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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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predicador. Llevad por mira la excelencia en uno y otro ejercicio, y si en su práctica solicitáis elauxilio del Espíritu Santo conseguiréis sin duda lo que deseáis.Quizá convenga aquí formular un consejo, por más que en mi concepto sea innecesario al tratarsede hermanos tan honorables como son todos y cada uno de aquellos a quienes me dirijo.No frecuentéis las mesas de los ricos mendigando sus favores, ni nunca consintáis en llevar, pordecirlo así, la batuta, en las convivialidades y diversiones mundanas. ¿Quiénes sois vosotros paraandar formando el séquito de los ricos y poderosos, cuando los pobres del Señor, sus enfermos yhumildes ovejas descarriados exigen vuestros servicios y preferente atención? Sacrificar elestudio a las tertulias en un acto reprensible. No tener gente en la iglesia y andarla asechando ensus casas para llevarla a remolque a que llene nuestros asientos vacíos, es una degradación a queningún hombre digno se querría sujetar. Ver a ministros de diferentes sectas revolotear alrededorde un rico, como lo hacen los buitres alrededor de un camello muerto, es cosa repugnante. Deliciosamentesarcástica fue la famosa carta dirigida por un anciano y venerable ministro a suquerido hijo, con motivo de la entrada de éste al ministerio, y en la cual le decía, entre otrascosas, lo que en segui-guida extractamos y que viene muy a pelo, a lo que llevamos dicho. Sedice que fue copiada de la Smel-Ifungus Gazette, pero me sospecho que nuestro amigo PaxtonHood conoce bien al autor. Dice así: "Está pendiente de toda clase de personas, especialmente delos ricos e influyentes que vengan a tu pueblo. No dejes de visitarlos y de esforzarte enatraértelos haciéndoles la corte. De esta manera promoverás eficazmente los intereses de tuSeñor. La gente ha menester que se le busque, y el resultado de una larga experiencia ha venido aconfirmar mi convicción, por mucho tiempo alimentada, de que el poder del pulpito es nadacomparado con el del estrado. Debemos imitar y santificar, por la palabra de Dios y la oración, lapráctica observada por los jesuitas. Estos han debido su buen éxito, no tanto al pulpito como alestado. En los salones puedes cuchichear y hacerte cargo de cuáles son las ideas privadas de lagente. El pulpito es un lugar enfadoso: es por supuesto el gran poder de Dios; pero con todo, enlos salones es donde se conquista, y un ministro no puede esperar el <strong>mis</strong>mo éxito si es un buenpredicador, que si es un perfecto caballero; ni en su trato con la sociedad puede nadie obtenerbuenos resultados si no lo es, sea cual fuere su carácter. Siempre he admirado el carácter de SanPablo escrito por Shaftesburry, quien afirma que aquel fue un fino caballero. Te aconsejo por lo<strong>mis</strong>mo que tú lo seas. No es que necesites que te haga semejante recomendación, pero insisto enello porque estoy persuadido de que sólo de esta manera podemos esperar la conversión denuestra creciente clase acomodada. Debemos manifestar que nuestra religión es la religión delbuen sentido y del buen gusto, y que desaprobamos los severos estímulos. Por tanto, mi queridohijo, si deseas ser útil, ora a menudo en tu gabinete pidiendo fervorosamente ser un hombre debuena sociedad. Si me preguntaras cuáles debían de ser tus tres primeros deberes, micontestación sería que el primero, el segundo y el tercero, consisten en que lo seas."Los que se acuerden de una clase de predicadores que florecieron hace cincuenta años, verán lopicante de la sátira que se hace en este extracto. Ese mal ha disminuido en términos, que metemo que hayamos ido a dar al extremo opuesto.Con toda probabilidad, una conversación viva y animada degenerará algunas veces encontroversia, cosa que no dejará de meter en dificultades a algunos buenos hombres. El ministrode temperamento vivo, debe ser moderado en sus argumentos. Este, más que otro ninguno, es137

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