar vacío su templo: se pondría de manifiesto de ese modo, con toda claridad, sudon de ahuyentar a la gente. Los pensamientos repentinos que proceden de la mente sin previoestudio, sin haberse investigado los asuntos tratados, deben ser muy inferiores, aun cuando loshombres más inteligentes los profieran; y puesto que ninguno de nosotros se atrevería aglorificarse a si <strong>mis</strong>mo como hombre de genio, o como una maravilla de erudición, mucho metemo que nuestros pensamientos impremeditados sobre la mayoría de asuntos, no fuesen dignosde una atención muy fiel. Sólo un ministerio instructivo puede retener a una congregación enpleno número; el mero hecho de emplear el tiempo en la oratoria, no bastará. En todas partes loshombres nos exigen que les demos alimentos, alimentos verdaderos. Los religiosos modernoscuyo culto público consiste en la palabrería de cualquier hermano que tenga a bien pararse yhablar, van ya disminuyendo, y acabarán por dejar de existir y esto, a pesar de los atractivoshalagadores que presentan a los ignorantes y locuaces, porque aun los hombres más violentos yextravagantes en sus opiniones, y cuya idea de la intención del Espíritu es que cada miembro delcuerpo debe ser una boca, se fastidian muy pronto de oír los disparates de otros, por más que lesguste mucho proferir los suyos. La mayoría de la gente buena se cansa bien pronto de unaignorancia tan insulsa, y vuelven a las iglesias de las cuales se separaron, o mejor dicho,volverían si pudieran hallar en ellas buena predicación. Aun el Cuaquerismo, con todas sus109
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crezcan;" esto que con frecuencia s
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