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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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costumbre de dividir <strong>mis</strong> sermones en distintos puntos, aunque este método no les agrade a lamayoría de los predicadores. La gente no beberá vuestro té de mostaza, ni hallará gusto en lossermones confusos, en los cuales no se puede distinguir la cabeza de la cola, porque no tienen nila una ni la otra, sino se parecen al perrito que según cuenta un autor, tenía la cabeza y la colaiguales. Poned de manifiesto a los hombres la verdad de una manera lógica y bien ordenada paraque la retengan fácilmente en la memoria, y la recibirán con mucho más gusto.Además de esto, tomad mucho empeño en hablar con sencillez. Por excelente que fuera vuestrodiscurso, no podría servir a los que no lo comprendieran. Si hacéis uso de frases que estén fueradel alcance de vuestros oyentes, y de formas de expresión que no puedan entender, con igualrazón habríais podido hablarles en el lenguaje de Hamtchatka, en vez de hablarles en el suyo.Subid hasta su nivel, si los oyentes son ignorantes; bajaos a su entendimiento si son instruidos.Os reís de mi modo de expresarme; pero a mi parecer, se eleva uno más, nivelándose en laspalabras que emplea, a los ignorantes, que cuando se esfuerza en acomodarse al cultivo de losmás favorecidos: por lo menos, aquello es más difícil que esto, y se parece al modo de hablarmás practicado por el Salvador. Os conviene andar por el camino por el cual puedan vuestrosoyentes acompañaros, y no hacer uso de un estilo tan sublime que ellos no pueden entender loque se les dice. Nuestro Señor y Maestro fue el Rey de los predicadores, y él nunca sobrepujabala comprensión de ninguno, a no ser que la grandeza y la gloria de su asunto así lo exigieran: suspalabras y sus declaraciones eran tales, que hablaba a semejanza del "Santo niño Jesús." Sivuestro corazón rebosa una cosa buena, ordenadla bien, expresadla con claridad, y estaréis bienseguros de ganar tanto el oído como el corazón de los oyentes.Ocupaos también con solicitud, de lo que atañe a vuestro estilo oratorio. Buscad de esta manerala atención de vuestro auditorio. Y aquí os aconsejaría yo como regla general, que no leyeraisvuestros sermones. Es verdad que algunos ministros famosos y muy útiles han leído susdiscursos, como por ejemplo, el gran Dr. Chalmers, cuyo auditorio no podría haberle prestadouna atención más fiel, si hubiera tenido la costumbre de improvisar; pero muy pocos son igualesal Dr. Chalmers. Si los hombres eminentes prefieren leer, que lo hagan, pero para mí hay mejormodo de predicar. La mejor lectura de un sermón que he oído, tenía el sabor del papel y mefastidió. No me gustó, pues mi digestión no es capaz de asimilar tal cosa. Sería mejor predicarsin manuscrito, aunque os fuera necesario aprender de memoria vuestro sermón. Pero no debéisni recitar, ni leer. Empero si después de todo, preferís leer vuestros sermones, tened empeño enhacerlo del mejor modo. Esforzaos en leer lo mejor posible. De otra manera, no podréis nuncaganar la atención de vuestro auditorio.Creo aquí oportuno deciros que si queréis ser escuchados con atención, no debéis improvisar enel sentido literal de la palabra. Esto sería igual a que leyerais, o tal vez peor, a no ser que elmanuscrito se hubiere preparado muy a la ligera, es decir, sin previo estudio. No subáis al pulpitoy digáis la primera cosa que se os ofrezca, puesto que ella sería probablemente espuma, nadamás. Vuestro pueblo habrá menester de discursos preparados bajo la influencia de la oración ybien elaborados. A la gente no le gusta la comida cruda, sino bien cocida y sazonada. Debemosexpresar de todo corazón, valiéndonos de palabras que naturalmente vengan a nuestros labios,los pensamientos en que nos hayamos fijado, con tanta atención como si hubiéramos escritonuestro sermón. A la verdad, es menester que los coordinemos aun con más esmero, si es quedeseamos predicar con toda propiedad. El mejor método, en mi concepto, es aquel según el cual102

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