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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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frenológicamente,) no sean tan capaces de entender la teología como eran antes, porque nuestrosantepasados se regocijaban en dieciséis onzas de teología no diluida y sin adornos, y podíancontinuar recibiéndola por tres o cuatro horas sin interrupción; pero nuestra generación másdegenerada, o por lo menos, más ocupada, exige nada más que una onza a la vez, y ésta debe serel extracto concentrado o el aceite esencial, mas bien que toda la sustancia de la teología. Ennuestros tiempos se nos exige que digamos mucho en pocas palabras, pero no demasiado, ni condemasiada amplificación. Un pensamiento bien presentado y fijado en la mente sería muchomejor que cincuenta que se oyeran sin pensar seriamente en ellos. Un clavo bien dirigido yafirmado, seria mas útil que veinte fijados negligentemente, y que se pueden sacar con muchafacilidad. Nuestros pensamientos deben ser bien ordenados según las reglas propias de laarquitectura mental. No nos es permitido que pongamos inferencias practicas como base, ydoctrinas como piedras superiores; ni metáforas como cimiento y proposiciones encima de ellas;es decir, no debemos poner primero las verdades de mayor importancia, y por último lasinferiores, a semejanza de un anticlímax, sino que los pensamientos deben subir y ascender demodo que una escalera de enseñanza conduzca a otra, que una puerta de raciocinio se comuniquecon otra, y que todo eleve al oyente hasta un cuarto, digámoslo así, desde cuyas ventanas sepueda ver la verdad resplandeciendo con la luz de Dios. Al predicar, guardad un lugar apropósito para todo pensamiento respectivamente, y tened cuidado de que todo ocupe su propiolugar. Nunca dejéis que los pensamientos caigan de vuestros labios atropelladamente ni que seprecipiten como una masa confusa, sino hacedlos marchar como una tropa de soldados. El orden,que es la primera ley celestial, no debe ser descuidado por los embajadores del cielo.Vuestras enseñanzas doctrinales deben ser claras y terminantes. Para esto es necesario que antetodo sean claras para vosotros <strong>mis</strong>mos. Algunos piensan en humo y predican en una nube.Vuestros oyentes no exigen una luminosa bruma, sino la tierra sólida de la verdad. Lasespeculaciones filosóficas producen en algunas mentes un estado de semi-embriaguez, en que oven todo doble, o no ven nada. Al jefe de un colegio de Oxford se le preguntó hace algunos años,cuál era el mote de armas de aquella universidad. Contestó que era "Dominus illumineatio meo,"pero agregó que en su concepto otro más adecuado habría: "Aristóteles meae tenebrae." Losescritores pretenciosos han vuelto medio locos a muchos hombres francos que de buena fe leíansus producciones, suponiendo que estaban al tanto de la ciencia más moderna. Si esta necesidadfuera legítima, nos compelería a asistir a los teatros para poder juzgar sobre los nuevos dramas, oa frecuentar las carreras para no estar injustamente preocupados en nuestras opiniones sobrecarreras y juegos. Por mi parte, creo que la mayoría de los que leen libros heterodoxos, sonministros, y que si éstos no hicieran caso de ellos, caerían por la tierra sin producir efecto alguno.Que un ministro se guarde de ser confuso, y entonces podrá enseñar a su pueblo con todaclaridad. Nadie puede causar una impresión provechosa, si no tiene la aptitud de expresarse deun modo inteligible. Si predicamos la verdad pulida, y doctrinas Bíblicas puras valiéndonos depalabras sencillas y claras, seremos pastores fieles de las ovejas y el provecho del pueblo prontose hará patente.Esforzaos en presentar en vuestros sermones pensamientos tan interesantes como os sea posible.No repitáis cinco o seis doctrinas de un modo monótono y fastidioso. Comprad, hermanos, unórgano teológico adaptado a producir cinco tonos con toda precisión, y seréis capaces defuncionar como predicadores ultra calvinistas en Zoar y Jire, si a la vez compráis en una fábricade vinagre un buen surtido de esos amargos de que abusan los Arminianos. Los sesos y la gracia59

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