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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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empeño, pero el otro texto rehusó terminantemente soltarme. Me pareció que estaba tirándomede los faldones y diciendo: "No, no; debes predicar sobre mí. Dios quiere que a mí me sigas."Deliberé dentro de mi respecto de mi deber, porque no quería ser fanático ni incrédulo, y al finme dije a mi <strong>mis</strong>mo: "Bien, me gustaría mucho predicar el sermón que he preparado y haymucho riesgo en cambiarlo por otro cuyos pensamientos no he ordenado; sin embargo, puestoque este texto influye tanto en mi, puede habérseme sugerido por Dios, y por tanto, me atreveré atratarlo sean cuales fueren las consecuencias."Casi siempre anuncio <strong>mis</strong> divisiones al acabar el exordio, pero aquella vez no lo hice así porrazones que bien podéis conjeturar. Concluí la primera división con bastante facilidad, por sertanto los pensamientos como las palabras enteramente espontáneos. El segundo punto fuedesarrollado con una conciencia de poder extraordinario y eficaz, aunque tranquilo, pero no teníayo ninguna idea de lo que había de ser la tercera división, porque el texto me parecióenteramente agotado, y no puedo decir aun ahora, qué podría yo haber hecho si no hubieraacontecido un incidente enteramente inesperado. Me encontré en la mayor dificultadobedeciendo a lo que me parecía un impulso divino, pero sentime comparativamente con calma,creyendo que Dios me ayudaría, y sabiendo que podría yo por lo menos, concluir el culto,aunque ya nada más se me ocurriese que decir. Pero no tuve necesidad de deliberar más tiempo,porque repentinamente nos invadió la oscuridad más completa: se apagó el gas, y como el temploestaba lleno de gente, fue esto un gran peligro, a la vez que una gran bendición. ¿Qué podía yohacer entonces? Los concurrentes a la congregación se asustaron algo, pero los tranquilicé desdeluego diciéndoles que no se asustaran de ninguna manera aunque se hubiera apagado el gaspuesto que seria encendido de nuevo muy pronto; y por mi parte, corno no hacía yo uso demanuscrito, bien podía predicar del <strong>mis</strong>mo modo ya fuese en la oscuridad o en la luz, ellos mehacían el favor de permanecer sentados y de escucharme. Por elaborado que hubiera estado midiscurso, habría sido absurdo continuar predicándolo bajo estas circunstancias. Considerando miposición me vi libre de toda perplejidad. Me referí luego mentalmente al texto familiar que habladel hijo de la luz que anda en las tinieblas, y del hijo de las tinieblas que anda en la luz.Observaciones y comprobaciones me ocurrieron en gran número, y cuando las lámparas seencendieron de nuevo, vi enfrente una congregación tan interesada y atenta, como la hubierapodido ver cualquier ministro bajo las más propicias circunstancias. Y la cosa más interesantefue que poco tiempo después, dos personas se presentaron para hacer su profesión de fepúblicamente, diciendo que se habían convertido aquella noche, debiendo la primera suconversión a la parte anterior del discurso, en que trató del nuevo texto que me ocurrió, y lasegunda atribuyendo la suya a la última parte que me fue sugerida por la oscuridad. Así es quecomo fácilmente podéis ver, la Providencia me dirigió y apoyó.Me entregué en las manos de Dios, y su arreglo providencial apagó la luz en tiempo oportunopara mi. Algunos pueden ridiculizar todo esto, pero yo veo aquí la mano de Dios; otros puedencensurarme, pero yo me regocijo. Cualquiera cosa es mejor que el modo mecánico de hacersermones, en que no se conoce prácticamente la dirección del Espíritu Santo. Todos lospredicadores que confían en la tercera persona de la Trinidad, podrán sin duda, recordar muchosacontecimientos tales como el que acabo de referir. Os digo, por tanto, que notéis la dirección dela Providencia, y os entreguéis en los brazos de Dios pidiéndole su dirección y ayuda. Si habéishecho solemnemente todo lo posible para conseguir un texto y el asunto no se os presenta70

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