Nosotros también somos hombres de pasiones iguales a las vuestras." Los ministros no tendránque portarse de ese modo durante largo tiempo, porque sus necios admiradores no tardarán envolverles las espaldas, y si no hacen cosa peor apedreándoles casi hasta matarlos, sí por lo menosno faltará quienes hagan alarde de tratarlos con el desprecio mayor.A la vez que os digo: "No lo habléis todo ni asumáis una importancia que es una meraimpostura," me creo obligado a agregar: "no hagáis el papel del mudo." La gente formará unjuicio de vosotros y de vuestro ministerio, tanto en lo privado, como en vuestras peroraciones enpúblico. Muchos jóvenes se han nulificado en el pulpito a causa de su indiscreción en la sala, yhan perdido toda esperanza de hacer el bien, por su frivolidad y estupidez cuando están ensociedad. No seáis un lefio inanimado. Una vez en una feria, entre muchas curiosidades hacia lascuales se llamaba la atención con grandes cartelones y ruidosos tamborazos, observé una barracaque contenía "una grande maravilla" que podía verse pagando un centavo por cabeza: era unhombre petrificado. Yo no quise gastar la cantidad requerida, por haber ya visto de balde muchoshombres petrificados, tanto en el pulpito como fuera de él, hombres destituidos de vida, decuidado, de sentido común y enteramente inertes, aunque al parecer ocupados en los negocios demayor responsabilidad que el hombre puede emprender.Procurad llevar la conversación a un fin provechoso. Sed en buena hora sociables, festivos ycuanto queráis, pero en medio de todo esforzaos por hacer algo que sea útil. ¿A qué conducesembrar aire o cultivar pedernales? Haceos cargo de que sois responsables de la conversaciónpromovida en el lugar en que estéis, pues debe ser tal la estimación en que por lo general se ostenga, que seréis naturalmente a quien cumpla dirigirla. Llevadla de consiguiente, por el mejorcamino, aunque sin violencia ni aspereza. Conservad los puntos de la línea en buen estado, y eltren correrá sobre vuestros rieles sin sufrir ninguna sacudida. Aprovechad sagazmente las oportunidadesque se os presenten, y sin sentirlo vuestro auditorio os seguirá por la ruta que le queráistrazar. Si vuestro corazón se presta y vuestros sentidos están alerta, eso os será bastante fácil,especialmente si del fondo de vuestra alma eleváis una oración solicitando la divina guía.Nunca olvidaré la manera con que un individuo sediento me pidió una vez que le diera para untrago. Lo vi llevando a cuestas una gran caja en la cual había puesto un bulto muy pequeño, yllamándome la atención que no se hubiera guardado el bultito en la bolsa, y dejado en la casa sucajón, no pude menos que decirle: "Me parece extraño ver una caja tan grande para carga tanligera."—"Sí, señor," me contestó, "es muy extraño; pero ha de saber usted que me heencontrado con una cosa todavía más extraña, este <strong>mis</strong>mo día. Durante todo él me he estadotrabajando y sudando, y hasta esta hora no me ha deparado la suerte a un solo caballero que mepareciera con voluntad de darme un trago de cerveza y me hubiera quedado sin hallarlo a nohaber visto a usted."—Noté que el giro que le daba a la conversación era muy diestro; y ¿por quéteniendo nosotros por nuestra parte, preocupado el ánimo con un asunto de mucho mayor interés,no habíamos de poder sacarlo a colación? Había tal naturalidad en las maneras de mi hombre,que me causaron envidia, porque a mí no me pareció nada sencillo haber llevado en esascircunstancias la conversación al terreno a que yo hubiera deseado; sin embargo, si el modo dehacerlo me hubiera estado preocupando tanto cuanto a él lo preocupaba el conseguir un trago,estoy cierto de que no se me habría presentado tamaña dificultad. Si hay un medio por el cualpodemos salvar a algunos, debemos a semejanza de nuestro Señor, platicar en la mesa, connaturalidad, llevando ese buen propósito; hacerlo en el borde de un pozo, al andar por un camino,en la playa del mar, en la casa y en el campo. Un platicador santo, es casi tan útil como un fiel136
predicador. Llevad por mira la excelencia en uno y otro ejercicio, y si en su práctica solicitáis elauxilio del Espíritu Santo conseguiréis sin duda lo que deseáis.Quizá convenga aquí formular un consejo, por más que en mi concepto sea innecesario al tratarsede hermanos tan honorables como son todos y cada uno de aquellos a quienes me dirijo.No frecuentéis las mesas de los ricos mendigando sus favores, ni nunca consintáis en llevar, pordecirlo así, la batuta, en las convivialidades y diversiones mundanas. ¿Quiénes sois vosotros paraandar formando el séquito de los ricos y poderosos, cuando los pobres del Señor, sus enfermos yhumildes ovejas descarriados exigen vuestros servicios y preferente atención? Sacrificar elestudio a las tertulias en un acto reprensible. No tener gente en la iglesia y andarla asechando ensus casas para llevarla a remolque a que llene nuestros asientos vacíos, es una degradación a queningún hombre digno se querría sujetar. Ver a ministros de diferentes sectas revolotear alrededorde un rico, como lo hacen los buitres alrededor de un camello muerto, es cosa repugnante. Deliciosamentesarcástica fue la famosa carta dirigida por un anciano y venerable ministro a suquerido hijo, con motivo de la entrada de éste al ministerio, y en la cual le decía, entre otrascosas, lo que en segui-guida extractamos y que viene muy a pelo, a lo que llevamos dicho. Sedice que fue copiada de la Smel-Ifungus Gazette, pero me sospecho que nuestro amigo PaxtonHood conoce bien al autor. Dice así: "Está pendiente de toda clase de personas, especialmente delos ricos e influyentes que vengan a tu pueblo. No dejes de visitarlos y de esforzarte enatraértelos haciéndoles la corte. De esta manera promoverás eficazmente los intereses de tuSeñor. La gente ha menester que se le busque, y el resultado de una larga experiencia ha venido aconfirmar mi convicción, por mucho tiempo alimentada, de que el poder del pulpito es nadacomparado con el del estrado. Debemos imitar y santificar, por la palabra de Dios y la oración, lapráctica observada por los jesuitas. Estos han debido su buen éxito, no tanto al pulpito como alestado. En los salones puedes cuchichear y hacerte cargo de cuáles son las ideas privadas de lagente. El pulpito es un lugar enfadoso: es por supuesto el gran poder de Dios; pero con todo, enlos salones es donde se conquista, y un ministro no puede esperar el <strong>mis</strong>mo éxito si es un buenpredicador, que si es un perfecto caballero; ni en su trato con la sociedad puede nadie obtenerbuenos resultados si no lo es, sea cual fuere su carácter. Siempre he admirado el carácter de SanPablo escrito por Shaftesburry, quien afirma que aquel fue un fino caballero. Te aconsejo por lo<strong>mis</strong>mo que tú lo seas. No es que necesites que te haga semejante recomendación, pero insisto enello porque estoy persuadido de que sólo de esta manera podemos esperar la conversión denuestra creciente clase acomodada. Debemos manifestar que nuestra religión es la religión delbuen sentido y del buen gusto, y que desaprobamos los severos estímulos. Por tanto, mi queridohijo, si deseas ser útil, ora a menudo en tu gabinete pidiendo fervorosamente ser un hombre debuena sociedad. Si me preguntaras cuáles debían de ser tus tres primeros deberes, micontestación sería que el primero, el segundo y el tercero, consisten en que lo seas."Los que se acuerden de una clase de predicadores que florecieron hace cincuenta años, verán lopicante de la sátira que se hace en este extracto. Ese mal ha disminuido en términos, que metemo que hayamos ido a dar al extremo opuesto.Con toda probabilidad, una conversación viva y animada degenerará algunas veces encontroversia, cosa que no dejará de meter en dificultades a algunos buenos hombres. El ministrode temperamento vivo, debe ser moderado en sus argumentos. Este, más que otro ninguno, es137
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conocer lleno de sentimiento, dejan
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llamamiento de esta naturaleza, si
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