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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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inspirada que pueda serle más útil a la congregación. En cuanto al sermón, tendremos empeño,antes de todo, en la elección del texto. Ninguno de entre nosotros, desprecia el sermón de talmodo que considere cualquier texto escogido al acaso, a propósito para un culto donde quieraque se celebre, o con cualquier motivo. No estamos todos conformes con la opinión de SydneySmith, cuando él recomendó a un hermano que buscaba un texto, que escogiera "Partos, y Medosy Elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia," como sí cualquiera cosa pudiera servir debase para un sermón. Debemos considerar de buena fe y seriamente cada semana, sobre quéasuntos predicaremos a nuestra congregación el domingo próximo, tanto en la mañana como enla tarde; porque aunque toda Escritura es buena y útil, sin embargo, no todo es igualmente apropósito para cada ocasión. Reflexionar por un momento sobre las consecuencias eternas quepueden seguir a la predicación de un solo sermón en el nombre del Gran Autor y Consumador dela le, debe bastar para condenar eficazmente el descuido y el amor propio con que se escogen yse tratan muchas veces los textos, y para impresionar a todo ministro verdadero del Evangelio,con el deber de escoger sus textos, estando él en un estado de espíritu que armonice con ladirección divina siempre que pueda desempeñar obra tan interesante. A cada cosa corresponde sutiempo oportuno, y lo mejor siempre es lo oportuno.Un ecónomo entendido, se afana por dar a cada miembro de la familia su alimentocorrespondiente en el debido tiempo; no lo distribuye a su antojo, sino que acomoda los manjaresa la necesidad de los comensales.Sólo un mero empleado esclavo de la rutina, o autómata inanimado del formalismo, puede estarcontento apoderándose del primer asunto que se ofrezca. El hombre que recoge tópicos del<strong>mis</strong>mo modo que los niños en el prado reúnen botones de oro y margaritas, es decir, como se leofrecen por casualidad, obra quizá en conformidad con la parte que le incumbe en una iglesia enque un patrón lo ha puesto y de que el pueblo no puede quitarlo; pero los que creen que sonllamados por Dios y que se han escogido para sus puestos respectivos por la elección libre de loscreyentes, deben dar más satisfactoria evidencia de su llamamiento que la que se puede encontraren este descuido. De entre muchas piedras preciosas, tenemos que escoger la joya más apropósito para la ocasión y las circunstancias bajo las cuales vamos a predicar. No nos atrevemosa meternos en el salón de banquete del Rey, con una confusión de provisiones, como si el festínfuera una rebatiña vulgar; sino que como servidores de buenas costumbres, nos detenemos yhacemos esta pregunta al Gran Maestro del convite: "Señor, ¿qué quieres tú que pongamos en tumesa hoy?" Ciertos textos nos parecen poco convenientes. Nos admiramos de lo que hizo elministro del Sr. Disraeli con las palabras: "En mi carne veré a Dios," al predicar recientementeen la fiesta de los segadores al concluir la cosecha. Muy incongruo era el texto del discursofúnebre cuando se enterró un ministro (el Sr. Plow), que se había matado: "Así da a sus amadossueño." Era sin disputa un mentecato aquel que, al predicar un sermón a los jueces durante lasesión del tribunal pleno, escogió por texto las palabras: "No juzguéis para que no seáisjuzgados." No os engañéis por el sonido y la aparente conveniencia de las palabras bíblicas. ElSr. M. Athanase Coquerel, confiesa que predicó al visitar la ciudad de Amsterdam por terceravez, sobre las palabras: "Esta tercera vez voy a vosotros," 2 Cor. 13:1, y agrega con razón, que"encontró mucha dificultad en hacer mérito en el sermón de lo que era a propósito a la ocasión."Un caso análogo se encuentra en uno de los sermones predicados sobre la muerte de la PrincesaCarlota, siendo el texto: "Ella estaba enferma y murió." Es peor aun escoger palabras de unchiste de poco gusto, como sucedió con motivo de un sermón reciente sobre la muerte de62

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