de modales que en su concepto, les dan importancia y dignifican; pero preguntamos: ¿vale lapena que lo hagan?Teodoro Hook se acercó una vez a un caballero que en la calle se pavoneaba dándose todas lasínfulas de un personaje notable, y no pudo menos que decirle: "Señor ¿no es usted una personade gran importancia?" ¡Y cuántas veces se siente uno inclinado a hacer lo <strong>mis</strong>mo al ver a ciertoshermanos parecidos al expresado individuo! Yo conozco a algunos que de la cabeza a los pies,en garbo, tono, modales, y aun en corbata y calzado tienen un olor tan pronunciado a iglesia, queno queda en ellas partícula alguna visible de esta pobre humanidad. Hay teólogos incipientes quejuzgan indispensable andar por las calles ostentando algún distintivo. Un ministro bien ameritadoen la actualidad, refiere riéndose que, cuando joven, atravesó la Suiza y la Italia llevando pordonde quiera su birrete, y que pocos muchachos que en tiempo de carnaval se hubieran puesto ungorro de arlequín, se habrían mostrado más satisfechos de lo que él entonces se sentía. Ningunode nosotros seguramente andaría tanto así con semejante traje, pero sí llamando la atención connuestro manierismo. Algunos hombres que llevan una inmensa corbata blanca enredada alrededor del cuello, parecen abrumados bajo el peso de un lienzo tan grande y almidonado.Ciertos hermanos alardean de una superioridad que conceptúan imponente, pero que lejos de ahí,es ridícula y ofensiva, y totalmente opuesta a sus pretensiones de adeptos del humilde Jesús. Elorgulloso duque de Somerset daba sus órdenes a sus criados valiéndose de señas, creyendorebajarse con dirigir la palabra a seres tan humildes: sus hijos nunca se sentaban en su presencia;y cuando se acostaba a dormir después de medio día, se ponían dos de sus hijos a uno y otro ladode su cama, a velar las augustas siestas del vejete. Cuando hay petulantes Somersets que ingresanal ministerio, aunque en otro sentido, afectan una dignidad no menos estrambótica y risible.Parece que en sus frentes llevan escrito este anuncio; Detente, no te me arrimes, que soy mássanto que tú."A un ministro bien conocido se le echó una vez en cara por un distinguido hermano, el habersepermitido gastar cierto lujo cuyo costo fue el punto principal de su argumento. "Bien, bien,"contestó el interpelado, "podéis tener algo de razón en ello; pero recordad que en la satisfacciónde mi debilidad, no malgasto ni la mitad de lo que vos gastáis en almidón." Y ese terriblealmidón ministerial, es precisamente el artículo cuyo uso estoy impugnando. Si os habéispermitido almidonaros, encarecidamente os aconsejo que vayáis a lavaros siete veces al Jordán yos quitéis hasta la más mínima partícula que tengáis. Estoy persuadido de que una de las razonesque hay para que nuestros obreros huyan por lo general de los ministros, es porque lesdesagradan los modales tan afectados y poco naturales de los <strong>mis</strong>mos. Si nos viera tanto en elpulpito como fuera de él, obrar como hombres reales, y hablar con naturalidad y sencillez comohombres probos y honrados, no hay duda que con gusto se agruparían a nuestro derredor.Hablando sobre esto <strong>mis</strong>mo dice Baxter: "La falta de tono y expresiones familiares, es un grandefecto en casi todas nuestras peroraciones, y que debemos tener cuidado muy especial enevitar." El vicio del ministerio es que los pastores tratan casi siempre de hacer oler a iglesia elgelio. Debemos establecer cierta relación entre lo divino y lo humano si es que deseamosalcanzar a las masas populares.A la gente por lo regular le disgustan las afectaciones, y no es probable que se la pueda atraer porese medio. Arrojad vuestros zancos, hermanos, y andad con vuestros propios pies: desnudaos detodo eclesiasticismo, y no os revistáis de otro ropaje que no sea el de la verdad.132
Con todo, un ministro en dondequiera que esté es ministro, y nunca debe perder el carácter de tal.Un policía o un soldado, bien pueden andar francos; pero un ministro jamás. Aun en nuestrosrecreos debemos perseguir el gran objeto de nuestra vida, porque hemos sido llamados para serdiligentes en todas ocasiones. No hay posición ninguna en que podamos colocarnos que impidaal Señor que venga y nos haga la pregunta que hizo a Elías: "¿Qué haces aquí?" Y en ese casodebemos estar en aptitud de responderle: "Tengo que hacer por ti, aun aquí, y estoy procurandohacerlo." Es cierto que el arco debe a veces tener la cuerda floja para no perder su elasticidad,pero no es necesario para eso que la cuerda se le corte. Estoy refiriéndome al ministro en sus díasde asueto o de receso, y digo que aun entonces debe portarse como embajador, y buscar yaprovechar cuantas ocasiones pueda para practicar el bien: esto no vendrá a turbar su descanso;al contrario, lo santificará. Un ministro debe ser como cierto aposento que yo vi en Beaulieu y enel cual nunca se hallaba ninguna telaraña. Es un gran cuarto hecho de madera y que nunca sebarre, no obstante lo cual no hay arañas que lo profanen acusando desaseo. Tiene ese cuarto eltecho de nogal, y por razones que yo ignoro, las arañas nunca se aproximan a esa clase demadera. Lo <strong>mis</strong>mo se me dijo que pasaba en los corredores de la escuela de Winchester. Nuestroespíritu debe igualmente hallarse libre de hábitos ociosos.En los bancos hechos para que descansen los que cuidan las puertas en la ciudad de Londres, sepueden leer las siguientes palabras: "Descansad pero no perdáis el tiempo," y esa advertencia esdigna de nuestra atención. Yo al dolce far niente no le llamo pereza: hay un dulce no hacer nadaque es la mejor medicina conocida para el espíritu que se halla fatigado. Cuando ha perdido elalma su vigor, puede decirse que el descansar implica tanta pereza como la implica el dormir, y anadie se le llama perezoso porque se entregue al sueño en las horas propias y oportunas. Esmucho mejor mostrarse industrioso durmiendo, que ocioso en estado de vigilia. Estad siempredispuestos a hacer el bien en vuestro tiempo de receso y en vuestras horas de asueto, y seréisrealmente ministros sin pregonar que lo sois.El ministro cristiano fuera del pulpito, debe ser un hombre sociable. No ha sido, en efecto,enviado al mundo para sentar plaza de ermitaño o de monje de la Trappe. No es su vocación lade estarse encaramando en un pilar todo el día, por encima de semejantes, como el legendarioSimón Estilita de otros tiempos. No estáis destinado a lanzar trinos desde la cima de un árbolcomo un invisible ruiseñor, sino a ser hombres entre los hombres, diciéndoles: "Yo soy tambiéncomo vosotros en todo aquello que se relacione con la humanidad." La sal de nada sirve en elsalero, tiene que espolvorearse en la carne, y de igual modo nuestra influencia personal debesazonar la sociedad introduciéndose en ella. Si vivís alejado de los demás ¿cómo los podréisbeneficiar? Nuestro Señor asistió a una boda y comió pan con los publicanos y pecadores, y fuesin embargo mucho más puro que los santurrones fariseos cuya gloria consistía en mantenerseapartados de sus semejantes. Algunos ministros necesitan que se les diga que son de la <strong>mis</strong>maespecie que sus oyentes. Es un hecho que por sabido se calla, pero al cual queremos darle unénfasis marcado, que los que se titulan vicarios, rectores, deanes, prebendados, canónigos,obispos, arzobispos y cardenales, no dejan ni pasan de ser hombres, sólo hombres, pues Dios noha levantado hasta ahora en lugar alguno de la tierra una eminencia que sirva de muro divisorioentre sus ministros y el resto de la humanidad.133
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