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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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personas, sacad todos los registros y dejad emitir al instrumento toda su fuerza; pero tenedcuidado de no hacer lo <strong>mis</strong>mo en un cuarto en el cual no puedan hacer más de 30 o 40. Siempreque yo entro en un edificio con el fin de predicar, calculo en el acto <strong>mis</strong>mo cuanta voz seanecesaria para llenarlo, y después de decir unas cuantas palabras, fácilmente determino laelevación de la voz que me es menester. Si podéis hacer que oiga una persona sentada al otroextremo de la capilla; si podéis ver que él entiende lo que estáis diciendo, podéis estar seguros deque las que estén sentadas más cerca, os oyen, y de que no hay por lo <strong>mis</strong>mo necesidad deemplear más voz; quizás bastará menos: observad y decidid. ¿A qué conducirla hablar de modoque se os oyera en la calle, siendo así que no había ninguno que en ella os escuchara? Aseguraosde que los oyentes más distantes, ya sea que estén adentro o afuera, puedan oíros fácilmente, yesto bastará. Quiero de paso hacer la observación de que siendo un deber de los hermanoscompadecerse de los débiles, tienen siempre la obligación de atender con mucho cuidado a lafuerza de su voz en los cuartos de los enfermos, y en las congregaciones donde se sabe que haymuchos que lo están. Es una cosa muy cruel sentarse al lado del lecho de un enfermo y decir agritos: "El Señor es mi Pastor." Si obráis así, sin reflexión, el pobre paciente no podrá menos quedecir luego que os despidáis de él: "¡Ay de mí! Cuando me duele la cabeza me alegro mucho deque ese buen hombre se haya marchado. El Salmo 23 que recitó es muy precioso ytranquilizador, pero él lo leyó asemejándose al trueno y al relámpago y casi me aturdió."Recordad, mancebos y solteros, que susurros blandos le convienen más a un enfermo, que untamborzazo o el disparo de un cañón.Observad cuidadosamente la costumbre de variar la fuerza de vuestra voz. Antes la regla eraesta: "Comenzad muy suavemente, subid poco a poco, y al fin emplead las notas más altas devuestra voz." Que todas estas reglas u otras semejantes sean abolidas, porque son fútiles yengañosas. Hablad en voz alta o baja, según las exigencias del sentimiento de que estéisposeídos: no os sometáis a ningunas reglas artificiales o caprichosas. Estas son abominables. ElSr. de Cormorin dice satíricamente: "Sed apasionados, tronad, enfureceos, llorad, hasta la quintapalabra de la tercera sentencia del párrafo décimo de la décima página. ¡Cuán fácil no seria esto,y más que todo, cuán natural!" Cierto ministro queriendo imitar a un predicador popular que nopodía evitar la costumbre de principiar su sermón en voz tan baja que a nadie le era posibleescucharlo, hacia lo <strong>mis</strong>mo. Todos sus oyentes se inclinaban temiendo dejar de escuchar algoprovechoso, pero sus esfuerzos eran inútiles, pues apenas podían discernir otra cosa que unmurmullo santo. Si a este hermano se le hubiera dificultado hablar en alta voz, nadie le habríacriticado; pero parecía muy absurda la introducción, cuando al corto tiempo mostraba la fuerzade sus pulmones llenando todo el edificio de sentencias sonoras. Si la primera mitad de sudiscurso no tenía importancia, ¿por qué no la omitía? y si tenía algún valor, ¿por qué no lapronunciaba con claridad? "Singularizarse," señores, era el objeto principal del predicador: élhabía sabido que uno que hablaba por ese estilo, había producido grandes efectos y teníaesperanzas de rivalizar con él. Si alguno de vosotros se atreviera a cometer tal tontera con unobjeto tan reprochable, desearía yo de todo corazón, que nunca hubiera entrado en esteestablecimiento. Os declaro con toda sinceridad, que la cosa llamada "Singularización," esodiosa, porque es falta, artificial, engañosa, y por tanto despreciable. Nunca hagáis nada con elfin de causar efecto, sino detestad las artimañas de las almas pequeñas que sólo buscan laaprobación de los peritos en el arte de predicar. Esta clase de oradores es tan odiosa a unpredicador sincero, como lo son las langostas al agricultor oriental. Pero estoy apartándome delasunto: hablad clara y distintamente desde el principio de vuestros discursos. La introducción de90

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