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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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de modales que en su concepto, les dan importancia y dignifican; pero preguntamos: ¿vale lapena que lo hagan?Teodoro Hook se acercó una vez a un caballero que en la calle se pavoneaba dándose todas lasínfulas de un personaje notable, y no pudo menos que decirle: "Señor ¿no es usted una personade gran importancia?" ¡Y cuántas veces se siente uno inclinado a hacer lo <strong>mis</strong>mo al ver a ciertoshermanos parecidos al expresado individuo! Yo conozco a algunos que de la cabeza a los pies,en garbo, tono, modales, y aun en corbata y calzado tienen un olor tan pronunciado a iglesia, queno queda en ellas partícula alguna visible de esta pobre humanidad. Hay teólogos incipientes quejuzgan indispensable andar por las calles ostentando algún distintivo. Un ministro bien ameritadoen la actualidad, refiere riéndose que, cuando joven, atravesó la Suiza y la Italia llevando pordonde quiera su birrete, y que pocos muchachos que en tiempo de carnaval se hubieran puesto ungorro de arlequín, se habrían mostrado más satisfechos de lo que él entonces se sentía. Ningunode nosotros seguramente andaría tanto así con semejante traje, pero sí llamando la atención connuestro manierismo. Algunos hombres que llevan una inmensa corbata blanca enredada alrededor del cuello, parecen abrumados bajo el peso de un lienzo tan grande y almidonado.Ciertos hermanos alardean de una superioridad que conceptúan imponente, pero que lejos de ahí,es ridícula y ofensiva, y totalmente opuesta a sus pretensiones de adeptos del humilde Jesús. Elorgulloso duque de Somerset daba sus órdenes a sus criados valiéndose de señas, creyendorebajarse con dirigir la palabra a seres tan humildes: sus hijos nunca se sentaban en su presencia;y cuando se acostaba a dormir después de medio día, se ponían dos de sus hijos a uno y otro ladode su cama, a velar las augustas siestas del vejete. Cuando hay petulantes Somersets que ingresanal ministerio, aunque en otro sentido, afectan una dignidad no menos estrambótica y risible.Parece que en sus frentes llevan escrito este anuncio; Detente, no te me arrimes, que soy mássanto que tú."A un ministro bien conocido se le echó una vez en cara por un distinguido hermano, el habersepermitido gastar cierto lujo cuyo costo fue el punto principal de su argumento. "Bien, bien,"contestó el interpelado, "podéis tener algo de razón en ello; pero recordad que en la satisfacciónde mi debilidad, no malgasto ni la mitad de lo que vos gastáis en almidón." Y ese terriblealmidón ministerial, es precisamente el artículo cuyo uso estoy impugnando. Si os habéispermitido almidonaros, encarecidamente os aconsejo que vayáis a lavaros siete veces al Jordán yos quitéis hasta la más mínima partícula que tengáis. Estoy persuadido de que una de las razonesque hay para que nuestros obreros huyan por lo general de los ministros, es porque lesdesagradan los modales tan afectados y poco naturales de los <strong>mis</strong>mos. Si nos viera tanto en elpulpito como fuera de él, obrar como hombres reales, y hablar con naturalidad y sencillez comohombres probos y honrados, no hay duda que con gusto se agruparían a nuestro derredor.Hablando sobre esto <strong>mis</strong>mo dice Baxter: "La falta de tono y expresiones familiares, es un grandefecto en casi todas nuestras peroraciones, y que debemos tener cuidado muy especial enevitar." El vicio del ministerio es que los pastores tratan casi siempre de hacer oler a iglesia elgelio. Debemos establecer cierta relación entre lo divino y lo humano si es que deseamosalcanzar a las masas populares.A la gente por lo regular le disgustan las afectaciones, y no es probable que se la pueda atraer porese medio. Arrojad vuestros zancos, hermanos, y andad con vuestros propios pies: desnudaos detodo eclesiasticismo, y no os revistáis de otro ropaje que no sea el de la verdad.132

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