pecados de los hombres de negocios, las tentaciones especiales de nuestros tiempos, y lasexigencias morales del siglo son asuntos de que por rareza se ocupa. Esta predicación da idea deun león empleándose en cazar ratones, o de un buque de guerra buscando un barril perdido deagua. Esta clase de teólogos microscópicos suelen magnificar asuntos inferiores a los que Pedrollama "fábulas de viejas," como si fueran de la mayor importancia. Para estos ministros lasutileza de un pensamiento tiene más atractivo, que la salvación de una alma. Habréis leído en el"Student's Manual" por Todd, que Harcacio, rey de Persia, era muy notable como cazador detopos; y Briantes, rey de Lidia, era igualmente diestro en limar agujas: pero estas cosas trivialesestán lejos de probar que aquellos hombres eran grandes reyes: así en el ministerio se encuentra aveces una bajeza de empleo mental, que no cuadra con la categoría de un embajador de Dios.Este deseo ateniense de hablar u oír hablar de alguna cosa nueva, parece predominante ennuestros tiempos entre cierta clase de personas. Se glorían de haber recibido nueva luz; ypretenden poseer una especie de inspiración que les confiere el derecho de condenar a todos losque no están conformes con ellos en sus opiniones, y sin embargo, su gran revelación atañe sóloa un distintivo meramente accesorio del culto, o a una interpretación oscura de la profecía; desuerte que cuando consideramos el gran alboroto y clamor de estas personas sobre asuntos tantriviales, nos acordamos de las palabras siguientes del poeta:"Un océano hecho tempestuoso”Para hacer flotar una pluma, o anegar una mosca." Aun peores son los que pierden el tiempoinsinuando dudas respecto de la autenticidad de algunos textos, o de la exactitud de ciertasdeclaraciones Bíblicas relativas a fenómenos naturales. Me acuerdo con mucha pena de haberoído en la noche de un domingo, una alocución llamada sermón, cuyo tema era una discusiónerudita sobre si un ángel en efecto descendía al estanque de Betesda y revolvía el agua, o si erauna fuente intermitente, respecto de la cual la superstición Judaica habla levantado una leyenda.Los hombres y las mujeres mortales se hablan reunido para conocer el camino de la salvación, yno se les hizo ver sino una vanidad tal como ésta. Esperaban pan y recibieron una piedra: lasovejas dirigieron su mirada hacía sus pastores, pero no se les dio de comer. Raras veces disfrutola oportunidad de oír un sermón, y cuando me toca esta suerte, estoy desafortunado en extremo,pues uno de los últimos con que estuve entretenido, tuvo por objeto justificar a Josué por haberdestruido a los Cananeos; otro llevó por mira probar que no era bueno que el hombre estuvierasolo. No he podido hasta ahora informarme del número de las almas convertidas como fruto delas oraciones ofrecidas antes de estos sermones, pero tengo la convicción de que ninguna alegríainusitada perturbó la serenidad de las calles de oro.Muy pocas personas tienen necesidad del consejo que sigue, y lo aduzco, por tanto, sin el deseode darle énfasis ninguno, es a saber: No hagáis mérito de demasiados pensamientos en unsermón. Toda la verdad no se puede tratar en un discurso. Los sermones no deben ser sistemasenteros de teología. Es posible tener demasiado que decir, y continuar diciéndolo hasta que losoyentes sean enviados a sus casas fastidiados más bien que deseosos de oír más. Un ministroanciano, andando en compañía de otro que era joven, señaló con el dedo un campo sembrado demaíz, y dijo: "Tu último sermón comprendió demasiados pensamientos y no fue suficientementeclaro, ni bien ordenado: semejante a aquel sembrado que contiene mucha comida cruda, peromuy poca lista para usarse desde luego. Debes hacer que tus sermones se parezcan al pan que esbueno para comer y de una forma conveniente." Temo que las cabezas humanas (hablando58
frenológicamente,) no sean tan capaces de entender la teología como eran antes, porque nuestrosantepasados se regocijaban en dieciséis onzas de teología no diluida y sin adornos, y podíancontinuar recibiéndola por tres o cuatro horas sin interrupción; pero nuestra generación másdegenerada, o por lo menos, más ocupada, exige nada más que una onza a la vez, y ésta debe serel extracto concentrado o el aceite esencial, mas bien que toda la sustancia de la teología. Ennuestros tiempos se nos exige que digamos mucho en pocas palabras, pero no demasiado, ni condemasiada amplificación. Un pensamiento bien presentado y fijado en la mente sería muchomejor que cincuenta que se oyeran sin pensar seriamente en ellos. Un clavo bien dirigido yafirmado, seria mas útil que veinte fijados negligentemente, y que se pueden sacar con muchafacilidad. Nuestros pensamientos deben ser bien ordenados según las reglas propias de laarquitectura mental. No nos es permitido que pongamos inferencias practicas como base, ydoctrinas como piedras superiores; ni metáforas como cimiento y proposiciones encima de ellas;es decir, no debemos poner primero las verdades de mayor importancia, y por último lasinferiores, a semejanza de un anticlímax, sino que los pensamientos deben subir y ascender demodo que una escalera de enseñanza conduzca a otra, que una puerta de raciocinio se comuniquecon otra, y que todo eleve al oyente hasta un cuarto, digámoslo así, desde cuyas ventanas sepueda ver la verdad resplandeciendo con la luz de Dios. Al predicar, guardad un lugar apropósito para todo pensamiento respectivamente, y tened cuidado de que todo ocupe su propiolugar. Nunca dejéis que los pensamientos caigan de vuestros labios atropelladamente ni que seprecipiten como una masa confusa, sino hacedlos marchar como una tropa de soldados. El orden,que es la primera ley celestial, no debe ser descuidado por los embajadores del cielo.Vuestras enseñanzas doctrinales deben ser claras y terminantes. Para esto es necesario que antetodo sean claras para vosotros <strong>mis</strong>mos. Algunos piensan en humo y predican en una nube.Vuestros oyentes no exigen una luminosa bruma, sino la tierra sólida de la verdad. Lasespeculaciones filosóficas producen en algunas mentes un estado de semi-embriaguez, en que oven todo doble, o no ven nada. Al jefe de un colegio de Oxford se le preguntó hace algunos años,cuál era el mote de armas de aquella universidad. Contestó que era "Dominus illumineatio meo,"pero agregó que en su concepto otro más adecuado habría: "Aristóteles meae tenebrae." Losescritores pretenciosos han vuelto medio locos a muchos hombres francos que de buena fe leíansus producciones, suponiendo que estaban al tanto de la ciencia más moderna. Si esta necesidadfuera legítima, nos compelería a asistir a los teatros para poder juzgar sobre los nuevos dramas, oa frecuentar las carreras para no estar injustamente preocupados en nuestras opiniones sobrecarreras y juegos. Por mi parte, creo que la mayoría de los que leen libros heterodoxos, sonministros, y que si éstos no hicieran caso de ellos, caerían por la tierra sin producir efecto alguno.Que un ministro se guarde de ser confuso, y entonces podrá enseñar a su pueblo con todaclaridad. Nadie puede causar una impresión provechosa, si no tiene la aptitud de expresarse deun modo inteligible. Si predicamos la verdad pulida, y doctrinas Bíblicas puras valiéndonos depalabras sencillas y claras, seremos pastores fieles de las ovejas y el provecho del pueblo prontose hará patente.Esforzaos en presentar en vuestros sermones pensamientos tan interesantes como os sea posible.No repitáis cinco o seis doctrinas de un modo monótono y fastidioso. Comprad, hermanos, unórgano teológico adaptado a producir cinco tonos con toda precisión, y seréis capaces defuncionar como predicadores ultra calvinistas en Zoar y Jire, si a la vez compráis en una fábricade vinagre un buen surtido de esos amargos de que abusan los Arminianos. Los sesos y la gracia59
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excelencias, apenas ha podido sobre
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mancha sobre el buen nombre que ten
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