Muy conveniente sería que de nuevo se estableciera la costumbre de tener un rato deconversación piadosa en el atrio da la iglesia donde se reúne la gente a esperar que empiece elculto. A mí mucho me agrada ver los corpulentos árboles que hay al lado de nuestras antiguasiglesias, con asientos a su rededor. No parece sino que dicen: "Sentaos aquí, vecino, a platicaracerca del sermón. No tarda en venir el pastor a juntarse con nosotros, y tendremos una agradabley santa conversación." No con todos los predicadores nos gusta platicar, pero hay algunosa quienes por que nos platicaran una hora, daríamos cuanto quisieran. Me encanta un ministrocuya fisonomía me invita a tratarlo como amigo; un hombre en cuya mirada se puede leer:"Salve," "Bienvenido;" y no uno que parece llevar escrito el aviso pompeyano de "Cave canem,""Cuidaos del perro." Dadme un hombre a cuyo rededor se agrupen los niños como las moscasalrededor de un panal' los inocentes son los que mejor pueden juzgar de un hombre bondadoso.Cuando la reina de Seba quiso poner a prueba la sabiduría de Salomón, nos dicen los rabinos quellevó consigo algunas flores artificiales hechas con la mayor perfección y perfumadas, de modoque en nada se distinguieran de las naturales, y presentándoselas al gran rey, le pidió dijeracuáles eran unas y cuáles otras. Salomón mandó entonces a los criados que abrieran la ventana, ycuando entraron al salón las abejas, se dirigieron a las naturales sin tocar para nada a ninguna delas demás. De igual modo hallaréis que los niños tienen sus instintos, y a primera vista descubrenquienes son sus amigos, y estad ciertos que a aquellos que lo son, bien vale la pena deconocerlos. Tened una palabra afectuosa para todos y cada uno de los miembros de la familia,para los muchachuelos y los jóvenes, las chiquillas y señoritas, los hombres y los ancianos, ensuma, para todos. Nadie sabe todo lo que con una sonrisa o una frase cariñosa se puedeconseguir. Un hombre que tiene que hacer mucho con los hombres, debe amarlos y tratarloscomo a miembros de su familia. Un individuo que no se halle en disposición de conducirse así,seria mejor que se metiera a empresario de pompas fúnebres y enterrara a los muertos, pues nuncapodrá conseguir tener influencia en los vivos. No se en donde he oído hacer la observación deque para ser un predicador popular se necesitan entrañas. Temo que esa observación se hayahecho queriendo criticar de un modo chusco el desarrollo abdominal de algunos buenoshermanos; pero hay algo de verdad en ese dicho: un hombre debe tener si no precisamente ungran vientre, sí un gran corazón, si es que aspira a tener una grande congregación. Su corazóndebe tener tanta amplitud como la de aquellos hermosos puertos que hay a lo largo de las costasde Inglaterra, que contienen espacio suficiente para dar abrigo a una flota entera. Cuando unhombre tiene un corazón grande y amante, van las gentes a él como los buques a un puerto, y sesienten seguros cuando han anclado bajo la salvaguardia de su a<strong>mis</strong>tad. Un hombre semejante esexpansivo tanto en público como en lo privado: no es su sangre fría como la de un pescado, sinocaliente como la estufa, con que en invierno se templa el frío de nuestro hogar. No os salen alencuentro el orgullo y el egoísmo cuando os acercáis a él, pues tiene sus puertas abiertas de paren par a fin de recibiros, y os halláis a un lado como si estuvierais en sociedad familiar. Hombresde esta clase, hermanos míos, os encarezco a todos vosotros que lo seáis.El ministro cristiano debe también ser jovial. No creo que a nada conduzca el andar como ciertosfrailes a quienes he visto en Roma, que se saludan entre sí dando a su voz un tono sepulcral paracomunicarse la poco placentera noticia de "Hermano, tenemos que morir;" a lo cual lossaludados con la alegría consiguiente le contestan: "Sí, hermano, tenemos que morir." Se me haasegurado que esos perezosos hermanos en lo menos que piensan, por desgracia, es en la muerte;pero de cualquier modo que sea, creo que mientras éste se presenta, debíamos inventar un modomenos triste de saludar.134
No cabe duda en que habrá muchos que se impresionen con el simple aspecto de los ministros.He oído hablar de uno que se sintió convencido de que algo extraordinario debía haber en lareligión católica romana, al ver el demacrado rostro de un eclesiástico. "Mirad" decía, "cómo seha convertido ese hombre en esqueleto, por sus ayunos diarios y continuas vigilias." Ahora, esmuy probable que el extenuado sacerdote haya sido víctima de una enfermedad interior, de quede buena gana habría querido librarse, y que no reconocía por causa la abstinencia voluntaria dealimento, sino un principio de mala digestión; o posible es también, que una concienciaintranquila, haya contribuido a ponerlo en ese estado. Yo, a la verdad, nunca me he encontradoun texto que haga mención de la prominencia de los huesos como señal evidente de la gracia. Siasí fuera "el esqueleto viviente" habría sido puesto en exhibición no simplemente como unacuriosidad natural, sino como un modelo de virtud. Algunos de los picaros más redomados delmundo, se han impuesto a juzgar por su aspecto, tantas mortificaciones, que al parecer hanvivido de langostas y miel silvestre. Es un error muy vulgar suponer que un aire melancólico esindicio de un corazón agraciado. Yo siempre recomiendo la jovialidad a todos los que quieranganar almas: no un carácter chisgaravís, meloso ni comadrero, sino dulce, afable y complaciente.Se cogen más moscas con la miel que con el vinagre, y de modo semejante, se llevarán másalmas al cielo por uno que lleva el cielo reflejado en su semblante que por uno que lleva eltártaro pintado en sus miradas.Los ministros jóvenes, o más bien dicho, todos, cuando se hallen en sociedad deben cuidar de nomonopolizar el uso de la palabra. No hay duda que podrían hacerlo si quisieran, supuesta sucapacidad para instruir y su facilidad de expresarse; pero deben tener presente que a la gente engeneral no le gusta ser constantemente aleccionadas, y que se les complace y halaga cuando seles invita a tomar parte en la conversación. Una vez pasé una hora en compañía de cierta personaque me favoreció diciendo que mi sociedad le encantaba, y que mi conversación era de lo másinstructivo; y sin embargo, no tengo empacho en confesar que apenas dije unas cuantas palabras,pues preferí dejar que charlara cuanto quiso. Ejercitando mi paciencia, gané su buena opinión, yla oportunidad de dirigirme a él en otras ocasiones. Un hombre sentado a la mesa, tiene parahablarlo todo el <strong>mis</strong>mo derecho que para engullirlo todo. Es preciso que no nos tengamos por unSeñor Oráculo ante el cual ningún perro debe abrir la boca. No; que todos los que se nos reúnancontribuyan con algo de su parte, y les caerán por buen lado las palabras piadosas con que anuestro turno tratemos de sazonar la conversación.Hay algunas reuniones a las cuales iréis, especialmente cuando os acabéis de establecer, en dondetodos se sentirán impresionados por la majestad de vuestra presencia, y a donde se habráinvitado a muchos a que vayan con motivo de la visita del nuevo ministro. Una posiciónsemejante me trae a la memoria lo que pasa en la escogida estatuaria del Vaticano. Hay unpequeño cuarto cubierto, se corre la cortina que lo cubre, y he aquí que ante uno se presenta elgran Apolo. Si yo fuera el Apolo, en el acto me bajarla del pedestal y daría un afectuoso apretónde manos a cada uno de todos los que se hallaran a mi rededor, y vosotros no podríais hacer cosamejor que proceder de ese modo, porque tarde o temprano el alboroto que forman al verosllegará a su fin, y es más prudente que anticipándose a ellos, vosotros <strong>mis</strong>mos lo pongáis. Elculto rendido a un personaje es una especie de idolatría y no debe estimularse. Los personajesharán bien cuando a semejanza de los apóstoles de Listra, vean con repugnancia los honores quese les prodiguen, y corran entre la gente exclamando: "Señores, ¿por qué hacéis estas cosas?135
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