inspirada que pueda serle más útil a la congregación. En cuanto al sermón, tendremos empeño,antes de todo, en la elección del texto. Ninguno de entre nosotros, desprecia el sermón de talmodo que considere cualquier texto escogido al acaso, a propósito para un culto donde quieraque se celebre, o con cualquier motivo. No estamos todos conformes con la opinión de SydneySmith, cuando él recomendó a un hermano que buscaba un texto, que escogiera "Partos, y Medosy Elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia," como sí cualquiera cosa pudiera servir debase para un sermón. Debemos considerar de buena fe y seriamente cada semana, sobre quéasuntos predicaremos a nuestra congregación el domingo próximo, tanto en la mañana como enla tarde; porque aunque toda Escritura es buena y útil, sin embargo, no todo es igualmente apropósito para cada ocasión. Reflexionar por un momento sobre las consecuencias eternas quepueden seguir a la predicación de un solo sermón en el nombre del Gran Autor y Consumador dela le, debe bastar para condenar eficazmente el descuido y el amor propio con que se escogen yse tratan muchas veces los textos, y para impresionar a todo ministro verdadero del Evangelio,con el deber de escoger sus textos, estando él en un estado de espíritu que armonice con ladirección divina siempre que pueda desempeñar obra tan interesante. A cada cosa corresponde sutiempo oportuno, y lo mejor siempre es lo oportuno.Un ecónomo entendido, se afana por dar a cada miembro de la familia su alimentocorrespondiente en el debido tiempo; no lo distribuye a su antojo, sino que acomoda los manjaresa la necesidad de los comensales.Sólo un mero empleado esclavo de la rutina, o autómata inanimado del formalismo, puede estarcontento apoderándose del primer asunto que se ofrezca. El hombre que recoge tópicos del<strong>mis</strong>mo modo que los niños en el prado reúnen botones de oro y margaritas, es decir, como se leofrecen por casualidad, obra quizá en conformidad con la parte que le incumbe en una iglesia enque un patrón lo ha puesto y de que el pueblo no puede quitarlo; pero los que creen que sonllamados por Dios y que se han escogido para sus puestos respectivos por la elección libre de loscreyentes, deben dar más satisfactoria evidencia de su llamamiento que la que se puede encontraren este descuido. De entre muchas piedras preciosas, tenemos que escoger la joya más apropósito para la ocasión y las circunstancias bajo las cuales vamos a predicar. No nos atrevemosa meternos en el salón de banquete del Rey, con una confusión de provisiones, como si el festínfuera una rebatiña vulgar; sino que como servidores de buenas costumbres, nos detenemos yhacemos esta pregunta al Gran Maestro del convite: "Señor, ¿qué quieres tú que pongamos en tumesa hoy?" Ciertos textos nos parecen poco convenientes. Nos admiramos de lo que hizo elministro del Sr. Disraeli con las palabras: "En mi carne veré a Dios," al predicar recientementeen la fiesta de los segadores al concluir la cosecha. Muy incongruo era el texto del discursofúnebre cuando se enterró un ministro (el Sr. Plow), que se había matado: "Así da a sus amadossueño." Era sin disputa un mentecato aquel que, al predicar un sermón a los jueces durante lasesión del tribunal pleno, escogió por texto las palabras: "No juzguéis para que no seáisjuzgados." No os engañéis por el sonido y la aparente conveniencia de las palabras bíblicas. ElSr. M. Athanase Coquerel, confiesa que predicó al visitar la ciudad de Amsterdam por terceravez, sobre las palabras: "Esta tercera vez voy a vosotros," 2 Cor. 13:1, y agrega con razón, que"encontró mucha dificultad en hacer mérito en el sermón de lo que era a propósito a la ocasión."Un caso análogo se encuentra en uno de los sermones predicados sobre la muerte de la PrincesaCarlota, siendo el texto: "Ella estaba enferma y murió." Es peor aun escoger palabras de unchiste de poco gusto, como sucedió con motivo de un sermón reciente sobre la muerte de62
Abraham Lincoln, siendo el texto: "Abraham murió." Se dice que un estudiante, queprobablemente nunca llegó a ordenarse, predicó un sermón ante su preceptor, el Dr. FelipeDoddridge. Este estaba acostumbrado a ponerse directamente en frente del estudiante y a mirarlocara a cara. Figuraos, pues, su sorpresa y tal vez indignación, al oír anunciado este texto: "¿Tantotiempo he estado con vosotros, y no me has conocido, Felipe?" Señores, algunas veces los neciosse hacen <strong>estudiantes</strong>: que ninguno de esta clase deshonre nuestra Alma Mater. Perdono alhombre que predicó ante aquel Salomón borracho, Jacobo Segundo de Inglaterra y Sexto deEscocia, sobre Jacobo 5:5: "Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido disolutos: habéiscebado vuestros corazones como en el día de sacrificios." En este caso la tentación fuedemasiado fuerte para ser resistida; pero si es que ha llegado a vivir un hombre, como se nosdice, que celebró la muerte de un diácono por medio de un discurso sobre el texto: "Y acontecióque murió el mendigo," que sea execrado. Perdono al mentiroso que me atribuyó a mi tal afrenta;pero que no practique sus artes infames en otra persona.Así como nos cumple evitar una elección poco cuidadosa de asuntos, así debemos evitar tambiénuna regularidad monótona. He oído hablar de un ministro que tenía 52 sermones, y otros pocospara ocasiones especiales, y estaba acostumbrado a predicarlos en un orden fijo año tras año. Eneste caso habría sido por demás que la congregación le pidiera que "les predicara las <strong>mis</strong>masverdades en el domingo siguiente;" ni habría sido muy extraño que imitadores de Euticho, sehubieran encontrado en otros lugares del tercer piso. Hace poco un ministro dijo a un agricultor,amigo mío: "Sabe usted, señor D, que estaba hojeando yo <strong>mis</strong> sermones el otro día, y realmenteel estudio es tan húmedo, especialmente mi escritorio, que <strong>mis</strong> sermones se han enmohecido?"Mi amigo que aunque era mayordomo de iglesia, asistía a los cultos de los Disidentes, no era tanrudo que dijera que "le parecía muy probable:" pero como los ancianos de la aldea habían oídocon frecuencia los dichos discursos, es posible que para ellos hayan estado desmejorados en másde un sentido. Hay ministros que habiendo acumulado unos cuantos sermones, los repiten hastaque se fastidian sus oyentes. Los hermanos viandantes deben estar más expuestos a estatentación, que los que continúan por muchos años en un lugar. Si se hacen víctimas de lacostumbre referida, debe terminar su utilidad y enviar el frío insufrible de la muerte a suscorazones, cosa de que sus oyentes deben tener conciencia, mientras les escuchen repetirdesanimadamente sus producciones raídas. El modo más eficaz de promover la indolenciaespiritual, debe ser el plan de adquirir un surtido de sermones por dos o tres años, y entoncesrepetirlos en orden regular muchas veces. Hermanos míos, puesto que esperamos vivir pormuchos años, si no por toda nuestra vida, en un lugar, radicados allí por los afectos mutuos queexistían entre nosotros y nuestras congregaciones, necesitamos un método muy diferente al quepueda servir a un haragán o a un evangelista ambulante. Debe ser molesto para algunos, y paraotros muy fácil, según me figuro, encontrar su asunto, como lo hacen los Episcopales, en elevangelio o en la epístola que se asigna en el devocionario para el día en que se ha de predicar elsermón. El se ve impelido, no por ninguna ley, sino una especie de precedente a predicar sobreun versículo de ésta o de aquél. Cuando las fiestas de Adviento y de la Epifanía, y de laCuaresma, y del Pentecostés, traen sus observaciones estereotípicas, ninguno tiene necesidad deatormentar su corazón con la pregunta de "¿Qué diré a mi congregación?" La voz de la iglesia esmuy clara y distinta. "Maestro, habla: allí se encuentra tu trabajo, entrégate enteramente a él."Bien puede haber algunas ventajas en conexión con este arreglo, hecho con anticipación, pero nonos parece que el público Episcopal se ha hecho participante de ellas, puesto que sus escritorespúblicos siempre están lamentándose de la esterilidad de sus sermones, y deplorando el estado63
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mancha sobre el buen nombre que ten
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